22/2/09

Los Hechos, de Philip Roth

Los Hechos, 1988, supone el punto de inflexión de la narrativa de Roth. Está escrita después de las primeras novelas de Zuckerman como narrador, incluyendo Mi vida como hombre, en la que el futuro alter-ego de Roth es esbozado por Tarnopol.
Esta novela supone en cierta medida el intento por parte del autor de recuperar su propia realidad ficcionalizando a partir de sí mismo. A Los Hechos seguirían Deception, Patrimonio y Operación Shylock, narradas por el propio Roth o protagonizadas por un escritor llamado Philip, mientras que Zuckerman, ya convertido en un narrador de otro tipo, un receptáculo de narraciones, un preservador de memorias ajenas, no volvería a aparecer hasta 1997 en Pastoral Americana.
(Hay pues un vacío en Zuckerman que Roth completa con su propia historia: a Nathan le aguarda “una nueva ronda de auténtico sufrimiento” de la que emergerá nueve años más tarde)
Los Hechos es una lucha desigual entre autor y narrador. Roth, por primera vez, toma las riendas de la narración y construye una autobiografía en la que aspectos de sus anteriores novelas son “verdaderamente” revelados. Y lo de verdaderamente hay que tomarlo en un sentido bastante amplio: Roth cambia nombres y, privilegio de todo autor, cuenta lo que quiere. Zuckerman desenmascara al impostor Roth señalando los fallos de su narración, indicando cuando Roth se separa de la realidad y los intentos hagiográficos de éste para aparecer distinto a los personajes de sus novelas. Roth quiere distanciarse de Kepesh, Zuckerman, Tarnopol y Portnoy, pero será su propio alter-ego quien le ponga finalmente en su lugar.
La estructura de la novela permite esta filigrana narrativa. Philip Roth envía a Nathan Zuckerman el manuscrito de Los Hechos para que éste le de su opinión antes de publicar esa especie de autobiografía que constituye el cuerpo central de la novela, el manuscrito titulado Los Hechos. En ese texto Roth cuenta su vida, pero lo hace centrándose en cuestiones que han sido relatadas en anteriores novelas, sobre todo en Cuando ella era buena, El lamento de Portnoy (ahora El mal de Portnoy) y Mi vida como hombre. Como ya hizo en Zuckerman desencadenado el principal objetivo es desligar al Philip Roth persona real de los hechos que realizan sus personajes. Roth no es Portnoy del mismo modo que Nathan no es Carnovsky. Roth no es Tarnopol, ni Kepesh, ni Zuckerman, aunque compartan muchas similitudes vitales. Para desmentir de una vez por todas este error de apreciación que le persigue desde siempre el propio Roth debe convertirse en un personaje. ¿De ficción? ¿Puede una autobiografía ser una ficción? La realidad y la ficción se enfrentan en un espejo que distorsiona y todo ello es falseado nuevamente, como denuncia Zuckerman en la carta-comentario que remite a Roth tras la lectura del manuscrito. Estas últimas cuarenta páginas remitidas a Roth por Zuckerman dan un giro brutal a toda la relación realidad-ficción que obsesiona al autor. Zuckerman no se rebela, sabe que no puede hacerlo, sabe que no es más que otra voz del autor. Pero es tal la maestría de Roth, es tan demoledor el ataque a su propia narrativa, es tan despiadada y miserable la condición sumisa del narrador que por un momento, durante esas algo más de cuarenta páginas que me gustaría copiar íntegras, llegas a creer que Zuckerman es un personaje real independiente de Roth y que la realidad siempre estará un paso más allá cada vez que intentes atraparla. Sólo siendo consciente de esa imposibilidad, y ese es uno de los motivos recurrentes de la obra de Roth, se puede llegar a ser un excelente narrador.
Zuckerman y Roth se enfrentan, la lucha es desigual pero el combate finalmente se declina hacia un lado. Cierto, uno de los dos es omnisciente y puede todo sobre el otro, incluso condenarle a un silencio de diez años. Pero para combatir con el personaje, el autor debe descender al campo de la narración, convertirse en un personaje.
Creo que no hace falta decir quien pierde.
Sea como sea, ganamos nosotros

5 comentarios:

Gonzalo Muro dijo...

Por lo que comentas parece que el juego ficción-realidad, alcanza unos niveles que terminan por dejar al lector aún más confuso. Vamos, otra lectura-desafío a la que habrá que prestar atención.

Un saludo y gracias por comartirlo.

J. M. dijo...

si estamos de acuerdo en que cualquier uso del lenguaje implica un artificio, el asunto es averiguar el cometido de tanto barroquismo literario, que no hace otra cosa que poner en evidencia lo evidente, que la realidad siempre anda despistando a nuestras figuraciones, que las pipas retratadas no son en realidad unas pipas... yo prefiero a escritores limpios como Richard Ford, porque su hiperrealismo parece haber superado esto otro, de alguna manera, su trasparencia y su estiramiento del detalle deja de lado esta vieja materia: la realidad es otra cosa, ya lo tenemos claro, a ver que somos capaces de hacer con nuestras ficciones (auto o no) a partir de ahora;
de lo que no cabe duda es de que las ficciones nos representan, de alguna manera, marcan la pauta de nuestra correspondencia con el mundo; por ello nos son tan necesarias, por tanto, no creo que tenga sentido barroquizarlas si no es por un alegato estetizante, un adorno, un retruecano poco aclaratorio...
mi postura es opuesta a la tuya, desde que te leo lo estoy cerciorando, a pesar de lo mucho que embelesa toda la brillantez que te gastas (solamente por eso merece la pena entrar en este sitio cada semana);
saludos

Portnoy dijo...

Y nada me plaace más, José, que tener un rival richardfordiano comentando.
De todas formas en la primera línea ya dejo claro que la obra es de hace veinte años... así que habrá que ponerla en su contexto. Hay algunos que todavía piensan que eso de la autoficción o similares es un invento actual. Y no creo que Roth esté continuamente señalando que "esto no es una pipa". Más bien juega con la pipa que no es pipa.
El problema con el hiperrealismo es que puede convertirse en aquello que pretende denunciar. Al menos ese es el principal escollo que me encuentro al leer a Ford... pero ya sabes lo que dicen de las opiniones.
Ahhh, Gww, no se trata de confundir al lector, sino de la invitación por parte del autor a participar en un juego.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios

Leo Zelada dijo...

Justo ahora estoy leyendo Los Hechos. Opinare mejor cuando acabe el libro. Pero me atrapo el primer capítulo titulado “En casa, a buen recaudo”. Los otros dos siguientes no tanto. Pero me gusta la invitación al juego de Zuckerman.Continuare con mi lectura y luego opinare en tu blog. Saludos.

Portnoy dijo...

De acuerdo, Leo... quedamos a la espera.