El sexto sentido es una película española del año 1929 escrita y dirigida por Eusebio Fernández Ardavín y Nemesio M. Sobrevila que la Filmoteca Española ha conservado en buenas condiciones. Un film que debe pertenecer a nuestra memoria histórica, aunque la información sobre ella en la red es más bien escasa.
Lo interesante de El sexto sentido es la introducción del tema, recurrente en el director y que asociamos a tiempos más recientes, del cine dentro del cine. Podríamos decir que es una película metacinematográfica. Podríamos.
La película se inicia con una advertencia que nos pone en situación:
Kamus, rareza a destacar, está interpretado por Ricardo Baroja, pintor, grabador y escritor hermano de Pío.
A continuación de desarrolla una suerte de comedia melodramática castiza (no se me ocurre otra forma de definirla) que sigue el esquema clásico de las desavenencias amorosas y la reconciliación posterior. La innovación, en este caso destacable, es que la ruptura es producida por el juego metacinematográfico al que nos referíamos.
En una especie de sinopsis resumiríamos diciendo que Carlos y León, amigos de distinto carácter (tanto que uno se pregunta por qué son amigos) pasan el día en el campo con sus respectivas novias. Carlos, alegre como su novia Carmen, recomienda a León, un triste de cuidado, amargado como él solo, que visite a Kamus para que le cure su pesimismo. La obsesión del padre de Carmen por ir a los toros completa la trama que llevará a la confusión.
Kamus, una especie de científico trasnochado obsesionado por el cine y por captar la realidad con su cámara, recibe a León y le habla del objetivo de la cámara como si fuera el ojo de un nuevo dios omnipresente que muestra la verdad:
Lo gracioso del caso es que después de algunos planos de (creo) la ciudad de Madrid a la manera de Vertov en El hombre de la cámara, el disoluto Kamus decide que la realidad que quiere captar , lo verdaderamente interesante, la verdad que la cámara captará se encuentra por debajo de las faldas de las mujeres:
Ahí sí que la cámara captó la verdad: la penosa realidad de los hombres, continuamente obsesionados por lo que ocultan las faldas.
Todo cuento moral tiene un final que nos reconcilia no con la realidad sino con los parámetros de la propia narración. En El sexto sentido Kamus recibe una somanta de palos con un bastón esgrimido por el amante de los toros. Todo muy coherente, incluido el mensaje subliminal que implica el sufrimiento (incluso físico) de los iluminados adalides de las vanguardias artísticas.
Lo interesante de El sexto sentido es la introducción del tema, recurrente en el director y que asociamos a tiempos más recientes, del cine dentro del cine. Podríamos decir que es una película metacinematográfica. Podríamos.
La película se inicia con una advertencia que nos pone en situación:
A pesar de los múltiples sistemas filosóficos, desconocemos la Verdad. Para conocerla, necesitamos añadir a nuestros imperfectos sentidos, la precisión de la mecánica. El atribalario Kamus, mezcla de artista, borracho y filósofo, cree haber descubierto en el cinematógrafo un sexto sentido.
Kamus, rareza a destacar, está interpretado por Ricardo Baroja, pintor, grabador y escritor hermano de Pío.
A continuación de desarrolla una suerte de comedia melodramática castiza (no se me ocurre otra forma de definirla) que sigue el esquema clásico de las desavenencias amorosas y la reconciliación posterior. La innovación, en este caso destacable, es que la ruptura es producida por el juego metacinematográfico al que nos referíamos.
En una especie de sinopsis resumiríamos diciendo que Carlos y León, amigos de distinto carácter (tanto que uno se pregunta por qué son amigos) pasan el día en el campo con sus respectivas novias. Carlos, alegre como su novia Carmen, recomienda a León, un triste de cuidado, amargado como él solo, que visite a Kamus para que le cure su pesimismo. La obsesión del padre de Carmen por ir a los toros completa la trama que llevará a la confusión.
Kamus, una especie de científico trasnochado obsesionado por el cine y por captar la realidad con su cámara, recibe a León y le habla del objetivo de la cámara como si fuera el ojo de un nuevo dios omnipresente que muestra la verdad:
Este ojo extrahumano, nos traerá la verdad. Ve más profundamente que nosotros... más grande, más pequeño, más deprisa, más despacio... Lo han prostituido haciéndole ver como nosotros pensamos... pero yo le dejo solo... libre... y el me trae lo que ve con precisión matemática. Verá usted las cosas de una manera distinta con nuestro sexto sentido.
Lo gracioso del caso es que después de algunos planos de (creo) la ciudad de Madrid a la manera de Vertov en El hombre de la cámara, el disoluto Kamus decide que la realidad que quiere captar , lo verdaderamente interesante, la verdad que la cámara captará se encuentra por debajo de las faldas de las mujeres:
¡Y que cosas ha visto sin que ellas se enteren! Esto lo vimos en un teatro, escondidos debajo de una silla.Bien, me ahorro la crítica al comportamiento de Kamus, pero quiero destacar lo visionario del tema, la capacidad de anticipación en las posibilidades de la imagen grabada que Ardavín y Sobrevila intuyeron en el cine, que han acabado desarrollándose definitivamente con la televisión y se han convertido en desenfreno con internet.
Ahí sí que la cámara captó la verdad: la penosa realidad de los hombres, continuamente obsesionados por lo que ocultan las faldas.
Todo cuento moral tiene un final que nos reconcilia no con la realidad sino con los parámetros de la propia narración. En El sexto sentido Kamus recibe una somanta de palos con un bastón esgrimido por el amante de los toros. Todo muy coherente, incluido el mensaje subliminal que implica el sufrimiento (incluso físico) de los iluminados adalides de las vanguardias artísticas.
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