24/5/07

Bomarzo, de Manuel Mújica Láinez

Una vieja reseña y un recurrente juego que contrapone Imagen y Narrativa:
Bomarzo tiene la extraña cualidad de ser una novela que se construye a partir de sucesivas obras de arte. Presentada como las memorias imposibles de un príncipe renacentista, se mezclan, quizás demasiado prolijamente, una realidad histórica convulsa y la explosión creativa que tuvo lugar gracias a esa realidad histórica. Los nombres de Miguel Ángel, Rafael, Lotto, Cellini, etc van invariablemente unidos a los de Médicis, Orsini, Farnese, Borgia.
En Bomarzo, Mujica Láinez pretende captar el espíritu de la época a través de un relato que incide especialmente en lo artístico, al mismo tiempo que contrasta esa supuesta sensibilidad con la despiadada crueldad que domina las relaciones políticas. En este sentido se puede decir que la novela “toma prestada” para desarrollarse elementos artísticos de la época en que transcurre, empezando por la similitud literaria de Vicino Orsini con Ricardo III, y continuando con las licencias históricas que permiten al autor introducir a conocidos artistas en las supuestas memorias. Ese contraste entre crueldad (¿realidad, quizás?) y sensibilidad (el arte como ficción que nos redime y que pervive en el tiempo) es el motor de la novela.
Por estos motivos y por una sola vez, y aunque soy partidario del texto limpio y sin añadidos, creo que Bomarzo justificaría una edición ilustrada que incluyese las obras de arte que se mencionan en el texto (aunque en caso de existir sería inalcanzable para mi bolsillo) para poder comprobar como a partir de un conjunto iconográfico se crea una obra literaria.
La novela de Mujica Láinez no logró convencerme. Pienso que la “realidad”, todas esas circunstancias históricas y artísticas desde las que se articula la novela, pesan demasiado sobre el texto, que la voluntad de ser riguroso y la necesidad de adecuar todos los datos al devenir narrativo acaban por lastrar la novela. Se nota cierta diferencia entre la parte dedicada a la infancia y juventud de Pier Francesco, menos condicionada por la rigurosidad histórica en la que el autor se puede explayar narrativamente, que la dedicada a la madurez del personaje, lastrada, excesivamente quizás, por a “realidad”
Tal vez, lo que demuestra Bomarzo, a pesar de la creatividad demostrada por el autor, es que la “realidad”, la “realidad histórica”, no es un buen campo literario.




Esos elementos alcanzan una jerarquía fundamental en el cuadro, y son característicos del gusto de Lotto por los símbolos. La lagartija que hay en la mesa, sobre el chal azul - la lagartija sexual de Paracelso, que el pintor descubrió en mi cámara del palacio -, el manojo de llaves, las literarias plumas, los pétalos de rosa esparcidos junto al libro que hojeo, y, detrás, en el mismo plano donde se advierte mi gorra con la medalla de Cellini, esas alegorías inesperadas: el cuerno de caza y el pájaro muerto, fraternizan en la obra de Lotto con los objetos misteriosos – la áurea garra, la lámpara, el minúsculo cráneo, las marchitas flores, el ramillete de jazmines y las alhajas- que aparecen en otras efigies suyas. Lorenzo procedía así, por alusiones, por cifras, por incógnitas. En torno de cada imagen suscitaba un mundo enigmático, sugerido. Y eso se ve, más que en ningún retrato, en el que me pintó. La inquietud de cazador que me agitaba en pos del arcano de la muerte; la pasión del arte y de la poesía; la idea de la vanidad de lo perecedero; la idea de posesión y de secreto que implican las llaves; la de sortilegio y sensualidad que brota de la lagartija, a la que Paracelso llamó salamandra, se enlazan como una ronda mágica alrededor de ese joven descarnado y pálido, vestido de un color violáceo profundo, cuya fisionomía rara y bella, que emerge del blancor de la camisa, y cuyas trémulas manos, que surgen de la nieve de los puños, fueron las mías. De la joroba nada se ve. (...) Yo era esos ojos pardos, ese pelo castaño, lacio, partido, recogido detrás de las orejas, esas cejas finísimas, esos pómulos acusados, esos labios rojos, apretados pero hambrientos, ese agudo mentón, esas inteligentes, delicadas manos desnudas, esa intensidad, esa reserva, ese orgullo, ese poder oculto y latente; esa llama fría, esa equívoca, imprecisable violencia que se presiente en el hielo de la soledad aristocrática, y esa ternura también, desesperada. En la galería de los desesperados de Lotto, no me gana ninguno.
(...) Por ello me duele que no se sepa que ese personaje, el Retrato de un desconocido, el retrato de gentilhombre en el estudio, es Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo (...)

Manuel Mujica Láinez, Bomarzo.

Otras comparaciones:

Roth y Spencer

2 comentarios:

Gabriela Zayas dijo...

¿Casualidad? Ayer noche leía un texto de Mújica sobre la leyenda del 'Corazón comido'.
Abrazos.

Portnoy dijo...

No Gabriela, no hay casualidades.
:-)
Un saludo