“No hace todavía mucho tiempo había, en lugar de este Holog, una plaza: La plaza de la hoja de Rizla... pero fue aquí donde el magnífico tren de vapor sufrió un bombardeo”.
De: El garaje hermético de Jerry Cornelius.
Pocas páginas después de que El avión del destino bombardease en la plaza de la hoja de Rizla al magnífico tren de vapor se ha edificado en ese emplazamiento un ciclópeo edificio, un Holog perfectamente funcional donde, todavía, el magnifico tren de vapor está siendo reparado.
Mientras el avión del destino sigue planeando por el garaje hermético en busca de la flecha del arquero que pondrá fin a su existencia y abrirá una brecha en la realidad que provocará deslizamientos de plano a través de los cuales el Mayor Grubert y Jerry Cornelius podrán acceder al que oculta al banalita y enfrentarse a él, con el trágico resultado que todos conocemos.
Mientras, simultáneamente o hace mucho tiempo, con una verticalidad asombrosa, en la hierba recién mojada por la lluvia de aquel intempestivo día (...) (la avioneta de Myriam Stteford) se hundió en el centro mismo de la finca familiar (en) las infinitas posesiones cordobesas del padre de su marido.
Después, o al mismo tiempo, o hace cientos de años el obelisco marcaría el lugar preciso.
Un obelisco que es una tumba y un laberinto, un garaje hermético en el que los planos de la realidad se deslizan, en el que los generadores fallan a causa de avionetas que se estrellan.
Y todo se derrumba a nuestro alrededor.
Todo se derrumba antes de fagocitarse en un entramado de casualidades.
No hay posibilidad para lo casual en el Plan. El Plan perdura en el Tiempo.
El tiempo. Nuestro tiempo. La realidad.
Sal esta noche y mira el cielo. Cada estrella es un tiempo distinto. Cada fotón que golpea contra nuestra retina proviene de una realidad lejana y remota.
Pero NO de nuestra realidad.
No es nuestro tiempo.
Todo está muerto y nosotros aquí... mirándonos el ombligo.
¡Informen al Mayor Grubert!
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