3/3/06

Las manzanas de oro, de Eudora Welty (y II)

En la larga introducción a la novela de Eudora Welty Las manzanas de oro, en edición y traducción para Cátedra, Letras Universales, a cargo de Pilar Marín sólo se menciona una vez a William Faulkner, y lo es a propósito de Yoknapatawpha y relacionándolo con el Macondo de García Márquez. El hecho no sería remarcable sino fuera porque hay una semblanza histórica de la autora y se la sitúa entre otros escritores de su generación (aunque, ciertamente, la editora hace mayor hincapié en las escritoras) y se podría pensar que el tipo de novela (una colección de relatos que conforman un conjunto que describen el paso del tiempo contemplado desde la perspectivas de distintas familias que ocupan un lugar común, la ciudad imaginaria de Morgana, situada en Mississippi) y el espacio compartido de ambos autores (el Sur de los estados Unidos), harían de Welty y Faulkner artistas afines con más de un punto de contacto.
Pero no es así. Faulkner no es mencionado como si así pudiese ser evitado el paralelismo y la comparación. Pero la comparación en este caso es necesaria, porque Morgana es el reverso femenino de Yoknapatawpha; porque en
Las manzanas de oro podremos descubrir que hacen las mujeres del Sur (de ese lugar literario conocido como El Sur) mientras los hombres cazan osos, pierden sus haciendas o se matan unos a otros.
Y es necesaria también porque es bastante probable que situando en el mismo plano literario a Eudora Welty con William Faulkner comprobemos como ella no tiene nada que envidiar al huraño escritor. Es probable que la elijamos como ganadora... si es que decidiéramos hacer un torneo, que no es el caso.



Las manzanas de oro es una novela excelente, una joya literaria (y esto sería palabrería sin sentido sino fuese porque es cierto, es una gran novela y es muy difícil encontrar las palabras adecuadas para ensalzarla)

Estructurada a partir de siete relatos, pero sólo concebida como novela a partir de la composición del cuarto relato (cronológicamente según afirma su autora) explica, en cierta manera y sin ser ese el objetivo final de la novela, el paso del tiempo por una pequeña comunidad sureña a través de los miembros de varias de sus familias. Alegórica (la novela se inicia con el anuncio de un parto y finaliza con un entierro) y no estrictamente realista ( hay concesiones a lo mitológico, a lo fantástico) la autora no se detiene simplemente en la narración de diversas etapas. Cada uno de los capítulos constituye un ejercicio estilístico distinto que rompe la uniformidad y obliga al lector a resituarse, a considerar cada capítulo enteramente distinto del precedente, pero sin dejar de ser deudor de lo narrado con anterioridad. Y todo ello con una naturalidad y una sencillez desbordantes, no dejando que estilo se imponga sobre la historia, es decir respetando la esencia de cuento que tiene cada parte de la obra y cuidando hasta el último detalle cada uno de ellos.

Que no se piense que el trabajo de Pilar Marín es criticable. La introducción a la novela es un trabajo muy elaborado que, como siempre, recomiendo que se lea al final de la lectura de la novela. Pero, tal vez por los Faulkner semanales, por estar tanto tiempo con la cabeza en Yoknapatawpha, no puedo dejar de pensar en ciertas coincidencias.

Los ojos de Flem Snopes tienen el color del agua encharcada, los de su padre Ab del color del filo de un hacha recién comprada. Los de Easter, uno de los personajes de la novela de Welty:

Los ojos de Easter, al levantarlos, no eran ni castaños, ni verdes, ni como los de los gatos; tenían algo del metal, metal antiguo y sin lustre, de tal modo que no podías ver en su interior.


Easter se ahoga en un lago de aguas del color de los ojos de Flem Snopes.

El mensaje terminaba aquí. Después pensé que el trabajo de Eudora Welty como fotógrafa para la Works Progress Administration (WPA) podría tener relación con su escritura y decidí dar una vuelta por la red.
Literatura. Imagen. Las múltiples facetas del artista:










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