El estudiante de Praga (1913) de Rye y Wegener

De alguna manera había que empezar esta historia: Wegener, con esos pantalones que debían abrocharse a la altura del cuello, resulta algo talludito (María dixit) para interpretar a un estudiante.

Vista desde nuestra perspectiva, con la distancia que impone el tiempo, El estudiante de Praga, rodada tal y como lo fue en 1913, resultaría ser ahora una excelente película de serie B, de las que aúnan calidad con diversión: La explotación descarada del mito de Fausto y de alguna idea sacada del William Wilson de Poe, la insistente recurrencia a cierto poema de Machen, el imposible personaje de Wegener, el arquetípico villano con ciertas reminiscencias hebraicas, lo delicioso de algunos modos de interpretar en el cine mudo, como ese caminar sinuoso, pegándose a la pared y avanzando lentamente, intentando denotar sigilo, cuando, analizado fríamente, resulta a plena luz del día una actitud ciertamente llamativa y extravagante.

Sin embargo debemos situarnos en el contexto de la época para comprender plenamente la película y poder apreciar como El estudiante de Praga es un intento de integrar los trucos cinematográficos, hasta entonces al nivel de los actos de feria, a una narración consistente. No es una película expresionista, pero sí que introduce alguno de los temas que serán ampliados pocos años más tarde por el movimiento cinematográfico alemán. Debemos ser condescendientes con El estudiante de Praga y comprender la complicación que entraña intentar desarrollar una idea para la que son precisas técnicas imposibles para la época: El previsible duelo a espada entre los dos más temibles espadachines de Praga jamás llega a verse en la pantalla. Lo cual es una lástima.