29/10/05

Una historia de violencia

Es una lástima no poder hablar de Una historia de violencia (A History of Violence, 2005) de David Cronenberg, sin comprometer parte de la trama. Si se puede decir que a pesar de ser “una película de Cronenberg”, el director está bastante comedido en esta ocasión, muy alejado de sus ambientes obsesivos y asfixiantes y de la “nueva carne”, de aquello en definitiva que constituye su habitual iconografía. Aunque la marca del maestro se deja ver en un par de detalles ( la no-historia que envuelve con un aura de maldad irreal a los dos asesinos al inicio de la película, las moscas golpeando contra el cristal mientras al otro lado se produce cierta transformación) se podría decir que Una historia de violencia no es una película de Cronenberg, lo cual, por otra parte, no sé si es bueno o es malo.
Demuestra que Cronenberg es un director capaz de adaptarse a cualquier tipo de historia, abandonando sus recurrentes obsesiones y, también, que no se puede desarrollar una carrera personal sin subyugarse de vez en cuando a la comercialidad. Una historia de violencia está muy lejos de su anterior obra, Spider, y esperemos que se acerque más en su próxima producción, London Fields, adaptación de la novela homónima de Martín Amis (y yo debería saber si será así o no, pero Amis no se encuentra entre mis autores predilectos)
La película de todas maneras es comedida y sobria, sin recrearse en las justas dosis de violencia que, como explosiones narrativas, salpican la historia de forma precisa. En otras manos posiblemente se hubiese convertido en una película de acción más, así que también hay que agradecer a Cronenberg y a Wagner y Locke, autores del comic en que se inspira, la visión sosegada y calmada que envuelve a la película.




El debate sobre la violencia cinematográfica puede desarrollarse desde distintos puntos de vista. En Boggie Nights, de P.T. Anderson, el personaje de Reed Rotchild, interpretado por John C. Reilly, opinaba que si las películas eran responsables de la violencia, “entonces, tío, dejemos de hacer películas”
En Bluelephant’s Ballad “Jota” nos da otra visión, comparando la ficción cinematográfica que nos hace dar un respingo en nuestra butaca, con la violencia real, a la cual, paradójicamente sólo podemos acceder a través de relatos interpuestos (a menos que dejemos de ser espectadores y entonces ya no hay nada de lo que hablar)
El cine se ha empeñado en recrear de forma más o menos estética los actos violentos. Creer que en lo más atroz subsiste un poso de belleza puede ser considerado una falacia o una exquisitez morbosa. Sin embargo, el ser espectador implica en cierta manera estar dominado por una curiosidad insana por contemplar lo extraño, lo ajeno, lo prohibido. Mostrar la crudeza de la muerte, del acto de matar, de forma plásticamente agradable, alimenta esa curiosidad, sobre todo cuando se plasma esa belleza incongruente que contrasta con la crudeza de la violencia.
No pretendo hacer una incursión en la historia de la violencia en el cine, ni como ésta nos insensibiliza, nos inmuniza, nos deshumaniza.
Me gustaría de todas formas repescar de la memoria dos películas que apuntan en la dirección contraria a la sutileza de la “estética de la violencia”, Funny Games de Haneke y Salo o los 120 días de Sodoma, de Pasolini.
Pero será otro día.
(Continuará o no)

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