7/10/05

El ojo en el cielo

Sucedió un atardecer —Ramírez Hoffman amaba los crepúsculos— mientras junto con otros detenidos matábamos el aburrimiento en el Centro La Peña, en las afueras de Concepción, casi ya en Talcahuano, jugando al ajedrez en el patio de nuestra improvisada prisión. El cielo, antes absolutamente despejado, comenzaba a empujar algunos jirones de nubes hacia el este. Las nubes, como alfileres o cigarrillos, eran blanquinegras, luego rosadas, finalmente de un bermellón brillante. Creo que yo era el único preso que las miraba. Lentamente, por entre las nubes, apareció el avión. Un avión viejo. Al principio una mancha no superior al tamaño de un mosquito. Silencioso. Venía del mar y poco a poco se iba acercando a Concepción. En dirección al centro de la ciudad. Daba la impresión de ir tan despacio como las nubes. Cuando pasó por encima de nosotros el ruido que hizo fue como el de una lavadora estropeada. Luego subió el morro, volvió a tomar altura y ya estaba volando sobre el centro de Concepción. Y ahí, en esas alturas, comenzó a escribir un poema en el cielo.

La literatura nazi en América, Roberto Bolaño.


La estela del avión como amenaza latente de un poder omnívoro aparece también en La conjura contra América, de Philip Roth. Cada atardecer de 1941, el presidente Lindbergh, o su esposa, sobrevuela con su potente avión los cielos de Washington D.C.

Me llama la atención como dos escritores tan dispares como Bolaño y Roth utilizan la misma imagen para expresar la indefensión del ciudadano y el temor casi reverencial que la aparición en el cielo confiere a los dirigentes (o a aquellos acólitos del poder capaz de disponer de la vida y la muerte de los ciudadanos)
Es ciertamente sobrecogedora la idea del ojo en el cielo.

¡Es el presidente Lindbergh! (...) Cada tarde, más o menos a esta hora, da una vueltecita a lo largo del Potomac
(...)
Todos lo contemplamos junto a Sandy, que era incapaz de ocultar su fascinación por el mismo Interceptor en que el presidente había volado a Islandia para entrevistarse con Hitler. El aparato ascendió vertiginosamente a una gran potencia antes de desaparecer en el cielo. En la calle, los transeúntes prorrumpieron en aplausos (...) y luego siguieron su camino.

La conjura contra América, Philip Roth, traducción de Jordi Fibla.


Por otra parte el título de este post viene por otra referencia que no me puedo quitar de la cabeza mientras leo esta novela de Roth.
En El hombre en el castillo Philp K. Dick plantea una situación similar a la que propone Roth, unos Estados Unidos conquistados por los nazis y los japoneses. No sé si Roth ha tenido en la cabeza a Bolaño y a Dick mientras componía su novela. Supongo que no. Pero no me negaréis que forman un trío insospechado.

Atardecía. Al mirar hacia arriba, Juliana Frink vio el punto luminoso que dibujaba un arco en el cielo según desaparecía por el oeste. Una de esas naves nazis, se dijo a sí misma. Vuela hacia la costa. Repleta de hombres importantes. Y yo aquí. Saludó con la mano a la nave, que, por supuesto, ya había desaparecido.

El hombre en el castillo, Philip K. Dick, traducción Francisco Arellano.

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