(Sí, soy un pecador, un amoral, un pirata sin escrúpulos...)
Ayer ví Godzilla: Final Wars, película con la que la productora Toho Films celebra el cincuenta aniversario (en 2004) del nacimiento cinematográfico del monstruo por excelencia: Godzilla.
No voy a desgranaros la película. Si queréis en El blog ausente, Mr Absence, hace una disección detallada de la película. Me tomo la libertad de robarle un par de fotos para este mensaje, porque ilustran perfectamente aquello que siempre me ha impresionado de este género de películas.
El nacimiento de Godzilla, o su despertar, es deudor de la bomba atómica. Supongo que deben haber por ahí tesis que relacionen los miedos subconscientes de un pueblo a su destrucción total (una destrucción salvaje, aleatoria, sin sentido) y el éxito, a lo largo de los años, de la serie de películas protagonizadas por Godzilla.
Godzilla es un símbolo.
Nunca es abiertamente enemigo de la humanidad. Sus acciones se deben más bien a un comportamiento azaroso, a una desidia más propia de demiurgos griegos que de monstruos atómicos. Es, como símbolo, ambiguo hasta la saciedad: Por una parte ayuda a los humanos en su lucha contra fuerzas venidas del espacio exterior o contra otros monstruos de origen también incierto; por otra, supone la mayor amenaza que se cierne sobre la sociedad humana... No es necesario avanzar mucho más allá para darse cuenta del significado íntimo del monstruo. Basta con la imagen de Godzilla sobre las ruinas humeantes de Tokio.
Cinematográficamente, Godzilla: Final Wars, es, como ya ocurría con Versus, obra anterior del director Ryhuei Kitamura, un híbrido desmesurado. A las recurrentes luchas de monstruos hay que añadirle naves espaciales, luchas acrobáticas, katanas, extraterrestres, mutantes, con las consabidas referencias a películas de éxito, bien para homenajearlas bien para ridiculizarlas. Cuento, de memoria y las más evidentes, referencias a Star Wars, Star Trek, Matrix, Independence day, o X-men.
De Kitamura podíamos esperar el exceso en que se convierte finalmente la película... aunque, para ser sinceros, sin dicho exceso quizás la película no hubiese pasado de homenaje, recreando un viejo éxito de la saga (a fin de cuentas, Final Wars es un remake). En manos de Kitamura, la pleitesía al monstruo nipón por excelencia, es un verdadero homenaje creativo, que se permite el lujo de enfrentar al monstruo japonés, con la triste réplica que los estadounidenses intentaron en su remake de Godzilla. El monstruo que los de Nueva York confundieron con Godzilla no le dura ni un minuto al original.
Después, uno medita sobre tanta destrucción, tanta muerte... pero eso es otra historia
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