16/6/05

Goethe y Cagliostro

Uno de los episodios más interesantes de El viaje a Italia de Goethe es, como él la denomina, una “singular aventura” que tiene relación con el enigmático personaje de Cagliostro. Por una vez, durante los días 13 y 14 de abril de 1787, Goethe abandona sus anotaciones geológicas, botánicas y agrícolas para enfrentarse a una situación narrativa en la que el autor aparece casi como un personaje de una novela.

En líneas generales El viaje a Italia de Goethe está muy lejos de las peripecias de Tristram Shandy en Italia... no puedo imaginarme al alemán lidiando con un burro para entrar en una posada... en fin, digresión, no se trata de esto.

Hay que tener en cuenta otro dato importante acontecido hasta el día en cuestión durante su viaje. Por dos veces, Goethe no ha sido reconocido por personas que supuestamente le conocían, aunque, todo hay que decirlo, no personalmente. Parece ser que descontextualizado de Weimar, Goethe pierde parte de su consistencia humana, como si su personalidad se resintiese con la distancia a su tierra natal, como si se diluyese, se confundiese. Por eso destaca en su diario su encuentro con la familia de otro escurridizo personaje, sombra de una sombra, reflejo de lo inexistente.


Siguiendo la historia de estas migraciones nos deberíamos preguntar por qué Cagliostro ha interesado tanto a los cazadores de misterios, cuando se trata de un personaje que carece de misterio. Es tan previsible que podría haber sido programado por un ordenador dotado con las siguientes informaciones: noticias sobre la psicología de un personaje típico de la cultura dieciochesca, el aventurero (de Casanova a Da Ponte) con su gusto por la aventura cosmopolita, la curiosidad por lo insólito, la pasión por la intriga; informaciones sobre el nacimiento de las sectas masónicas y sobre el papel que han desempeñado en tejer contactos entre una burguesía arribista y una aristocracia insatisfecha del ancien régime; anécdotas sobre monarcas y landgraves que financiaban investigaciones alquímicas con un ojo en la piedra filosofal y otro en la química para la industria manufacturera (incluida la historia del conde de Milly, que para encontrar el elixir de larga vida al final se equivoca y se envenena); y he aquí construido el conde de Cagliostro. Cagliostro es uno de los personajes más obvios de su propio tiempo. Quizá ha atraído la atención porque ha representado de una forma más pintoresca, en voz más alta, el arquetipo eterno del hombre sin atributos, que se deja atravesar por su propio tiempo.

Entre mentira e ironía: Migraciones de Cagliostro. Umberto Eco.



Hay que admitir que a lo largo del episodio de su encuentro con la familia de Giuseppe Balsamo, Goethe se muestra inusualmente mundano, impulsado por una morbosa curiosidad que le lleva a infiltrarse, manteniendo su anonimato, en el origen de un misterio que en aquellos tiempos conmocionaba Europa. Cagliostro había salido de la prisión en Francia y por aquel entonces estaba exiliado en Londres. Que el aventurero fuese o no Giuseppe Balsamo, a cuya familia visitaba Goethe, carece de importancia en nuestra particular historia. De lo que se trata es de que Goethe asume como cierta una posibilidad y que se enfrenta a ella a través de la ocultación y el engaño. Goethe miente y así nos lo cuenta, se presenta ante la familia no como el escritor alemán, sino tras la máscara de un oscuro visitante que dice conocer a Balsamo-Cagliostro. El seudónimo del personaje, como es obvio, no se menciona en todo el encuentro, con lo que se ejecuta un doble ritual de engaño entre la familia y el escritor: La primera asume que el visitante conoce a su pariente, Balsamo, el segundo, que realmente no conoce a Cagliostro más que por su fama, asume cierto trato con el desaparecido pariente.

Todo concluye con una carta que la familia le entregará en cuanto esté redactada. Goethe, receloso de que se descubra el engaño evita dar la dirección de su alojamiento, y en contra de toda costumbre que impone la cortesía, sobrepasando a ésta, se ofrece para acudir de nuevo al hogar de los Balsamo al día siguiente.
Así se hace. La familia contrata a un amanuense y entrega la carta al emboscado poeta, con lo que éste tiene en su poder una carta destinada a Giuseppe Bálsamo que debería entregar al exiliado Cagliostro.
Dice Goethe:

No necesito decir que el interés que había despertado en mí esta familia había hecho nacer en mi interior el deseo de serles útil, de ayudarlos. Se les había engañado una vez más, y ahora la culpa era mía, la curiosidad de la Europa nórdica iba a decepcionar por segunda vez sus esperanzas puestas en aquella inesperada ayuda.


Así, contrito y arrepentido de su acción, a la que dedica diez páginas de su diario, Goethe parte con la carta en su bolsillo y ésta desparece de la historia para siempre.
Al menos por lo que yo sé.
Por lo que a mí respecta, me quedo con la idea (simple, eso sí) del escritor a quien algunos no reconocen, llevando en su equipaje, como una pesada carga, una carta dirigida a una persona improbable, de origen desconocido y que jamás llegará a su destinatario.
Y espero que ningún escritor de best-sellers seudomisteriosos atrape la idea (de tan simple, atractiva) y la desvirtúe completamente... ¿Cagliostro supliendo a Goethe en su viaje por Italia?

Y que nadie mencione a los Illuminati de Baviera.

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