19/4/05

La tiranía del lector (último)

A Pedro Pérez, bachiller por Sigüenza.

Proyecto para un relato: Los despertares de A.P.

Todo lo que ocurra en el relato será “concertado, elegante y bien dicho”, al menos eso intentamos siempre, aunque el resultado sea “disparatado, temerario y tonto”, cosa que jamás ha impedido a nadie embarcarse en un proyecto basado en la escritura. Resumiendo, no tiene sentido ni objetivo más que el del “placer de escribirlo” que diría el ruso.
El relato se articula en torno a la serie de despertares del protagonista narrador, aunque hay que dejar bien claro que el orden temporal atañe únicamente a la necesidad de mostrar las partes del relato una detrás de otra, sin que eso implique necesariamente que ese sea el orden temporal interno del conjunto del relato. No puede haber sucesión interna ya que el protagonista no es consciente de despertarse cada día, carece de memoria que le haga ser consciente de un transcurso del tiempo. Simplemente despierta, un único despertar para él, múltiples despertares para el lector. Algo así:

Nuestra vida es una sucesión de otros yo atados por la memoria, pero apenas soy yo cada mañana. Me despierto en un lugar desconocido y el esfuerzo de invocar a los otros, los que fui, no es suficiente para desenmarañar el impenetrable andrajo que embota mi cabeza.

Cada despertar supone el esfuerzo de reconocerse, de reconocer el lugar en el que despierta, siempre el mismo, pero que no puede recordar. Nuestro protagonista es, según sus propias palabras “desinsaculado de un vacío sin cualidades”, despierta con la ropa puesta: “Un traje gris gastado, una camisa que espera volver a ser blanca con exasperados puños rozados, el cuello desgastado, donde flojea una corbata negra o algo deshilachado que pretende serlo” Mugriento, sudoroso, al borde del pánico, a causa del sueño o de su abrupto fin, despierta en una habitación que es “un cubo perfecto, podría estar en el techo, sentado en la cama, observando el mobiliario minimalista: Una puerta, una ventana sin persiana ni cortina por donde se filtra el mortecino albedo de una mañana gris, la cama y en la pared opuesta una mesa con una bandeja metálica vacía. Las paredes sostienen el peso de un papel ennegrecido por miles de viajeros, con un decorado indistinguible. Si lo escudriño sé que me hará estremecer.”

El miedo es el sentimiento que le domina. Despierta sin saber nada de sí mismo, sin constancia de su pasado, unido a la realidad por las tenues hebras del sueño que se disipa.

Porque mató a dos mujeres, sedujo a una niña, tiene una estampa de Napoleón bajo el colchón, debe presentar sus credenciales de agrimensor, se masturbó mirando a la niña coja, tiene un concierto esta noche, el río le lleva al horror, la mancha del pulmón está hecha con lápiz, imposta una vida literaria, abre la puerta para que le confiesen en su lecho, la luz del desierto le ciega y tiene las manos manchadas de sangre, los candelabros, el avión, la noche...

Fin.

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