Si es cierto que la cabeza de Walt Disney está criogenizada para ser recuperada en un futuro, yo rogaría a los responsables de su conservación que, por el bien de la humanidad, descuidasen un tanto su labor, de forma que se hiciese aún más improbable el retorno a la vida (al menos mental) de tan funesto personaje.
Pienso, quizás exageradamente, que Disney fue una influencia dañina en la cultura del siglo XX y que su importancia mediática obedece a razones más mercantiles que artísticas. Los motivos para tener en tan baja opinión a la figura del célebre dibujante, dejando aparte la validez artística de su obra, son muchos, casi todos aplicables en igual manera a la industria cinematográfica de Hollywood, pero principalmente, imperdonablemente, las aberrantes adaptaciones que hizo a lo largo de su carrera de obras literarias (y aquí evito el calificativo infantil, juvenil...) Disney era capaz de despojar a un relato de toda su magia y su misterio, reduciéndolo a un combate maniqueísta (La bella durmiente) o de endulzar sangrantes metáforas contra la ambición (¿dónde quedaron aquellos pies cercenados de las hermanastras de Cenicienta, capaces de automutilarse para alcanzar el poder?) o considerar a la lógica, la matemática y el lenguaje como sinónimos de “locura” (suponiendo quizás, que esos aspectos de la Alicia de Carroll no interesaban a nadie) Sólo por lo que le hizo a Rudyard Kipling merecía cadena perpetua.
A pesar de la despiadada impunidad con la que Disney se arrojó sobre títulos célebres de la literatura, pienso que la influencia negativa es más importante en otro aspecto de su obra que apunta a la imposición del antropomorfismo en su discurso narrativo.
Patos, ratas, perros, ciervos, conejos, ardillas y todo tipo de fauna pueblan sus historias sin más objetivo que el de la simulación de humanidad. Cierto que no fue Disney quien inventó este tipo de historias donde los animales son protagonistas, pero no es menos cierto que en el caso de las Fábulas lo que se busca es un tipo de enseñanza moral, descontando que los roles que asumen los animales tienen asignados ciertas características concretas o ciertas cualidades morales que los identifica. En el caso de Disney la elección de los animales y su comportamiento no tiene ningún sentido metafórico. Se me escapa el simbolismo que pueda tener un ratón bonachón o un pato malhumorado o, redundando en la misma familia, que sentido tiene convertir al Scrooge de Dickens en un pato avaricioso. Pienso que la única razón plausible para esta elección es la sencillez del dibujo: Simbólicamente poco importa que el animal seleccionado sea un pato o un hipogrifo, es cuestión de economía, que el modelo sea sencillo de dibujar, rápido de animar y lo más parecido posible a un ser humano. Sólo en contadas ocasiones Disney recurre a tópicos del antropomorfismo animal: Sus osos son grandes, fuertes, entrañables y acogedores y algo bobalicones. Recoge así la tendencia de reducir a la fiera a la categoría del peluche entrañable, aprovechándose de esa visión generalizada del público.
El peluche y el oso de Disney están a millones de años luz del oso de Faulkner, símbolo de la naturaleza agreste e inconquistable, lejos de la realidad animal del oso.
La naturaleza es instintiva y amoral. El ser humano, como parte de esa naturaleza, conserva esas cualidades: la amoralidad en parte atemperada por las convenciones sociales que implican la vida grupal; el instinto, aunque nos pese, subyace en la mayoría de nuestros actos.
No sé si podrá atribuirse únicamente a un rasgo instintivo en el ser humano, pero las evidencias apuntan a que lo antropomórfico es una constante en nuestra historia: Los panteones están llenos de dioses y animales divinos debidamente humanizados; lo inexplicable en distintas etapas de la evolución del pensamiento se resuelve atribuyendo cualidades humanas a los acontecimientos que sobrepasaban o alteraban el entendimiento; Jesucristo, el dios hecho hombre es en este sentido la culminación del antropomorfismo religioso.
Humanizado lo inexplicable, lo divino, parece más fácil acercarse al fenómeno y comprenderlo, o, al menos, no temerlo. Se trivializa el fenómeno y se convierte en algo popular.
Y es esa popularidad la que en última instancia tal vez exima a Disney de su culpa. Tal vez, sólo supo explotar un sentimiento atávico en el ser humano, o supo comprender que humanizando lo que no es humano se acerca uno a lo popular.
O probablemente la culpa sea nuestra.Lo veremos en unos días, cuando contestéis a la pregunta sobre los extraterrestres.
1 comentario:
Respeto su opinión, yo solo puedo decir que Walt Disney hizo muy felíz mi infancia y pienso que actualmente lo hace con la de muchos pequeños.
Publicar un comentario