30/4/05

El tercer hombre, un relato de Graham Greene

Quiere la leyenda que Orson Welles estaba comprometido a realizar una película. Los productores le exigían un proyecto, ante lo cual Welles sacó de su bolsillo una pésima novela pulp, If I Die Before I Wake, de un tal Sherwood King, y les dijo que su película iba a ser una adaptación de esa novelucha. La dama de Shangai no debe nada evidentemente a ninguna novela, a no ser el pretexto (y nunca mejor dicho) para realizar una película.



Tiempo después, Welles vuelve a aparecer en otra adaptación de una novela inusual, en esta ocasión un relato de Graham Greene, El tercer hombre, que Carol Reed llevó a la pantalla, en la que la aparente influencia de la narrativa visual de Welles, sobre todo en las escenas de la persecución por las alcantarillas son tan evidentes, que puso incluso en tela de juicio la autoría por parte de Reed de algunas de las imágenes. Al igual que los escritores dejan su impronta en sus obras, eso que llaman estilo, los grandes cineastas también lo hacen. Welles fue uno de ellos. Digo que El tercer hombre es una adaptación de un relato inusual, porque jamás fue escrito para ser leído, como confiesa su autor, si no que es estrictamente un trabajo cinematográfico:



El tercer hombre no fue escrito para ser leído, sino para ser visto. (...) Hace mucho tiempo escribí en la solapa de un sobre el párrafo inicial: “Había dado mi último adiós a Harry hacía una semana cuando depositaron su ataúd en la helada tierra de febrero, de manera que no me lo creí cuando le vi pasar por el strand, sin un gesto de reconocimiento, entre una multitud de desconocidos” (...) Lo único que podía ofrecer era ese párrafo. (...) Lo que (Alexander) Korda (el productor) quería era una película sobre la ocupación de Viena por parte de las cuatro potencias. (...) se mostró de acuerdo en que siguiese las huellas de Harry.
Para mí es imposible escribir el guión de una película sin antes escribir un relato. Una película no depende tan sólo de una trama argumental, sino también de unos personajes, un talante y un clima, que me parecen imposibles de captar por primera vez en el insípido esbozo de un guión.




En el proceso de elaboración del guión de El tercer hombre entre Greene y Reed muchos elementos son descartados, otros reelaborados, algunos drásticamente cambiados. La famosa frase sobre Suiza y los relojes de cuco no aparecen en el relato original. El final, que en relato supone la marcha juntos de Holly Martins y Anna, supone una de las mayores discrepancias:

Una de las escasa disputas importantes que tuvimos Carol Reed y yo fue acerca del final, y él tenía toda la razón. Mi opinión era que una película de corte ameno como ésta no podía soportar el peso de un final desgraciado. Reed pensaba que mi final (que era indeterminado sin que se hablara una palabra) podía resultar al público, que acababa de ver la muerte y el entierro de Harry, desagradablemente cínico. Me convenció sólo a medias: temía que poca gente iba a aguantar en sus butacas el largo paseo de la muchacha desde la tumba y que el resto de los espectadores abandonaría el cine pensando que ese final era tan convencional como el mío. Yo no sabía hasta donde era capaz de llegar la maestría de Reed, y por entonces, por supuesto, ninguno de nosotros preveía el descubrimiento que hizo de Antón Karas, el tañedor de la cítara. Todo lo que yo había puesto en el guión era algún tipo de melodía relacionada con Lime.


Hay pues una distinción clara entre la mentalidad de un cineasta y la de un escritor. Incluso en el caso de obras no concebidas estrictamente como literarias, como en el caso de El tercer hombre donde el relato es una base para desarrollar un guión, se presentan discrepancias entre el autor del texto y el realizador del film. El problema, insalvable como apuntaba más arriba, es el del lenguaje, la forma diferente que los dos campos utilizan para comunicar una idea.



El tercer hombre sirve perfectamente para ilustrar estas divergencias entre cine y literatura. Si nos centramos exclusivamente en la parte final de la película, desde el momento en que Harry es citado en el bar para tenderle una trampa y la sublime escena final de la caminata de Anna, y comparamos relato con film veremos el abismo que se abre entre ellos. En el texto de Greene toda esta parte (la trampa a Harry Lime, la huida por las alcantarillas, su muerte, su nuevo entierro y la escena final) ocupa solamente seis páginas, sobre un total de ochenta y cinco. En esas seis páginas hay una digresión sobre Allan Quaterman, además de treinta y una líneas de diálogo. Reed decide acertadamente que todo lo que había que decir en la película está ya dicho, hace una pequeña concesión de diálogos breves entre varios de los personajes y poco más. Además condensa en quince minutos, que es aproximadamente lo que duran esas seis páginas trasladadas a imágenes, el espíritu del film, resolviendo la obra en un alarde eminentemente visual y auditivo. La película ha sido hasta entonces un fluir continuo de interesantes diálogos, culminados por el cinismo de Harry Lime en la noria del Prater. Estos últimos momentos prescinden casi por completo del diálogo. La tensa espera a Harry en el bar se resuelve con una continua sucesión de planos en las que el silencio es punteado por la omnipresente cítara. Surgiendo de la oscuridad, Harry descubre la trampa y huye por las alcantarillas, lo que desencadena la persecución. En esta secuencia subterránea predominan con gran rotundez las sombras y las luces. Se ha convertido en un hito cinematográfico en el que se ha querido ver la mano de Welles, dominador del claroscuro y el montaje como había demostrado repetidas veces, tras la cámara. Sean obra de Welles, de Reed o fruto de la colaboración entre ambos, la escena nos lleva a una subterránea torre de Babel en la que, tras el persistente sonido del agua, resuenan las voces en varios idiomas que se confunden y son multiplicadas por el eco de los túneles, como las pisadas, las puertas metálicas y los disparos. Este momento cumbre en la historia del cine muestra claramente la dicotomía existente entre cine y literatura. Por muchos esfuerzos que hagamos para intentar captar literariamente la escena de las alcantarillas el resultado nunca alcanzará al original, o bien, será otra cosa distinta. La parte final de El tercer hombre pertenece al campo de lo estrictamente cinematográfico. De la misma manera que el cine adultera el espíritu literario al adaptar una novela, la literatura tampoco puede captar la precisión de lo creado estrictamente a partir de la combinación de lo visual y lo sonoro.
Respecto a la última escena de la película, la caminata de Anna, creo que lo dicho por Greene es bastante elocuente.

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