4/4/05

El día que nunca existió



Fue un instante crucial en la vida de H. lloró o quiso hacer creer (incluso a si mismo) que había llorado. Que las lágrimas habían mojado el papel (y no cayeron de la condensación de un vaso) Y entre las gotas, con la tinta expandiéndose en los extremos de las letras, escribió la frase sobre la que centraría todos sus textos futuros:
“Me estaban cambiando de sitio”
Unió su sueño de un pez eventrado sobre una bandeja metálica entre marcos de fotografías ajenas sobre la tapa de un piano negro a la pesadilla en la que, en un paseo nocturno por un pueblo costero provocaba el fin del mundo al pisar la sombra de una farola.
Su abuela ya le había advertido.

2 comentarios:

Vero dijo...

Usted me tiene a los saltos, Portnoy, viajando por el tiempo. Comento acá, en esta punta (¿o es un punto medio?) porque acá nadie había dicho nada. Una belleza.

Portnoy dijo...

Aquí, allá... no importa, Vero, simepre se agradecen tus comentarios... aunque discrepo en lo de la belleza.
:-)