Esta sería la historia de un autor que comenzaría a dar las gracias a su gente. Poco importa la hamaca donde se le ocurrió esta idea. Basta con imaginar...
O bien:
Esta sería la historia de un dictador agorafóbico.
Final y principio de la última novela de Pennac, lejos ya de la tribu de los Malaussène, no tan lejos de su Belleville donde planta su hamaca el escritor francés. En principio, tanto la portada como el título de la novela editada por Mondadori me produjeron cierto rechazo. Es cierto que sólo pueden ser comprendidos a posteriori, pero parecía que se abría un abismo entre las aventuras jocosas de los Malaussène y la reflexión política que parecen ofrecer título y portada. Pero era sólo un prejuicio. La novela es un continuo juego entre realidad y ficción, una realidad que convierte al propio Daniel Pennac en personaje de su novela, escribiendo desde su hamaca, y una ficción descabellada en la que los personajes asaltan la realidad y se pasean por Paris del brazo del escritor, exigiendo un final canónico a la historia del dictador y sus dobles. Porque esta sería la historia de un dictador agorafóbico, de su doble, un barbero de baja extracción y pasado desconocido, enfebrecido por el cinematógrafo, doble de su general, de Chaplin y de Valentino disfrazado de Chaplin, del doble del doble, secuestrado por el amor de Berenice, y de los dobles del doble del doble, juguetes en manos de poderes que ellos creen que pueden controlar. Pero, ante todo, esta sería una historia que reflexiona sobre sí misma, que incide en el tema de la creación literaria, especialmente en el tema de los personajes, en el que Pennac demuestra su impresionante maestría narrativa:
La acción transcurre en 1940, mientras Pennac escribe desde 2003 sobre una acomodadora de un cine de Chicago donde se proyecta con resultado trágico El gran dictador de Chaplin, película sobre la que se monta el complejo entramado intertextual de la novela, un dictador y su sosias multiplicado cinematográficamente y socialmente. Escribe sobre la acomodadora y de repente, “en el mismo momento, pero sesenta años más tarde, siento, en mi hamaca, un extraño deseo:
Las ganas de crearte de veras.
Es decir, la necesidad de escribir como si existieras realmente.
De hacer como si nos conociéramos en la realidad. Tú, devenida anciana dama; yo, pasando del “tú” al “usted”, y el lector, en las últimas páginas de este libro, habiendo olvidado por completo que no es usted un personaje de ficción, mi querida Sonia.
Una locura.”
No debe jamás olvidarse leyendo a Pennac que es un profesor que dicta sus clases dejando que alumno vaya un poco por delante de él. Su novela debe leerse como un juego en el que hay que participar con cierta ingenuidad, dejándonos llevar por las triquiñuelas que plantea el autor y creyendo que podemos olvidar que Sonia es un personaje de ficción que exige no que nos cuente la historia, sino que nos la deje leer:
“A mí es preciso tratarme como a una centenaria, casi como a una superviviente del siglo diecinueve. Quiero lo clásico: imperfecto, pretérito indefinido, y bien escrito, y bien construido. Y ficción, por favor, déjeme en paz con su mezcla de imaginación y de vivencia, acabaría haciéndome dudar, casi, de mi propia existencia. Una escritura concisa al servicio de una historia lineal y concentrada, eso es lo que necesito. (...) Y cuando haya terminado, escriba la palabra “fin”, como en otros tiempos. Era práctico, la cosa cerraba el volumen con doble vuelta de llave antes de recuperar su lugar en la biblioteca.”
El dictador y la hamaca es cualquier cosa menos lo que exige la Sonia “real”, es una novela en la que la palabra “fin” no puede cerrar la infinitud de los espejos en las que los sosias, los personajes como sosias de personas reales, se multiplican hasta el infinito.
Por si no quedaba claro, la recomiendo junto con el resto de la obra de Pennac.
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