Supongamos que el autor de novelas es un androide.
Sus procesos mentales, debido a su programación y a las limitaciones que imponen los fabricantes, no pueden ser explicados a las personas “normales” (no artificiales) ya que difieren fundamentalmente en aquello que podríamos llamar “percepción de la realidad”. Carentes de aquello que define a la humanidad, los sentimientos (y aquí no hacemos distinción entre los positivos y negativos), pero programados para complacer a sus “dueños”, es decir para satisfacer los sentimientos de los que carece, los androides se encuentran en una terrible contradicción.
Ajenos a esas dicotomías, los editores, perdón, los fabricantes de androides, siguen fieles a su principio empresarial, ganar dinero. Bajo estas premisas lanzan el nuevo espécimen “Ishiguro, Versión Galardonado” en la que el androide retoma de alguna manera temas tratados por modelos anteriores que alcanzaron gran éxito y versión cinematográfica.
Hasta aquí la crítica.
Pero resulta que el androide, el escritor, tiene consciencia de sí mismo y de su interacción con el mundo. Sabe lo que el software implantado por sus editores, perdón, fabricantes, le impone pero también lo que realmente quisiera escribir. Como Klara en la novela, no puede explicar a quienes le rodean, a los que, recordemos, está programada para hacer felices, los métodos que emplea para lograr lo que su programación le impone. Y no lo pueden explicar, Klara y el escritor, porque esos recursos que emplea, que anticipan una conclusión homeopática de la narración, pertenecen a un ámbito muy alejado de la realidad en la que viven aquellos a los que sirve, sean los adolescentes a los que se asigna a Klara, sean los lectores de Ishiguro. Ese ámbito puede ser denominado mágico-religioso o Literatura, según el caso.
Entonces, como la androide Klara en la novela, ¿Ishiguro nos salva como lectores? Eso depende de como lo queramos interpretar.
Si lo que queremos es una novela “mainstream con tema raro”, una especie de narrativa convencional con elementos de género, hibridación que siempre se agradece, entonces seguro que estamos salvados y tras la lectura nos levantaremos reconfortados e incluso saludaremos al Sol con alegría.
Pero si no es eso lo que queremos, si preferimos al Ishiguro de Los Inconsolables antes de al de Nunca me abandones, si echamos de menos al narrador infidente de Los restos del día y a las contradicciones internas que planteaba Ishiguro en la mayoría de sus novelas entre narrador y “realidad”, entonces Klara y el Sol nos decepcionará, porque no hay infidencia ni contradicción, sino distintas percepciones de la “realidad” que no llegan a producir el conflicto narrativo esperado (algo que ya quedaba de alguna manera diluido en El gigante enterrado) Y lamentaremos que a pesar de darnos cuenta de que el androide, el escritor, es consciente de sí mismo, de su obra y de sus lectores, y que quiere darnos la opción de rescatarlo del almacén en cuyo fondo apenas llegan los rayos de sol, creo que el esfuerzo no es suficiente. Hay algo demasiado adocenado en la última novela de Ishiguro para que pueda destacar sobre el resto, demasiado complaciente con los lectores. Demasiado androide.
Venga, va... saludemos al Sol.
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