23/2/12

El rey pálido, de David Foster Wallace (IV)

Cap. 20: Un vecino acude a quejarse educadamente a la nueva inquilina de la urbanización del ruido que hacen sus dos enormes perros. La mujer, presumiblemente Toni Ware, le contesta: “Me alegro de que me lo haya dicho (…) Ahora ya lo sé. Si les pasa algo a estos perros, si se escapan o van cojos o lo que sea, lo mataré a usted y a su familia” (2 páginas)

Cap. 21: Ingenioso interrogatorio de un agente a un contribuyente que pretende torpemente defraudar a Hacienda (2 páginas)

Cap. 22: (95 páginas) El otro gran Tour de force de El rey pálido. Una novela dentro de otra novela. El capítulo más extenso y, quizás, el más representativo de la narrativa de Wallace, porque, no nos engañemos, ésta queda representada por el exceso y la narración en primera persona de Chris “Irrelevante” Fogle es el exceso del exceso narrativo. Hay una premeditada e irónica autoparodia en “la novela de Fogle” que, además, queda reforzada por los capítulos por venir narrados por “Aquí el autor”. Lo siento porque yo ya he ido hasta el final y he vuelto, así que la crónica no es del todo sincera. Pero hablamos luego de esto.

Ni siquiera estoy seguro de saber qué decir. Para ser sincero, hay muchas cosas de las que no me acuerdo. Me da la impresión de que mi memoria ya no funciona de la misma manera que antes. Es posible que esta clase de trabajo te cambie. Aunque sean los exámenes de a pie. Puede que cambie realmente la mente. A todos los efectos, ahora es como si estuviera atrapado en el presente. Si por ejemplo me bebiera un Tang, no me recordaría a nada. Sólo me sabría a Tang.
Si he entendido bien, se supone que tengo que explicar cómo llegué a esta profesión

Más o menos así, digresión sobre el Tang incluida, empieza este largo monólogo, que quizás forma parte de la serie de entrevistas del capítulo catorce.
La radical diferencia es la extensión inacabable del relato de Fogle. Se nos presenta, según le escuchamos-leemos hablar, como un auténtico pelmazo incapaz de hilvanar un discurso lineal y coherente. Lo que podría resumirse en un par de frases en respuesta a cómo llegó a entrar en la Agencia se convierte en un torrente verborreico en el que Fogle nos cuenta, sin ningún orden, sin ningún criterio que justifique los continuos cambios que, sin embargo, no dejan de tener un orden lógico (aunque nuestras ideas de lo que es lógico no coinciden con las de Fogle), toda su juventud y las relaciones con sus padres separados. En medio de todo este pandemonium en el que llegamos a olvidar que el verdadero objetivo del discurso es explicarnos cómo entró en la administración, Fogle es capaz de desmoronarnos revelándonos que cuenta palabras: “Por ejemplo, desde que empecé ya he dicho 3292 palabras. Me refiero a 3292 palabras hasta el punto de decir “por ejemplo”, pero 3302 si contamos la frase de ejemplo que también he contado

El problema con Fogle es que parece no darse cuenta del efecto negativo que su narración tiene sobre los oyentes-lectores. En su ¿ingenuidad? no percibe la mala opinión que está dejando sobre sí mismo al autonarrarse de la manera que lo hace. En el momento culminante de la historia, que inconscientemente ha ido postergando hasta el final, queda patente su falta de empatía hacia los demás y su desmesurado egocentrismo. Es posible que él crea que el inicio de su vocación contable y su posterior ingreso en la Agencia Tributaria tenga que ver con una confusión de aula que a su vez tenga que ver con su consumo recreativo de medicamentos. Pero todos sabemos que no. Que hay un sustrato psicoanalítico evidente y no aceptado por el narrador. Y de ahí, también, la agudeza de Wallace para crear un relato crudo y gracioso a partir de la negativa del narrador de aceptar las consecuencias de sus actos. Su verborrea es su forma de defenderse. Su alegato de que son los pequeños detalles los que dejan mayor huella en nuestra memoria se desmiente (o se evidencia como otro mecanismo de defensa) cuando su relato está plagado de pequeños detalles sin importancia. Y los grandes acontecimientos prácticamente eludidos.
Con todo esto, no hay ninguna duda de que este es uno de los grandes pasajes de El rey pálido. No solo eso, como dice J. L. Amores: “Chris Fogle cuenta su vida y cómo una cosa llevó a otra y así sucesivamente. Esas 100 páginas son las mejor escritas desde que en 1955 William Gaddis publicara Los reconocimientos, con permiso de los también bestias en el ámbito de la excelencia Thomas Pynchon y John Barth


Cap. 23: “La plácida desesperación de la vida adulta”. Un sueño. “Aquel sueño era la forma que tenía mi psique de hablarme del aburrimiento”. El motivo principal del libro se muestra como “tedio institucional” que empieza en la escuela.

Cap. 24: (55 páginas, 68 notas a pie de página) Todavía no nos hemos recuperado del soliloquio de Fogle cuando de nuevo aparece “Aquí el autor”. La narración del ingreso de David Wallace en el centro 047 de Lake James, área metropolitana de Peoria, Illinois, en mayo de 1985, es el contrapunto necesario al capítulo 22 con el que el autor, el verdadero autor, desvela la ironía de todo el entramado literario que está construyendo. Wallace (el David Wallace aquí-el-autor, personaje narrador de El rey pálido) no puede entenderse sin Fogle y viceversa. Y para demostrarlo la narración de “Aquí el autor” se inicia prácticamente aceptando, incluso le cita, los principios de Irrelevante sobre los detalles ínfimos, que son aquellos que dejan mayor huella en nuestra memoria.
Así, el relato de Wallace sobre el día de su ingreso en el CRE 047 será muy similar al de Fogle en cuanto a detalles irrelevantes y prolijidad narrativa, pero diametralmente opuesto en cuanto a rigurosidad temporal y coherencia y, sobre todo, emocionalmente.
Este tema será importante cuando hablemos de la omnipresente “voz del autor” en los diálogos… a fin de cuentas es lo que se llama estilo y, quizás, no llegue a hablar del tema, porque hay otra cuestión que ronda a toda esta crónica.

Fogle y “el autor” son dos narradores que se suplementan cubriendo cada uno de ellos las carencias del otro. Es verdad que “el autor” en más empático que Fogle, pero también es más frío. El relato de Fogle, a pesar de su dispersión en algunos momentos paranoica, es mucho más emocional que “el autor”, que se muestra frío a la par que coherente, como reflejo de su inmersión en el mundo burocrático. Chris Fogle es un narrador al que todo el mundo le exige que vaya al grano y no se disperse. Wallace “el autor” es un narrador metódico y detallista, aunque se dispersa tanto como Fogle. Si fuese un concurso de narradores, posiblemente Fogle lo ganaría, lo cual dice mucho de las intenciones de David Foster Wallace, el cual, como verdadero autor, le cede todo el mérito a un narrador que-no-es-él y que es una parodia de sus vicios de escritor. Fogle es desquiciante, disperso e incluso molesto y aún así goza de toda la confianza del autor.
En una nota que aparece al final del libro, una acotación del proyecto monumental que quería llevar a cabo, Wallace indica un hilo a desarrollar: “David Wallace desaparece: se convierte en criatura del sistema”. Quizás ahí resida una de las claves para entender el proyecto de El rey pálido, la desaparición dentro de la maquinaria burocrática de aquél que se nos ha presentado como “el verdadero” David Wallace. Es evidente que en toda la novela domina la “voz” de David Foster Wallace, pero el tratamiento formal de cada uno de los narradores dice mucho sobre las intenciones y preferencias del autor.
El “aquí-el-autor” es un constructo de narrador clínico y preciso que aunque dedique tiempo a describir sus emociones y sentimientos, lo hace desde una distancia que pretende ser objetiva con la frialdad que eso implica. Todo lo que ocurre el día de su llegada al CRE, que es lo que se explica en este capítulo, es consecuencia de una confusión burocrática y es narrado en términos de causa-efecto. Como colofón a las enrevesadas circunstancias la mujer que ha conducido a David Wallace a través del complejo sistema de admisión le practica una felación que el narrador solo es capaz de describir en términos de distancias.
Es esta gran flexibilidad narrativa de la que hace gala en los capítulos 22 y 24 lo que convirtió a David Foster Wallace en uno de los grandes escritores de nuestro tiempo.

Cap. 25: Demostración visual, a dos columnas, de la rutina del trabajo administrativo (3 páginas)

Cap. 26: Espectros. Blumquist el examinador que permaneció cuatro días muerto en su silla (cap. 4) y Garrity son dos fantasmas que rondan la sala de pasapáginas del Centro 047. Garrity, que trabajaba en una cadena de montaje antes de que el edificio se convirtiera en el Centro, habla y distrae a los examinadores. Blumquist, un fantasma traslúcido, se materializa con su silla y permanece en silencio junto al examinador.
Sylvanshine sabe todo esto (3 páginas)


Los textos entrecomillados de la traducción de Javier Calvo para Mondadori

7 comentarios:

Lansky dijo...

Dentro de poco el oportunismo editorial publicará sus listas de la compra y de la lavandería

Portnoy dijo...

Buen intento, Lansky. Eso se le había ocurrido antes a Woody Allen. De todas formas, El rey pálido NO es la lista de la compra de la misma manera que NO lo era El proceso o Bouvard y Pecouchet.
De todas formas me gusta mucho verte por aquí.
Un saludo y gracias por comentar.

Lansky dijo...

Y antes que a Allen al propio Flaubert, precisamente en el Diccionario de Ideas 'Recibidas' (sic) incluido en Bouvart y Pecouchet.

El placer es mío

Portnoy dijo...

Cierto... touché

:-)

José Luis Amores dijo...

Parece que la devoción hacia el capítulo 22 es universal: http://www.washingtoncitypaper.com/blogs/artsdesk/books/2011/12/19/six-great-works-of-short-fiction-from-2011/

J dijo...

A ver si pones ya de una puta vez todos los comentarios de los capítulos!
Quiero saber que piensas del 46, el de la conversación del lobotomizado con la tía macizorra que se hace cortes. Para mi ese es el mejor.
Date maña en comentarlos porque me estoy muriendo y

Jean Sol Partre dijo...

El 22 y la conversación entre la guapa y el soso son efectivamente lo mejor del rey pálido; y la mención a Bouvard y pecuhet también acertada
Saludso