1/2/12

El rey pálido, de David Foster Wallace (II)

Capítulos del 1 al 8

Comenta Michael Piestsch en el prólogo que, aparte de ciertos aspectos que precisaban revisión por parte del autor, como ciertas repeticiones y algunas incongruencias, la “cuestión que surge de forma inevitable es ¿cómo de inconclusa está la novela?
Sigue comentando Piestsch que la trama de la historia central de la novela, por los datos que maneja a través de las notas de Wallace, no parece alargarse mucho más de lo que está presente en la edición póstuma de El rey pálido.
Hablar de inconclusión refiriéndose a la narrativa de David Foster Wallace es un pleonasmo. Y en esas condiciones es difícil apreciar cuánto tiene de póstuma, en lo que se refiere a estar inacabada, más allá de la revisión, corrección y edición.
No hay más que leer sus cuentos acabados e inconclusos. No hay más que pensar en La broma infinita cuya posible conclusión se diluye en una bruma anunciada en el primer capítulo ("… Donald Gately y yo desenterramos la cabeza de mi padre"). Se puede argumentar que El rey pálido es una novela no terminada de elaborar a la cual le faltan fragmentos, pero la inconclusión es una característica inherente a toda la narrativa de Wallace, por lo cual nos podemos enfrentar a ella considerándola una obra completa.
Entonces, ¿qué es El rey pálido?
No haremos trampas, de momento, en una especie de crónica de lectura, leídos los ocho primeros capítulos, antes del prefacio que supone el capítulo 9 con su mítico Aquí el autor. Quiero decir el autor de verdad podemos decir que se trata de una serie de relatos en principio con escasa relación entre ellos.

Cap. 1: Descripción de un paisaje (2 páginas)
Cap. 2: Claude Sylvanshine, funcionario (¿será lícito denominarlo así?) de la Agencia Tributaria estadounidense, vuela a Peoria. La descripción del viaje y las sensaciones de Sylvanshine se mezclan con datos técnicos, relacionados con la preocupación por un examen para ascender a Contable de la Administración, y otras anécdotas del ámbito laboral. “El trabajo y el examen debían ocupar dos partes distintas de su mente; era crucial que mantuviera esa separación de poderes”. Su relación agobiante con el resto del pasaje es acrecentada por la digresión técnica. La inseguridad y la desazón que dominan al personaje son recurrentes en la narrativa de Wallace. (20 páginas)
Cap. 3: “-Hablando del tema, ¿en que piensas tú cuando te masturbas?” conversación en un coche entre dos miembros de la Agencia Tributaria (2 páginas)
Cap. 4: Una página. Recorte de periódico. Titular: “Empleado de Hacienda se pasa cuatro días muerto en su puesto
Cap. 5: Leonard Stecyk es un chico tan perfecto que resulta insoportable. Toda su dedicación a la comunidad se convierte en odio y rechazo hacia su persona. Mientras, su madre permanece en coma en un hospital. Un retrato descarnado que nos predispone contra el personaje, una especie de nerd (7 páginas)
Cap. 6: Lane A. Dean Jr y su novia, Sheri Fisher, sentados sobre una mesa de picnic, en un parque contemplando el lago (Peoria, supongo). El relato se centra en las tribulaciones condicionadas por la religión de Lane sobre qué hacer en la situación en que se encuentran ambos y la dificultad de comunicación. (8 páginas)
Cap. 7: Claude Sylvanshine en el autobús que le lleva a su destino junto a otros agentes de Hacienda. Continuación del capítulo 2. Sylvanshine se presenta ante Bondurant y Britton como “Ayudante Especial del Nuevo Director Adjunto de Sistemas de Recursos Humanos” Merrill Lehrl. El transporte que emplea la Agencia para sus empleados de rango inferior en Peoria resultan ser catorces camionetas de helados requisadas por impago a una compañía de venta ambulante, conductores incluidos. (9 páginas)
Cap. 8: Parque de caravanas. Madre e hija. “El talento de su madre para relacionarse con los demás era mediocre y no incluía el don de hablar de forma coherente y sincera” El relato muestra una miserable degradación del personaje de la madre y la valiente y decidida adaptación de la niña a un entorno violento respondiendo con iguales grados de violencia. Hermoso y triste fragmento. La Agencia aparece en forma de documento en el que se desglosan las sucesivas ocupaciones de la madre entre 1966 y 1972. Aunque algunos detalles parecían apuntar a una época precisa, el relato hasta ahora parecía desarrollarse en un tiempo difuso. Ahora acabamos de ser anclados a una época precisa que acabará de confirmarnos “el autor” en el siguiente capítulo. ¿El nombre de la chica es Tony Ware? (14 páginas)

Salvo los dos capítulos focalizados en Sylvanshine no parece haber en principio una continuidad en los fragmentos que componen El rey pálido. Esto crea una sensación de extrañeza que el capítulo 9 no hace más que acrecentar. En este, de 21 páginas, calculo que unas cinco de ellas de notas al pie, el más extenso hasta el momento, el “propio David Wallace” narra las circunstancias que le llevaron a trabajar durante dos años en la Agencia Tributaria de Peoria, Illinois, en unos momentos en los que se llevó a cabo una sustancial modificación de las normas de tributación. La base de su discurso, que compone el núcleo de la narración, es el siguiente:

“Los dolores del parto de la Nueva Agencia Tributaria llevaron a uno de los mayores y más terribles descubrimientos de la democracia moderna en materia de relaciones públicas, que es que si se puede conseguir que los asuntos delicados de un gobierno resulten lo bastante tediosos y crípticos, no hará falta que los funcionarios escondan ni desmantelen nada, porque nadie que no esté directamente involucrado prestará la suficiente atención para causar problemas. Nadie prestará atención porque a nadie le interesará, debido, más o menos a priori, al tedio monumental de esas cuestiones. (…) Para mí (…) la pregunta interesante de verdad es por qué el tedio resulta ser un impedimento tan poderoso para la atención. Por qué nos apartamos tan instintivamente de lo aburrido. Tal vez sea porque el aburrimiento es intrínsecamente doloroso”

Los textos de la traducción de Javier Calvo para Mondadori.

7 comentarios:

Javier Moreno dijo...

Aquí mis notas (muy escuetas) de lectura.

J. G. dijo...

no me acaba de convencer ni leyendo tu post, y mira que lo he intentado, es de los pocos que he jubilado de momento sin terminar, ni con cuarenta páginas pued.e

Anónimo dijo...

«Tal vez sea porque el aburrimiento es intrínsecamente doloroso».

¿Cómo se puede escribir (suponemos que con inocencia) una frase tan mala como esta? A mi parecer, se incurre en tales insensateces porque se piensa en solitario, sin tradición ni curiosidad enciclopédica. Como si Wittgenstein no hubiera existido. Y así es como nos quieren vender que hay una tremenda problemática específica de esta época y tratan de estrujar la nada como auténticos zombies. Y salen frases como esta, dignas de libro de autoayuda. Pues bien: ni somos zombies ni estamos perdidos. Lo siento, amigos.

Anónimo dijo...

Fue mucho más honesto sin duda decir que el aburrimiento (u otro estado) es verde (o de otro color). Pero eso ya fue. Y no había internet.
Recuerdo ahora que a otro tecnoabducido proselitista y filonorteamericano de manzana blanca mordida se le iluminó en su blog el cerebro al pensar (proceso no intrínsecamente doloroso) en la posibilidad de que Robert Walser usara Twitter... Llegó a afirmar eufórico que si este gran autor viviera hoy escribiría frenéticamente (o no) en Twitter. (Parece ser que poco importa que dejara de escribir ya en su época).
Una cosa es acudir gustoso a las fuentes, y otra bien distinta es traerselas para rebajarlas a nadería. Una biblioteca con libros físicos, susceptible de ser disfrutada en el tiempo, con libros heredados y libros para donar, no es lo mismo que un pen-drive epúbico o con pdfs, o una triste y escueta conexión a internet.

Conozco a estos profetas. Unos años atrás decían que el blog era un género literario. Son los mismos que dicen ahora que ha muerto.

Antes de que cante el gallo...

Anónimo dijo...

Además, algunos hablan cacareando sobre el siglo XXI y tan sólo llevamos en él una década. El género literario del siglo XXI... ¿Tiene narices o no tiene narices, la cosa?

Saludos cordiales, y cuidado con los dolores de parto.

Portnoy dijo...

Juzgar una obra por una frase sacada de contexto y aprovechar la ocasión para desbarrar sobre otro asunto que nada tiene que ver con El rey pálido no es demasiado elegante.

Anónimo dijo...

Tiene razón, Portnoy. Aunque mi intención no era juzgar la obra sino la época. Le pido disculpas y me retiro.