Reinventar el best-seller. O de cómo la narrativa de género se infiltra. O, al contrario, mucho mejor, de cómo la narrativa deja de menospreciar los géneros populares. O, quizás, de la hibridación como signo de nuestro tiempo (qué bien hubiese quedado aquí el cultismo zeitgeist). O, ¿hay géneros menospreciables, sea fantástico, misterio, terror, ciencia ficción… y géneros serios, apreciables de entrada por su esencia?
Digamos, que se puede decir, que de alguna manera se podría clasificar, que existe cierta tendencia a catalogar, o lo-que-sea que nos hace distinguir entre dos tipos de narrativa. Aquella que por su estructura y su forma nos produce (o pretende producir) un placer intelectual y que nos remite directamente, más que a lo qué se cuenta y a cómo se cuenta, al propio hecho de la escritura (todo esto considerando unas líneas generales y con límites más que discutibles… iba a decir que este tipo de narrativa remite en última instancia al propio autor, tan inevitable como el narrador, pero al final, a causa de esa indefinición de las propias fronteras, he preferido no mencionar, ya que en un análisis exhaustivo toda obra literaria nos lleva irremediablemente al su autor y sus circunstancias). Y aquella narrativa en la que prima lo que se cuenta sobre otras consideraciones extranarrativas (o metanarrativas o postmodernas o metaficcional o lo-que-sea)
Esta segunda categoría es la que provoca más controversias ya que lo que se cuenta (que radica en las fuentes de la realidad de cada autor, por tanto, contemporáneo), parece estar reñido con la forma en que se cuenta (siendo esta en muchas ocasiones deudora de la tradición clásica). Ahí tenemos a Murakami, Auster, Irving e, incluso (no se rasguen las vestiduras todavía) King.
Fin, de David Monteagudo pertenece al tipo de narrativa caracterizado por la hibridación de géneros y la preponderancia de lo que se cuenta sobre el estilo. Pero eso, a priori, no debería ser peyorativo. Fin es una excelente novela de misterio postapocalíptico, capaz de mantener la tensión argumental casi desde el principio. Y ese “casi” es la única pega que le pondría a la novela, porque, como ocurre en ocasiones, el planteamiento de Monteagudo sobre sus personajes le lleva a cierto condicionamiento que lastra de alguna manera la narración, por lo menos así me lo parece, en particular en los primeros capítulos de la novela.
Los personajes de Fin son banales. Y no me refiero a que estén mal descritos o que sean transcripciones de estereotipos. Son tan banales como lo puedo ser yo o cualquiera de nosotros. Monteagudo explota crudamente a sus personajes prosaicos, que hablan sobre todoterrenos, discuten con argumentos trillados sobre inmigración y arrastran sus fracasos sentimentales y familiares. Son personajes con los que cualquiera de nosotros es capaz de identificarse o reconocer en ellos a sus familiares, compañeros de trabajo o vecinos. Son tan banales y prosaicos como lo podemos ser nosotros en nuestra vida diaria. Esta característica de los personajes, que mediada la narración se muestra como una lección ejemplar, a mi entender lastra el inicio de la narración, demorando innecesariamente el detonante (literal) de la acción. La presentación de los personajes se convierte, por la trivialidad de estos, en algo que difiere el inicio, confundiendo al lector hasta que descubre la ruptura estilística que Monteagudo propone: La transformación de una novela realista en una historia de misterio y supervivencia.
Tal vez este efecto se prolongue demasiado. Es una opinión personal.
Una vez las cosas en su sitio, la narración fluye salvajemente absorbiendo la atención del lector hasta el final (en cuanto que ya no hay nada más escrito) La banalidad deja paso a lo extraordinario sin que los personajes abandonen su prosaicismo. Lo recurrente del género es que, enfrentados a circunstancias extremas, los personajes devengan héroes. Pero nada de eso hay en Fin, no hay nada recurrente, nada concluyente en la novela de Monteagudo. La realidad, por mucho que nos sobrepase, nunca dejará que nos convirtamos en seres extraordinarios. Siempre seremos esos banales personajes capaces de fascinarse por la potencia de un motor de combustión.
¿Qué haremos cuando todos los símbolos de estatus social se desmoronen y devengan inservibles? Desaparecer. Qué si no.
Ah, sí… se me olvidaba. Esta entrada empezó categorizando la narrativa, como si hubiese dos tipos distintos que se opusieran, la que provoca placer intelectual y la que lo hace de forma emocional. Creo que no hace falta que diga que esta teoría no tiene ninguna validez. Como lectores sólo podemos contemplar una categoría posible, la de los libros que nos gustan, que nos conmueven, que nos perturban, por la causa que sea.
Fin, de David Monteagudo, me gustó, disfruté, me absorbió, la devoré en dos días.
Lo demás son teorías.
Digamos, que se puede decir, que de alguna manera se podría clasificar, que existe cierta tendencia a catalogar, o lo-que-sea que nos hace distinguir entre dos tipos de narrativa. Aquella que por su estructura y su forma nos produce (o pretende producir) un placer intelectual y que nos remite directamente, más que a lo qué se cuenta y a cómo se cuenta, al propio hecho de la escritura (todo esto considerando unas líneas generales y con límites más que discutibles… iba a decir que este tipo de narrativa remite en última instancia al propio autor, tan inevitable como el narrador, pero al final, a causa de esa indefinición de las propias fronteras, he preferido no mencionar, ya que en un análisis exhaustivo toda obra literaria nos lleva irremediablemente al su autor y sus circunstancias). Y aquella narrativa en la que prima lo que se cuenta sobre otras consideraciones extranarrativas (o metanarrativas o postmodernas o metaficcional o lo-que-sea)
Esta segunda categoría es la que provoca más controversias ya que lo que se cuenta (que radica en las fuentes de la realidad de cada autor, por tanto, contemporáneo), parece estar reñido con la forma en que se cuenta (siendo esta en muchas ocasiones deudora de la tradición clásica). Ahí tenemos a Murakami, Auster, Irving e, incluso (no se rasguen las vestiduras todavía) King.
Fin, de David Monteagudo pertenece al tipo de narrativa caracterizado por la hibridación de géneros y la preponderancia de lo que se cuenta sobre el estilo. Pero eso, a priori, no debería ser peyorativo. Fin es una excelente novela de misterio postapocalíptico, capaz de mantener la tensión argumental casi desde el principio. Y ese “casi” es la única pega que le pondría a la novela, porque, como ocurre en ocasiones, el planteamiento de Monteagudo sobre sus personajes le lleva a cierto condicionamiento que lastra de alguna manera la narración, por lo menos así me lo parece, en particular en los primeros capítulos de la novela.
Los personajes de Fin son banales. Y no me refiero a que estén mal descritos o que sean transcripciones de estereotipos. Son tan banales como lo puedo ser yo o cualquiera de nosotros. Monteagudo explota crudamente a sus personajes prosaicos, que hablan sobre todoterrenos, discuten con argumentos trillados sobre inmigración y arrastran sus fracasos sentimentales y familiares. Son personajes con los que cualquiera de nosotros es capaz de identificarse o reconocer en ellos a sus familiares, compañeros de trabajo o vecinos. Son tan banales y prosaicos como lo podemos ser nosotros en nuestra vida diaria. Esta característica de los personajes, que mediada la narración se muestra como una lección ejemplar, a mi entender lastra el inicio de la narración, demorando innecesariamente el detonante (literal) de la acción. La presentación de los personajes se convierte, por la trivialidad de estos, en algo que difiere el inicio, confundiendo al lector hasta que descubre la ruptura estilística que Monteagudo propone: La transformación de una novela realista en una historia de misterio y supervivencia.
Tal vez este efecto se prolongue demasiado. Es una opinión personal.
Una vez las cosas en su sitio, la narración fluye salvajemente absorbiendo la atención del lector hasta el final (en cuanto que ya no hay nada más escrito) La banalidad deja paso a lo extraordinario sin que los personajes abandonen su prosaicismo. Lo recurrente del género es que, enfrentados a circunstancias extremas, los personajes devengan héroes. Pero nada de eso hay en Fin, no hay nada recurrente, nada concluyente en la novela de Monteagudo. La realidad, por mucho que nos sobrepase, nunca dejará que nos convirtamos en seres extraordinarios. Siempre seremos esos banales personajes capaces de fascinarse por la potencia de un motor de combustión.
¿Qué haremos cuando todos los símbolos de estatus social se desmoronen y devengan inservibles? Desaparecer. Qué si no.
Ah, sí… se me olvidaba. Esta entrada empezó categorizando la narrativa, como si hubiese dos tipos distintos que se opusieran, la que provoca placer intelectual y la que lo hace de forma emocional. Creo que no hace falta que diga que esta teoría no tiene ninguna validez. Como lectores sólo podemos contemplar una categoría posible, la de los libros que nos gustan, que nos conmueven, que nos perturban, por la causa que sea.
Fin, de David Monteagudo, me gustó, disfruté, me absorbió, la devoré en dos días.
Lo demás son teorías.
12 comentarios:
Hola hay un texto sobre los best-seller de Cesar Aira , esta aqui :
http://www.lacentral.com/pdf?op=articulo&id=18&idm=1
Hola Javi,
curiosamente comencé a leer hoy la novela. Apenas transité 30 páginas y siento ya eso que anotas, esa sensación de preludio no sé si del todo justificado.
A ver qué tal continúa...
Saludos.
J. S. de Montfort
Otra coincidencia del día: pasé dos horas esta mañana en "La Central" (¡mi primer paseo barcelonés de la temporada!), y tuve varios minutos en mis manos este libro. No sabía nada de su existencia, y pensé: "Qué diría Portnoy de esto". Después leí tu post.
Fin.
Gracias Francis por el enlace.
Creo J. S. que el problema es que cuesta entrar en la propuesta de Fin. Después todo fluye misteriosamente.
Jacobo, se me hace difícil asumir que pienses eso con un libro en las manos... pero me halaga, claro... aunque no acabo de pillar la dirección de tu pensamiento... ¿qué diría yo mordazmente o qué diría yo sin más?
Un saludo, felices fiestas a todos y gracias por vuestros comentarios.
No había doble sentido en mi pensamiento: tuve un flash a propósito del tema de la novela y a partir de algunos libros, películas o autores que has abordado en este blog. Pensé que no estaba lejos de tus intereses lectores y que valdría la pena conocer tu opinión.
Aunque realmente no sé si entonces pensé tanto o ha sido una elaboración posterior, pero sí me vino tu nombre a la cabeza. De eso puedes estar seguro.
¡Vaya si este libro está caro! ¡Pero ahora tengo que tenerlo!
Acabo de terminar el libro . Leyendo de nuevo tu comentario, "¿Qué haremos cuando todos los símbolos de estatus social se desmoronen y devengan inservibles? Desaparecer. Qué si no." me quedé pensando en cómo la novela puede leerse así. Me recordó mucho, la novela junto con el comentario, a "The disappearance of Elaine Coleman" de Steven Millhauser, que leí también hace poco.
Por cierto, se me hace injusto el paralelo que se ha hecho con La piel fría. Me parece que Fin es otra cosa. Ya lo discutiremos de nuevo cuando se haga la película, porque seguro harán la película.
tambien acabo de leer el libro,uno de los mejores que he leido en años, si tengo en cuenta el retrato de los personajes, la intriga, fomentada por frases cortas, colocadas en el momento justo y el relato de las situaciones, parecidas a leer una obra para teatro. Dedl argumento no hablo, lo habeis dicho todo.
Pues al igual que tu, he devorado este libro en dos días...y poco más que añadir a lo que dices...un libro muy interesante.
Siento llegar con retraso (como siempre) y, sobre todo, ser la nota discordante: Fin me ha parecido indigerible y aburridísimo.
Después me quejaré de esto y lo otro... pero son imperdonables estos fallos de memoria que os dejan sin respuesta... disculpadme, por favor.
Gracias por todos vuestros comentarios, en serio. La verdad es que la novela me arrastró en su intriga y me entusiasmó. Pero días después, viendo en las librerías que iban por la cuarta edición (¿por cuál va ahora?) empecé a preguntarme si no me había equivocado... es una idea sectaria, es decir, pensar que si a mucha gente le ha gustado la novela mi idea positiva sobre ella debe estar equivocada. Más que sectaria es estúpida. Me ratifico en mi primera impresión, me complace la popularidad de Fin, esperaremos la película :-) y dejaremos la opinión de Elena como contrapunto final.
Mis agradecimientos y mis disculpas de nuevo.
Me lo recomendaban todos los libreros, todas las páginas web sobre libros, todo tipo de bloggers...
Me pareció horrible, insufrible, sin ningún tipo de sentido y mediocre a más no poder.
Saludos.
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