8/12/05

Un Faulkner a la semana (III): Santuario

Basta poner un escarabajo pelotero en alcohol para conseguir un escarabajo sagrado; y si se pone en alcohol a un hombre de Mississippi se obtiene un caballero…
El orden de estos comentarios no obedece a ninguna lógica, pero siempre es posible encontrar un hilo que una acontecimientos azarosos (aunque en este caso, supongo que el subconsciente tiene algo que decir)
Si empezamos con una obra de madurez y continuamos con una de juventud, parece lógico (¡?!) seguir con aquella obra que le dio la fama, le consolidó como escritor reconocido entre el público, le abrió las puertas de Hollywood y le proporcionó unos satisfactorios beneficios económicos (para comprarse un caballo, pero no sé si el caballo que le mató... si es que los caballos matan a las personas y no son éstas las que mueren por creer que unas riendas proporcionan total dominio sobre la voluntad de un ser salvaje)

Parece existir cierta contradicción entre el pretendido ánimo escandaloso de Santuario y la forma en que Faulkner aborda las partes más escabrosas de la historia. Lo cual demostraría que el escándalo siempre está en los ojos mojigatos de los lectores pudibundos y no en las aviesas intenciones de los autores. Pero si fue así, si Santuario es un premeditado intento de escandalizar, no creo que sea esa la razón que la convierta en una de las novelas más cuestionables de Faulkner. Es cierto que Santuario no llega a la excelencia narrativa de otras obras de su autor, pero creo que el problema radica en un problema importante que hace que la novela se resienta, y es precisamente la incomprensible evolución del personaje femenino, Temple Drake. Tan veladas son las insinuaciones de Faulkner en torno a la brutalidad de Popeye que al lector se le hace inverosímil la bovina docilidad de la mujer (una adolescente, realmente, y una docilidad aderezada con puntuales y caprichosos brotes de rebeldía infantil) Cuando finalmente comprendemos la brutalidad de Popeye, el lector no puede asumir de ninguna manera esa docilidad que acaba convirtiéndose en dependencia de la víctima respecto a su agresor. Será que los tiempos que nos han tocado vivir son otros, pero creo que lo que Faulkner propone es un insostenible síndrome de Estocolmo falto de todo rigor psicológico y social. Sin embargo (y tal vez sea este un tema importante para la reflexión en el conjunto de la obra de Faulkner) los personajes masculinos tienen la fuerza de todos los personajes del autor. Ya que la narración se centra principalmente en Temple Drake, en Popeye y en Horace Benbow, es lógico comprender que nos encontramos ante una mesa que cojea ostensiblemente.
A favor de la obra todo aquello que puede decirse de la peculiar forma de narrar de Faulkner. Sin embargo, faltan esos momentos álgidos de gran intensidad literaria donde el autor muestra la naturaleza trágica del ser humano. En Santuario el autor es más conciso, más lineal, más accesible. Más terrenal, también.

Quería comprarse un caballo.

No obstante, el maestro no puede dejar de serlo:

(Goodwin) dice que está mejor en la cárcel. Es posible que no le falte razón. Su negocio en la casa del Viejo Francés es cosa terminada y estaría acabado aunque el sheriff no hubiera encontrado sus marmitas y destruido… (...) la destilería. Una vez que se entregó empezaron a buscar por los alrededores hasta que encontraron la destilería. Sabían a qué se dedicaba, pero esperaron a verlo caído. Entonces se echaron todos encima. Los buenos clientes, los que le compraban el whiskey, los que se bebían todo el que les daba gratis y quizá trataban de hacerle el amor a su mujer en cuanto se daba media vuelta. Tendría usted que oír las cosas que dicen en Jefferson. Esta mañana el ministro baptista utilizó a Goodwin como tema para su sermón. No sólo en cuanto asesino: también en su calidad de adúltero, contaminador del ambiente de libertad democrático-protestante del condado de Yoknapatawpha. He deducido que su idea era quemar a Goodwin y a la mujer sin otro objeto que servir de ejemplo al niño, a quien habría después que criar y enseñar el idioma inglés con el único fin de que se enterara de que había sido concebido en pecado por dos personas que fueron condenadas al fuego por haberlo engendrado. Cielo santo, cómo puede un hombre, un hombre civilizado, decir seriamente…
—No son más que baptistas- dijo Miss Jenny


No hay nada explícito en Santuario que justifique una reacción puritana contra la obra. Todo lo escabroso es desvelado a posteriori, en una cuidadosa elaboración narrativa que golpea, pero no explica. Los golpes narrativos de Faulkner son de otra forma, tal vez en otro momento deje un ejemplo.
Tampoco hay nada que explique directamente la conducta de los personajes: La de Temple es un enigma incongruente; la de Popeye obedece, como posteriormente la de Christmas en Luz de agosto, a serios daños psicológicos sufridos en su infancia (y, todo hay que decirlo, la conducta de los personajes de Faulkner responden a traumas quizás demasiado evidentes, haciendo que la psicología funcione como excusa más que como motivo); la de Horace Benbow, sin embargo, desvelados sus motivos de forma subrepticia, parece tener profundas raíces patológicas.

Si lo evidente es una mazorca de maíz, quizás Santuario oculte incestuosos deseos.
(Aquí pide tiempo muerto la voz maliciosa y apunta hacia Nabokov con un dedo tembloroso y dice balbuceante...Entonces, tu, con tu desprecio hacia Faulkner, escribiste... no... no puede ser)


—¿Por qué ha abandonado a su mujer? —dijo.
—Porque comía gambas —dijo el forastero—. No podía… Era viernes, ¿comprende?, y pensé que al mediodía tendría que ir a la estación a recoger la canasta de las gambas y volver a casa con ellas, contando cien pasos para cambiar de mano, y que…
—¿Tiene que hacerlo todos los días? —preguntó la mujer.
—No. Sólo los viernes. Pero llevo diez años haciéndolo, desde que nos casamos. Y todavía sigue sin gustarme el olor de las gambas. Llevar la canasta a casa no me importaría mucho. Lo malo es que gotea. Durante todo el camino gotea y gotea, hasta que al cabo de un rato me sigo a mí mismo a la estación y me paro a ver cómo Horace Benbow recoge la canasta del tren y echa a andar camino de casa, cambiando de mano cada cien pasos, y yo lo voy siguiendo, pensando «Aquí yace Horace Benbow en una serie de manchas malolientes que van desapareciendo poco a poco sobre una acera de Mississippi»
.


Y es que tal vez, y es una suposición de un admirador, por lo tanto benévola, y hecha a posteriori, lo que pretendía Faulkner con Santuario no es escandalizar, sino darnos una lección de cómo narrar sin mostrar, de cómo hacer que la trama de una novela avance a través de veladas insinuaciones, de cómo soslayar lo escabroso y mostrar simplemente (y nada menos que) la miseria humana.



Todos los fragmentos en traducción de José Luis López Muñoz, para Alfaguara.

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Una fábula
Mosquitos

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenas tardes

Otra vez aquí. Tras terminar Luz de Agosto, novela que me fastidió exageradamente pero que comprendí gracias a uno de sus comentarios, esta mañana terminé Santuario. Mientras la leía estaba devorada por una vorágine vertiginosa pero al terminarla me he quedado sin saber qué decir, qué pensar y casi qué sentir.

Me ha costado unas horas darme cuenta de que inconscientemente busco en los libros de Faulkner, quizá en todos los que leo, una razón, un porqué, una verdad, un algo que el autor quiso poner ahí. Pero en SAntuario, ¿qué quiso Faulkner? ¿Qué gran verdad quiso reflejar en esta pequeña ficción?

¿Caperucita Roja?

Estoy desconcertada. ¿Es una historia para asustarnos a las niñas buenas donde ni el cazador es del todo bueno? Porque yo estoy totalmente con usted, Horace protagonizó durante un sutil instante Lolita.

En fin. Eso es lo que pienso/siento ahora. Igual dentro de unas horas habré leído otro Santuario y mañana ya llevaré diez leídos todos diferentes pero todos me habrán gustado muchísimo.


Gracias por sus entradas, cada vez que leo un libro de Faulkner y vengo a leerle, me gusta más aun el libro.

Anónimo dijo...

Ay, perdone. Soy Anónimo porque no sé ser otra cosa. Se me olvidó firmar

Belén

Portnoy dijo...

Bien, Belén, ya te había reconocido en el primer post.
Me alegra que vuelvas y también que mis comentarios te sirvan de algo.
Un placer de nuevo.
Saludos

fabulogia blogspot dijo...

Muy acertado ese comentario: "Lo que pretendía Faulkner con Santuario no es escandalizar (como afirman algunos critico repitiendo un lugar común), sino darnos una lección de cómo narrar sin mostrar, de cómo hacer que la trama de una novela avance a través de veladas insinuaciones, de cómo soslayar lo escabroso y mostrar simplemente (y nada menos que) la miseria humana".
Santuario es el camino más tortuoso y dificil para llegar a Faulkner (Subí ese escabroso precipicio y continuo descubriendo el maravilloso sendero que traza Faulkner) y tu describes Santuario de un modo increible que hace sea un libro entendible a nuestro humilde entendimiento. Felicitaciones desde Chiloé...

Anónimo dijo...

quisiera saber que paso con el anciano que estaba en la caza, luego de que se desencadenaron los hechos y abandonaron la casa, que paso con el? supongo que se lo llevaron a un asilo... pregunto