4/5/05

Rompamos una lanza a favor de Stephen King

(Pero rompámosela en la cabeza)

Creo que hace ya cosa de un año o más, Stephen King anunció su retiro definitivo como autor de ficción y como parece que, de momento, ya no aparecen más originales en los cajones de los despachos de los editores, la cosa va definitivamente en serio, vamos a liquidar a otro de los pilares, junto a Walt Disney, de la cultura globalizadora del siglo XX (y lo que nos queda). Aunque quizás sea injusto achacarle todos los crímenes al escritor de Maine, cuando en realidad se encuentra tan atado al sistema editorial anglosajón como lo pueden estar otros superventas de la narrativa de evasión (o literatura de aereopuerto, o best-sellers o mierda o cualquier otro epíteto con el que se quiera designar a este tipo de escritura)
Entonces, ¿por qué destacar a King?
Pues porque a pesar de todo lo peyorativo que podamos ser sobre su obra, King tiene algo que siempre me ha fascinado y, consecuentemente, irritado y desilusionado, y es, sencillamente el planteamiento de situaciones, que siguiendo su estilo devendrán en terroríficas historias, en las que el acto de escribir, la propia estructura y la presencia constante del autor tienen especial importancia.
¿Estoy hablando en serio? ¿Estoy diciendo que existe en la obra de King algo parecido a la intertextualidad o a la metaliteratura?
No sé si se puede ir tan lejos pero hay bastantes ejemplos en su obra para que la afirmación no sea del todo descabellada.
Dejando aparte las continuas autoreferencias a obras anteriores que aparecen en muchas de sus novelas, la coherencia histórico-temporal de las narraciones ambientadas en el mismo lugar, por ejemplo Castle Rock o Derry, en las que cada historia asume lo ocurrido anteriormente en el lugar y narrado en otras novelas, hay novelas de King en las que el hecho de escribir forma parte de la trama.
El La mitad oscura el protagonista es un escritor que ha triunfado bajo seudónimo. Cuando decide escribir con su propio nombre su personalidad se desdobla, en él y en él mismo con seudónimo, ya que este último se resiste a desaparecer. Hay que tener en cuenta que King empezó a triunfar publicando bajo el seudónimo de Richard Bachmann.
En Misery una lectora secuestra a un escritor de novela romántica y le condena a escribir como a ella le gusta. Dejando aparte el aspecto tétrico y morboso de la historia parece que King quiere llamar la atención sobre la dicotomía entre lo que el escritor quiere escribir y lo que el público (ese tirano del que parece no poder prescindir) le exige. Quizás ese sea el verdadero problema con King, la falta de decisión para liberarse del éxito económico, subyugarse a las hipotéticas exigencias de un mercado tiránico.
Esta sumisión también se deja entrever en Un saco de huesos en la que un escritor “en blanco” debe seguir publicando después de una desgracia personal y lo hace gracias a un fondo de novelas conservadas en cajas de seguridad. King desvela muchos de los trucos de los escritores, y no sólo suyos, las citas a otros escritores reales es abundante, y los entresijos empresariales de las editoriales. Libro que habla sobre libros entre fantasmas y apariciones.
Quizás el ejercicio metaliterario más desaprovechado por King sea la publicación simultanea de Posesión y Desesperación, escritos respectivamente por Richard Bachman y Sthepen King. Las dos novelas mantienen una similar línea argumental y prácticamente los mismos personajes estableciéndose un diálogo entre las dos novelas que se frustra en aras de la comercialidad del producto. Sigo pensando que un experimento como el que intentó King, dos novelas que se simultanean en el tiempo manteniendo una esencia similar pero aspecto distinto podría haber dado un mejor resultado pero ese es el gran problema de King, la sumisión.

Y por sumiso, por cobarde, por dejar entrever que sí es posible cierta narrativa fantástica que sea al mismo tiempo seria literariamente y después cercenar toda posibilidad de que eso ocurra, como si el público, esa especie de Annie Wilkes desquiciada, le obligase a someterse impúdicamente a sus deseos antiliterarios, por eso, rompámosle una lanza en la cabeza.

Creo que lo he conseguido... no he relacionado “Stephen King” con literatura.

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