“Pero ahora (la película) existía, la tenía delante, y con una nueva certeza: allí estaban las armas por encima de la bañera, sin que nadie de la escena fuera consciente de ellas ni imaginase que al menos una estaba cargada y que, treinta años después, alguien oiría su detonación por primera vez y que, tras otros treinta años, aún seguiría oyéndola”
Antonin Artaud interpretando a Marat en
Napoleon de Abel Gance.
Para rodar Napoleón (Napoléon
vu par Abel Gance) en un tiempo en que lo habitual era filmar con
una cámara fija, Gance empleó técnicas innovadoras y jamás
empleadas hasta entonces. Junto a D.W. Griffith y Serguei Eisenstein
forma parte de los creadores del lenguaje cinematográfico. Lo
curioso del caso es que la película de Gance no pudo verse completa
más que en su estreno en 1927. Poco después, debido a su largo
metraje y a lo complicado de su proyección en un sistema de tres
cámaras inventado por Gance, fue mutilada y recortada para ser
exhibida en Reino Unido y EEUU, con una duración bastante inferior a
las más de cinco horas y media originales*. Luego, la llegada del
sonoro, relegó Napoleon al olvido. En 1981, después de veinte años
de trabajo e investigación, Kevin Brownlow consiguió restaurarla.
Marguerite Gance, esposa del director,
interpretando a Charlotte Corday en Napoleon.
*Gance dijo que su película duraba
nueve horas y que había que verla en dos días. También dijo que, a
excepción de Beethoven, había dirigido todas sus películas
sonoras con los ojos cerrados.
La historia relacionada con el rodaje de la película de Gance
sirve de base a Erickson para crear la historia de Días entre
estaciones. Una historia ambientada en varias épocas y que
recoge la historia de Adolphe Sarre y la película que filmó, La
muerte de Marat, una obra maestra que “jamás” terminó y “nunca”
fue proyectada. Es la historia de una búsqueda y es muchas cosas
más. Es al mismo tiempo la exploración por los géneros narrativos literarios desde finales del diecinueve hasta la llegada del cine sonoro. Tal vez, desde ese momento, hemos estado leyendo con los ojos cerrados.
Como ocurriría años después con
Zeroville, todo en Días entre estaciones, la primera
novela de Erickson, está impregnada de cine.
De pequeña Lauren salí al campo en Kansas y llamaba a los gatos. Éstos acudían uno tras otro por la hierba, cubierta de los primeros hielos del invierno, mientras ella los veía venir a la luz de la luna. Las sombras de las nubes en movimiento formaban un millar de pequeñas intersecciones oscuras ante ella. El destello del hielo era como el de los ojos de los gatos, y éstos se asemejaban a su vez a los de las estrellas que perforaban las nubes. Lauren se preguntaba por qué acudían. Eran salvajes y no hacían caso a nadie (…) Pero acudían por ella y tal circunstancia dejaba claro que, por tal motivo, Lauren era de algún modo especial; y quizás, se preguntaría veinte años después, acudían por la misma razón que ella acudía a ellos, porque era hermoso ver todos aquellos cruces de sombras y el despliegue de luces como estacas y porque también ella era hermosa en el mismo sentido.
Aquí,
en el primer párrafo de la novela y a lo largo de todo el libro, se
presenta la dualidad especular que es el motivo principal. La belleza
del espectáculo que contempla la Lauren niña en Kansas la convierte
a ella, la espectadora nocturna, en una imagen bella. Esa sería en
definitiva la magia que cabría esperar del cine. Pero, como le
ocurre a la Dorothy de El mago de Oz, Lauren es trasladada a un mundo
irreal, con tormentas que llenan las ciudades de arena, con enormes
glaciaciones que hacen la vida imposible, donde el dolor por la
pérdida y la tristeza por el abandono lo dominan todo. Un mundo feo
y gris donde los gatos no acuden por la noche.
La
pantalla cinematográfica es empleada por Erickson como la superficie
de un espejo distorsionador. Así, las historias de gemelos y dobles
se suceden a lo largo de toda la novela como si esa superficie
reflectante se hubiese ablandado y permitiese el tránsito de una
parte a otra. Un hombre sin memoria puede recuperar su aplomo y su
seguridad una vez traspasada esa membrana imaginaria y convertirse en
su propia ficción. Todos los personajes de hecho se balancean entre
esos dos mundos, siendo reflejos exagerados habitando el mundo de la
ficción. Sólo Lauren, como Dorothy, parece ser consciente de haber
atravesado esa membrana... pero ella no quiere volver a Kansas.
O, al
menos, no opina que “no hay lugar como el hogar” (o algo así)
El
cine es mucho mejor lugar... es nuestro hogar.
Tal vez sea recurrente advertir que estamos ante la primera novela de Erickson, con todo lo que eso conlleva para quienes sienten prejuicios hacia las primeras novelas. Es cierto que no tiene la solidez estructural de Zeroville, pero es una gran novela sobre todo teniendo en cuenta que la vacilación y la ingenuidad de algunos pasajes, posibles fallos que se pueden atribuir a la impericia de un escritor novel, se ajustan muy bien al tono de la narración. Donde no flaquea en ningún momento Erickson es en su amor entregado y sin reservas al cine, construyendo su historia desde las mismas pantallas, sacando a sus personajes de las películas y dándoles una nueva ficción narrativa donde puedan vivir.
Mirad
esas pistolas en la pared sobre la cabeza de Artaud-Marat. Merecían
ser disparadas. Erickson lo logra.
Los
fragmentos de la traducción de José Luis Amores para Editorial
Pálido Fuego.
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