Esta es una de esas reseñas complicadas de escribir.
En primer lugar porque conozco personalmente a Víctor
Balcells y nos une una suerte de afinidad lectora que se traduce en amistad.
En segundo lugar porque hay un concepto que no se debe, no
se puede o no me da la gana mencionar. Un concepto que algunos resaltarán como
inconveniente y otros como influencia. Como el concepto en el caso de Balcells
no se puede soslayar, mencionarlo está de más. Sobre todo cuando Hijos apócrifos
tiene la suficiente consistencia narrativa en sí mismo como para olvidarnos de
lo que no se puede evitar.
Dicho esto, unido al hecho de que gracias a Balcells y a la
editorial Alfabia no he tenido que comprar la novela, no será extraño que os
acerquéis a estas notas con cierto recelo.
Empecemos:
May I ask, sir, what exactly are your intentions?
My intentions? Unethical, reprehensible but very practical.
Sabrina; del guión de Billy Wilder, Ernest Lehman y Samuel
Taylor
Después de lo que acabo de decir podríais pensar que la cita
hace referencia a esta reseña, pero la intención es remarcar las motivaciones
de los personajes de Hijos apócrifos.
Porque, no sé calificarla de otra manera, todo en la novela
de Víctor Balcells es comedia.
Tal vez sería excesivo decir que es una screwball comedy,
pero participa de las peculiaridades del género. De ahí la cita de Sabrina
(aunque sea más una comedia romántica que estrictamente screwball) Porque lo
verdaderamente interesante de las alocadas comedias del cine estadounidense son
las situaciones absurdas a las que se abocan sus protagonistas a fin de
mantener un engaño, una mentira o una impostura. Intenciones reprensibles pero
verdaderamente prácticas para el fin perseguido, que suele ser de tinte
romántico. Ya sabemos que al final el chico conseguirá a la chica, el malvado
se ablandará, y todos serán felices por mucho que nadie sea perfecto.
En esos parámetros se mueven los personajes de la novela de
Balcells: mentir, fingir e impostar los abocan a situaciones ridículas y desatinadas.
Pero a diferencia de las comedias cinematográficas, estas situaciones no son un
efecto transitorio que se diluirá en el happy end, sino que nos muestran la
verdadera naturaleza de los personajes. En Hijos apócrifos la búsqueda/pérdida
del padre es el nexo común que une a sus protagonistas. La paternidad y la
filiación se confrontan en una sucesión de situaciones absurdas que dejan en
evidencia la naturaleza pesimista y desesperanzada de los objetos de la
narración.
Así tenemos a un escritor altivo y mujeriego que contrata a
otro escritor para que escriba su biografía (“¿Y por qué quiere que escribas tú
si él ya es escritor?”) o, más bien, para que contemple como vive su vida. A un
estudiante de filología en Salamanca que ha crecido sin la presencia de la
figura paterna, mezclado en círculos literarios y enamorado de la hija de un
escritor empeñado en apartarla de él. A un poeta en ciernes, amigo del
estudiante. A otro poeta que es sobornado por el escritor para que seduzca a su
hija y suplante al estudiante.
Hay personajes que se esconden bajo camas o dentro de
armarios, otros atrapados en balcones cerrados. En algún momento de la
narración todos los personajes son arrastrados a situaciones absurdas de las
que intentan salir con la peor de las posibilidades. Hay alcohol, muchas
bebidas alcohólicas que los personajes consumen con un frenesí desmesurado e
ilógico como una representación de nuestra forma de enfrentarnos a la realidad
enmascarándola y reinterpretándola y de las consecuencias que acarrea tal
desmesura etílica.
Hay cadáveres y palacetes y burdeles y discotecas y una
continua re-localización geográfica que nos muestra que por muy lejos que
viajemos nunca nos podremos librar de nosotros mismos.
“¡Viajar!, ¡Perder países! Y una mierda, todo es lo mismo,
siempre.”
Pero no nos dejemos arrastrar por los tópicos. Se tiende a
equiparar comedia con obra ligera. Pero una de las funciones de la comedia es
la de la sátira social. Y estando la mayor parte de los personajes relacionados
con la literatura Hijos apócrifos es una mordaz visión del mundillo social
literario (aquel que sucede fuera de la escritura)
(Y aquí, si no fuera porque he decido que ese concepto debe
quedar fuera de la lectura y de la reseña, diría que Balcells satiriza sobre
los ineludibles lazos de sangre y sobre la independencia familiar del
individuo)
La ligereza que suele acompañar a la comedia suele ser
tratada peyorativamente, pero la visión descorazonadora que aporta de Balcells desmiente
el tópico.
No quisiera que se produjese un malentendido con estas
notas. Hijos apócrifos no es una novela hilarante y me pregunto seriamente si
realmente es una comedia. Lo que hace Balcells es utilizar los recursos del
género para darle una nueva vuelta de tuerca a los temas de la impostura y la
familia enfocándolos desde una perspectiva ácida en la que se suceden
situaciones embarazosamente absurdas a las que los personajes responden de
forma extemporánea.
Además, y esto ya es especulación por mi parte, si es
posible que algunos comentarios hagan referencia al concepto que no menciono
como influencia, por mi parte me ha parecido ver cierta recurrencia con los Poetas
en la noche de José María Fonollosa, porque quizás el objetivo final de
Balcells sea reflejar ese mundo que podríamos llamar “literatura social”, un
mundillo tragicómico en el que cada uno cree poseer cierta filiación que nada
tiene que ver con la implacable realidad.
O quizás sea al contrario, somos hijos de nuestras lecturas.
Bebamos.
4 comentarios:
Uf, no estoy seguro de haber entendido la reseña.
Tanto digo pero no digo me ha parecido más de rueda de prensa de Guardiola que del viejo Portnoy.
Habrá que leer el libro para aclarar.
Abrazos!
Muy honesto respecto a no haber comprado el libro, Javier. Por mi parte, la referencia a Fonollosa y el haber estudiado en Salamanca ya son motivos suficientes para echarle un vistacillo a ver qué se cuece el Balcells. Un saludo.
Viva Balcells y viva la cabeza de Disney!!!
Ea.
Creo que hay un detalle sobre Hijos Apócrifos que he visto que ha sido pasado por alto en varias reseñas: se lía con la puntuación, maneja difícilmente los nexos temporales (que acostumbra a omitir, prefiriendo en su lugar marcar el desarrollo narrativo con la mera y farragosa concatenación de íes griegas, de suerte que muchas de las acciones que pretende sucesivas aparecen en la mente del lector como simultáneas, diseñando de este modo un extraño mapa narrativo en el que encontramos cosas como "Su voz resonó por las paredes y hubo un eco") llena sus párrafos de cacofonías (haciendo, por ejemplo, que rimen gerundios o participios por doquier) y se traba no pocas veces con la sintaxis, hasta el punto de que uno se pregunta si al texto no le harían falta un par de revisiones bienintencionadas por algún editor que no fuera él mismo.
A uno le gustaría creer que es deliberado, porque de buena tinta sabe que Balcells es un buen chico; sin embargo, es imposible introducirse en la narración con un estilo tan descuidado. Y eso por no hablar de los momentos en los que habla de un "chute de cocaína" (dudo a horrores que el autor quisiera indicar que Ricardo se la inyectaba).
Con todo, no quiero ser cruel. Llevo únicamente 60 páginas y no quiero darle tanta caña, al menos tan pronto.
Publicar un comentario