(viene de aquí)
Uno de los mayores logros de Los reconocimientos es el tratamiento de los personajes por parte de Gaddis. Destacando sobre todo el de Wyatt Gwydon.
En la anterior entrega ya comenté por encima que cuando está en Madrid, Wyatt ya no es Wyatt. De hecho, hacia la segunda parte de la novela, el narrador deja de referirse a Wyatt por su nombre y para mencionarle emplea un escueto “él”. En ocasiones debemos adivinar la presencia del personaje en la historia por lo que hace y dice, por cómo va vestido. Es posible que en alguna ocasión se oculte bajo el nombre de Padre Gilbert Sullivan. Finalmente, en Madrid, Sinisterra, que ahora se llama Yak (un nombre empleado con anterioridad en la narración) le consigue documentación falsa por lo que a partir de entonces el personaje pasa a denominarse Stephan. Finalmente le reconoceremos bajo el nombre de Stephen.
¿Podemos decir en cada momento que Wyatt es Wyatt? ¿es el mismo Wyatt en cada parte de la narración? Como ya digo, Gaddis nos obliga a reconocerle en cada uno de sus avatares pero en cierta manera no tenemos una seguridad implícita de que nuestro “reconocimiento” sea válido.
La palabra “reconocimiento” aparece 81 veces en el texto.
Ese es el juego al que nos invita Gaddis, a “reconocer” a los personajes, las situaciones y los entorno, a participar activamente en la lectura. Como cita José Luis Amores en el perfil de William Gaddis publicado en Que Leer, David Foster Wallace dijo que “el desafío del escritor es enseñarle al lector que él (el lector) es más inteligente de lo que pensaba”. Y eso es lo que hace Gaddis en Los reconocimientos. Respetar y ensalzar al lector, jugar junto a él a desenmarañar un laberinto narrativo. No hay trampas en la novela, no hay deslealtad por parte del autor, no hay infidencia. Es una construcción elaborada que contiene todas las pistas para ser comprendida y, al mismo tiempo, es una reflexión sobre la condición humana que a todos nos implica.
Y en ese juego que nos propone Gaddis los personajes son las fichas.
Los personajes no son mencionados continuamente. Gran parte de la narración transcurre en fiestas multitudinarias o en reuniones de varios personajes en distintos sitios. Creo que ha sido en A READER'S GUIDE TO WILLIAM GADDIS'S The Recognitions by Steven Moore donde he leído que estar apostillando a cada momento “dijo tal”, “dijo cual”, hubiese lastrado una novela, ya de por sí muy extensa, con texto innecesario. A pesar de eso, por lo general no resulta difícil distinguir a cada uno de los personajes por los temas a los que se refieren y por la forma en que lo hacen (algo que Gaddis llevó hasta sus últimas consecuencias en Gótico carpintero) El lector debe reconocer a cada uno de los personajes, pero es destacable la forma en que Gaddis consigue que nuestro reconocimiento lector no coincida con el que los personajes tienen del resto de ellos. Como si el lector tuviese acceso a cada uno de los personajes pero el resto de los personajes solo pudieran contemplar la “máscara social” de los otros. De nuevo todo reconocimiento deviene en una visión subjetiva de la realidad para los personajes y con ello las relaciones sociales aparecen como otro tipo de falsificación.
(Y todo esto nos previene contra la falsificación de las conclusiones que como lectores podamos sacar de la novela y sus personajes, ya que toda novela, en última instancia, es una falsificación de la realidad)
Gaddis no juzga el comportamiento de los personajes. Al menos no directamente. Muestra sus acciones y sus palabras y deja que sea el lector establezca las pertinentes relaciones empáticas con ellos. La verdad es que, por lo general, la impresión que sacamos no es demasiado buena. Contemplamos en cada uno de ellos acciones reprochables al mismo tiempo que se establece cierta corriente de simpatía. Nos identificamos con ellos pero de una forma distante, como no queriendo aceptar los aspectos negativos que cada uno de ellos acarrea y que en cierta manera nos afecta, ya que nos “reconocemos” en ese entramado social falsificado que Gaddis nos muestra.
El arte, la religión, la vida social, el comportamiento de los personajes. La falsificación, la irreverencia, la impostura.
(continuará y finalizará)
Nota 1: Una de las citas más celebradas de Los reconocimientos:
Anselm: “¿Sabéis a quien envidio? Envidio a Tourette. Pusieron su nombre a una enfermedad, una de lo más puñeteramente extraño (…) Envidio al doctor Hodking (…) Pusieron su nombre a una enfermedad. (…) ¿Sabéis a quien envidio? (…) Envidio a Cristo, pusieron su nombre a una enfermedad”
Nota 2: Gaddis, innominado, aparece en alguna ocasión en el texto. Hay que seguir una mancha de huevo en la manga de su chaqueta:
“He escrito una historia de la pianola . Una historia completa. He tardado dos años; lo he metido todo. ¿Qué pasa con la gente? ¿Qué es lo que quieren leer?, ¿sexo todo el tiempo? ¿Política? (…) Algún día lo imprimiré yo mismo en papel cebolla japonés, encuadernado en vitela… no sé. (…) Vitela blanca con estampaciones de oro…”
Nota 3: Leyendo las notas de Steven Moore, descubro que Gaddis le había confesado que cuando escribió Los reconocimientos no había leído de Faulkner más que El ruido y la furia. La frase que Max atribuye a Faulkner en el texto de Otto “no se puede inventar la forma de una piedra”, no aparece en la novela de Faulkner.
En un capítulo anterior de Los reconocimientos, mientras aún está escribiendo su obra de teatro, La vanidad del tiempo, Otto, después de una conversación con Wyatt, anota en su cuaderno: “Originldad no invnción sino snsación d rcuerdo, rconocmiento, modlos ya vtos, cit. Uno no pde invtar l frma d una piedra”.
La frase, “no se puede inventar la forma de una piedra”, que Otto confiesa habérsela oído a un tipo, debe ser obviamente de Wyatt.
Uno de los mayores logros de Los reconocimientos es el tratamiento de los personajes por parte de Gaddis. Destacando sobre todo el de Wyatt Gwydon.
En la anterior entrega ya comenté por encima que cuando está en Madrid, Wyatt ya no es Wyatt. De hecho, hacia la segunda parte de la novela, el narrador deja de referirse a Wyatt por su nombre y para mencionarle emplea un escueto “él”. En ocasiones debemos adivinar la presencia del personaje en la historia por lo que hace y dice, por cómo va vestido. Es posible que en alguna ocasión se oculte bajo el nombre de Padre Gilbert Sullivan. Finalmente, en Madrid, Sinisterra, que ahora se llama Yak (un nombre empleado con anterioridad en la narración) le consigue documentación falsa por lo que a partir de entonces el personaje pasa a denominarse Stephan. Finalmente le reconoceremos bajo el nombre de Stephen.
¿Podemos decir en cada momento que Wyatt es Wyatt? ¿es el mismo Wyatt en cada parte de la narración? Como ya digo, Gaddis nos obliga a reconocerle en cada uno de sus avatares pero en cierta manera no tenemos una seguridad implícita de que nuestro “reconocimiento” sea válido.
La palabra “reconocimiento” aparece 81 veces en el texto.
Ese es el juego al que nos invita Gaddis, a “reconocer” a los personajes, las situaciones y los entorno, a participar activamente en la lectura. Como cita José Luis Amores en el perfil de William Gaddis publicado en Que Leer, David Foster Wallace dijo que “el desafío del escritor es enseñarle al lector que él (el lector) es más inteligente de lo que pensaba”. Y eso es lo que hace Gaddis en Los reconocimientos. Respetar y ensalzar al lector, jugar junto a él a desenmarañar un laberinto narrativo. No hay trampas en la novela, no hay deslealtad por parte del autor, no hay infidencia. Es una construcción elaborada que contiene todas las pistas para ser comprendida y, al mismo tiempo, es una reflexión sobre la condición humana que a todos nos implica.
Y en ese juego que nos propone Gaddis los personajes son las fichas.
Los personajes no son mencionados continuamente. Gran parte de la narración transcurre en fiestas multitudinarias o en reuniones de varios personajes en distintos sitios. Creo que ha sido en A READER'S GUIDE TO WILLIAM GADDIS'S The Recognitions by Steven Moore donde he leído que estar apostillando a cada momento “dijo tal”, “dijo cual”, hubiese lastrado una novela, ya de por sí muy extensa, con texto innecesario. A pesar de eso, por lo general no resulta difícil distinguir a cada uno de los personajes por los temas a los que se refieren y por la forma en que lo hacen (algo que Gaddis llevó hasta sus últimas consecuencias en Gótico carpintero) El lector debe reconocer a cada uno de los personajes, pero es destacable la forma en que Gaddis consigue que nuestro reconocimiento lector no coincida con el que los personajes tienen del resto de ellos. Como si el lector tuviese acceso a cada uno de los personajes pero el resto de los personajes solo pudieran contemplar la “máscara social” de los otros. De nuevo todo reconocimiento deviene en una visión subjetiva de la realidad para los personajes y con ello las relaciones sociales aparecen como otro tipo de falsificación.
(Y todo esto nos previene contra la falsificación de las conclusiones que como lectores podamos sacar de la novela y sus personajes, ya que toda novela, en última instancia, es una falsificación de la realidad)
Gaddis no juzga el comportamiento de los personajes. Al menos no directamente. Muestra sus acciones y sus palabras y deja que sea el lector establezca las pertinentes relaciones empáticas con ellos. La verdad es que, por lo general, la impresión que sacamos no es demasiado buena. Contemplamos en cada uno de ellos acciones reprochables al mismo tiempo que se establece cierta corriente de simpatía. Nos identificamos con ellos pero de una forma distante, como no queriendo aceptar los aspectos negativos que cada uno de ellos acarrea y que en cierta manera nos afecta, ya que nos “reconocemos” en ese entramado social falsificado que Gaddis nos muestra.
El arte, la religión, la vida social, el comportamiento de los personajes. La falsificación, la irreverencia, la impostura.
(continuará y finalizará)
Nota 1: Una de las citas más celebradas de Los reconocimientos:
Anselm: “¿Sabéis a quien envidio? Envidio a Tourette. Pusieron su nombre a una enfermedad, una de lo más puñeteramente extraño (…) Envidio al doctor Hodking (…) Pusieron su nombre a una enfermedad. (…) ¿Sabéis a quien envidio? (…) Envidio a Cristo, pusieron su nombre a una enfermedad”
Nota 2: Gaddis, innominado, aparece en alguna ocasión en el texto. Hay que seguir una mancha de huevo en la manga de su chaqueta:
“He escrito una historia de la pianola . Una historia completa. He tardado dos años; lo he metido todo. ¿Qué pasa con la gente? ¿Qué es lo que quieren leer?, ¿sexo todo el tiempo? ¿Política? (…) Algún día lo imprimiré yo mismo en papel cebolla japonés, encuadernado en vitela… no sé. (…) Vitela blanca con estampaciones de oro…”
Nota 3: Leyendo las notas de Steven Moore, descubro que Gaddis le había confesado que cuando escribió Los reconocimientos no había leído de Faulkner más que El ruido y la furia. La frase que Max atribuye a Faulkner en el texto de Otto “no se puede inventar la forma de una piedra”, no aparece en la novela de Faulkner.
En un capítulo anterior de Los reconocimientos, mientras aún está escribiendo su obra de teatro, La vanidad del tiempo, Otto, después de una conversación con Wyatt, anota en su cuaderno: “Originldad no invnción sino snsación d rcuerdo, rconocmiento, modlos ya vtos, cit. Uno no pde invtar l frma d una piedra”.
La frase, “no se puede inventar la forma de una piedra”, que Otto confiesa habérsela oído a un tipo, debe ser obviamente de Wyatt.
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