Hay cierta voluptuosidad en el dolor de muelas. Yo he sufrido ese dolor durante todo un mes, y sé lo que me digo. En estos casos no nos enfurecemos en silencio: gemimos. Pero estos gemido carecen de franqueza: hay en ellos cierta malignidad. Y ahí está precisamente el quid de la cuestión. Esos gemidos expresan la voluptuosidad del que sufre: si el enfermo no experimentara cierto placer al quejarse, dejaría de hacerlo.
Fiodor Dostoievski, Memorias del subsuelo.
Fiodor Dostoievski, Memorias del subsuelo.
Dostoievski y un dolor de muelas me perseguían por las calles de una ciudad vacía. Yo hablaba en una transcripción occidental de los ideogramas japoneses, de forma entrecortada e inconclusa, en globos de diálogo, y, como un idiota, miraba el dedo apodíctico que surgía del kimono de la mujer. Quizás señalase la luna. O una ventana desde donde podía verse un pozo que se hundía en la tierra. Mi lengua se empeñaba en empujar el incisivo desarraigado hacia fuera. Mi labio intentaba que volviese a su posición correcta. El hueso corroído de la mandíbula crujía en cada vaivén. Descubrí la maligna voluptuosidad del dolor. Si despertase ¿quién sabe donde lo haría? ¿Reconocería la luz que se filtra por las rendijas asimétricas de la persiana? (Esa asimetría me desconcierta. Desearía que se ordenasen en perfectas columnas de luz. También desearía que los dibujos de las baldosas coincidiesen formando un continuo. Pero esto es otra historia) ¿O, tal vez, lo haría observando los fluorescentes del techo, mientras la luz del foco se adentra en las profundidades de mi boca mientras la periodontista hurga en mis encías? (Por cierto, nota para mi incomodidad, el panel del techo del dentista se compone de tres tubos de luz y de un espacio vacío. No sabéis como me molesta ese inútil cebador que intenta canalizar electrones en esa elocuente ausencia. Esa laguna me deslumbra más que la luz de los otros tubos)
Diagnóstico: ¿Importan los detalles técnicos? Podría abrumaros con multitud de términos clínicos ideados para desconcertar al paciente, para sumirlo en una ficción en la que todo parece estar bajo control, revistiendo al doctor del aura arcana de los hechiceros. Prefiero contarlo a mi manera, mientras contemplo en el rostro de los demás una mueca que lo mismo denota asombro como asco, un estremecimiento sutil, tanto como el contacto del frío bisturí con el hueso. Pues de eso se trata, de voltear la piel que recubre mi mentón y extraer con metálica precisión un trozo de hueso que luego será injertado en la mandíbula superior para dar volumen a la encía una vez extirpado el incisivo. Coser con negro hilo esterilizado. Suturar la imagen mental que el proceso implica. Dormir. Tal vez despertar y comprobar que el fluorescente no ha sido repuesto. Pues de omisiones se trata, de carencias, de la presencia de lo ausente, de huecos, pernos y tornillos, injertos y prótesis. Pero la ausencia persistirá, como la del blanco en este papel.
3 comentarios:
No hay duda: un dolor de muela lo remite a uno a otra dimensión. Todo lo demás es secundario, un proceso, un simple trámite.
Y ¿cómo poder recuperarse de un dolor de una muela fantasma, que ya ha sido extirpada? ¿Es un problema odontológico o de psiquiatra? Quizá de ambos, quizá el cerebro no sea más que una caries
En el dolor no hay placer, sino en la queja, que brinda un minimo y fugas pero necesario alivio...cuando alguien se retuerce de dolor, ni fuerza para la queja le queda. El dolor debe doler, para anunciarle al cuerpo (al cerebro)que esta padeciendo, lastimado...sino, no sacariamos las manos del fuego. El dolor es odiado, pero necesario. Cuando se halla placer en el dolor, es la culpa pidiendo perdon.
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