La verdad es que tengo mis reparos al hacerlo, pero uno en ocasiones está obligado a actuar por razones que escapan a toda razón. Así que le pondremos el aviso de
SÓLO PARA ADULTOS
y daremos paso al capítulo perdido del Porno-trágico.
Esto se lo conté a quien ya sabéis algún tiempo después de habernos asociado. No es que nos dedicásemos a compartir intimidades, cosa a la que el elefantiásico personaje no invitaba demasiado, simplemente surgió. Aunque en el ambiente en que me muevo últimamente siempre debes dudar de las motivaciones de tus actos.
La historia como la recuerdo, no como se la conté, era más o menos esta:
La hermana de Control.
Control prolongaba su gozo pegándose a mí. La piel amplificaba las sensaciones y el contacto la hacía estremecerse aún. Yo sentía la noche como un augurio de marasmo pegajoso, de somnolencia indolente. Sentía el lastre del sudor, el peso de los párpados, la servidumbre del deseo. Sentía también desde hacía unos días la inusual dimensión de mi miembro que ahora yacía aletargado mientras Control lo recorría con el filo de sus uñas, la priápica irrigación que inundaba los cuerpos cavernosos dotándolo de una férrica consistencia a la que la mujer se aferraba con lujuria ilimitada. Sentía el sexo de Control restregándose como un animal ronrroneante contra mi muslo, y el aliento cálido en el cuello, ascendiendo hacia la oreja.
Héctor, tienes que hacerme un favor.
Susurró.
Sabía que no podía negarme.
Se trata de mi hermana.
Alguien le hizo fotografías comprometedoras y quieres que las recupere, contesté sin pensar.
De qué estás hablando.
Nada, cosas mías.
Mi hermana tiene un problema y pensé que tu podías ayudarla.
Sabía que no podía negarme. Entonces los motivos de la entrega de mi voluntad a Control no estaban claros. Ahora sé que no podía negarme. Lo que me pregunto en muchas ocasiones es si no me hubiese negado de todas maneras a pesar de no ser completamente dueño de mis actos. La propuesta era sugerente y no exenta de cierto morboso interés. No analizaremos las causas del trastorno psicológico de su hermana, Control tampoco le dio importancia. Pensó que yo podía hacer algo al respecto, por saturación, por hastío, por saciedad. La cuestión es que a su hermana vomitar le producía un placer más intenso que un orgasmo.
Esa misma noche visité a la mujer.
Espera, no sigas, dijo mi socio. Creo que conozco la historia. ¿Acaso pretendes escandalizarme?
¿Crees que podría hacerlo? Le contesté. Si yo pude vivirlo no veo porque no puedes escucharlo.
No se trata de eso. Pretendes introducir el asco en una relación sexual. Supongo que tu actuación iría encaminada a desbordar orgánicamente a la hermana de Control, saturar por todas las vías posibles su aparato digestivo. Ella te untaría de deliciosas sustancias que pasaría a devorar con avidez para, a continuación, expulsarlas de su estómago haciendo que arrojar coincidiese con el momento culminante del coito. Y tu continuarías asediándola con tu inabarcable miembro, anegándola per angostam, per supram viam... curándola de su terrible afección. ¿No es así?
Bueno, dije yo...
Desconcertante. Pero juro que este es exactamente el interrupto mensaje que recibí esta mañana del Autor.
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