La denominación “falso documental” ya me parece en sí mismo contradictoria. Todo documental, por muy objetivo que pretenda ser, acaba mostrándonos un punto de vista subjetivo. Sin duda, Michael Moore ha reabierto un debate entre quienes pretenden alcanzar la realidad a través de los documentales y aquellos que pensamos que todo documental es en última instancia ficción.
Estos días atrás me he dado cuenta de mis lagunas sobre el tema y que lo que sé sobre él no es demasiado. Pero entiendo que esos documentales o falsos documentales en los que la ficción sustituye a una pretendida realidad encierran parte de las claves del arte cinematográfico del siglo XX. Es, en cierta manera, la respuesta del cine a la metaliteratura.
Porque, si lo analizamos en su estructura, una de las películas fundacionales del cine moderno, es en esencia un falso documental. Ciudadano Kane mantiene hoy en día toda su fuerza narrativa en gran medida gracias a la (inusual para la época) forma de presentar la historia. Welles hizo del engaño mediático una forma de vida: Lo fue su adaptación de la guerra de los mundos, lo fue Ciudadano Kane, lo fue también su fallida adaptación del Quijote y lo fue también, volviendo a sus orígenes al final de su carrera en F from fake (Fraude)
En Fraude, Welles anuncia al principio de la proyección que lo que van a ver los espectadores durante la próxima hora es rigurosamente cierto, obviando que la duración de la película es mayor. El documental sobre el falsificador Elmyr D'Ory, realizado por François Reichenbach es la parte digamos “real” del film. En sí mismo la historia de este falsificador es muy interesante, el giro que da Welles al final de la proyección nos hace meditar sobre el concepto de obra de arte y su validez dependiendo de quien sea su autor. Similares conceptos los podemos encontrar en Off Side, de Torrente Ballester, más cuando no parece descabellada la idea que ciertas obras de Goya expuestas en grandes museos no sean más que falsificaciones.
Otro cineasta que debutó en la dirección con un falso documental fue Woody Allen, Take the money and run (1969), aunque su obra más famosa de este género sea Zelig.
Y aquí viene el motivo de este mensaje, intrascendente como muchos otros y pasajero como todos (afortunadamente)
Entre otras apariciones no tan conocidas para el público no estadounidense, aparecen en Zelig Susan Sontag y Saul Bellow, ambos recientemente fallecidos, y que apuntaría a esa conexión entre el “falso documental” y la literatura actual, elevando el género a la categoría de metaficción.
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