Título original: A Kudarc
Fiasco es una novela inscrita en otra supuestamente sin título. El primer capítulo de Fiasco se inicia en la página 119. Nos encontramos, pues, ante una extraña novela que consta de un largo preámbulo de una calidad literaria indiscutible y en algunos momentos experimental, en las que un viejo escritor, el propio Kertész o Köves, el protagonista de Fiasco, reflexiona sobre la literatura y el oficio de escribir, mezclando, como ya ocurría en cierta medida en Sin destino, lo autobiográfico con lo literario.
Concretamente, el viejo –que tenía todos los motivos para ello, indudablemente- de sentía viejo, como alguien a quien ya nada ha de ocurrirle, ni nuevo, ni bueno, ni malo (exceptuando las posibilidades en absoluto negligibles de una ligera mejora o empeoramiento) (que, sin embargo, no cambiaban nada en su esencia), como alguien a quien ya todo le ha sucedido (incluso aquello que podía sucederle o aquello que podría haberle sucedido), como alguien que ha esquivado – provisionalmente- la muerte, que ha vivido –ya definitivamente- su vida, que ha recibido un humilde premio por sus pecados y un severo castigo por sus virtudes, y que está, desde hace tiempo, en la lista gris de los supernumerarios –elaborada quién sabe en qué lugar y a raíz de qué sugerencias-, como alguien que a pesar de todo se despierta día tras día para comprobar que sigue vivo (lo cual no percibe como algo desagradable) (aunque quizá debería percibirlo) (si lo tuviera todo en cuenta) (cosa que, sin embargo, no hace en absoluto).
(...)
Porque el viejo escribía libros.
Esa era su profesión.
Es decir, para ser precisos, las cosas se desarrollaron de tal manera que se convirtió en su profesión (porque no tenía otra).
Ya había escrito varios libros. En particular, el primero. Estuvo más de una década pensando en este libro (...)
Las reflexiones sobre este primer libro, presumiblemente Sin destino, ocupan parte de este preámbulo. Incluso incluye la carta de rechazo que recibió de una editorial:
Los lectores de nuestra editorial han leído su manuscrito y basándonos en su opinión unánime no podemos asumir la publicación de su novela.
Consideramos que la formulación artística de la materia de su experiencia no es acertada, aunque el tema es terrible y estremecedor. Que la novela no se convierta en una experiencia estremecedora para el lector se debe básicamente a las reacciones extrañas, dicho sea con indulgencia, de su protagonista. Aún juzgando comprensible que su héroe, un adolescente, no capte en seguida cuanto ocurre a su alrededor (el llamamiento a trabajos forzados, el uso obligatorio de la estrella amarilla, etc.), no podemos explicarnos que al llegar al campo de concentración considere “sospechosos” a los prisioneros rapados. Las frases de mal gusto continúan: “sus rostros tampoco inspiraban mucha confianza: orejas separadas, narices prominentes, ojos hundido y minúsculos que brillaban por la astucia. A decir verdad, parecían judíos en todos los aspectos.”
Además, resulta inconcebible que al ver los crematorios tenga una sensación de “cierta broma”, de “algo así como una travesura estudiantil”, ya que es consciente de hallarse en un campo de exterminio y de que el mero hecho de ser judío es suficiente para que lo asesinen. Su actitud y sus comentarios perversos repugnan y ofenden al lector, que también lee molesto el final de la novela, dado que la postura mostrada hasta entonces por el protagonista, su apatía, no lo autoriza a emitir juicios morales y a exigir responsabilidades (véase, por ejemplo, los reproches a la familia judía que reside en su edificio). Hemos de referirnos asimismo al estilo. La mayoría de sus frases están formuladas con torpeza y falta de claridad; por desgracia, son frecuentes las expresiones tales como “... en gran parte realmente...” o “muy naturalmente y además un poco...”
Por consiguiente, le devolvemos su manuscrito.
Repasando Sin destino se puede comprobar que Kertész hizo caso omiso a las recomendaciones del editor, sobre todo las referentes al supuesto “mal gusto”. Lo peculiar de Sin destino es la voluntad del autor de no tergiversar los hechos, de no traicionar su memoria. A pesar de lo chocante de la actitud del protagonista, las reacciones del adolescente Köves son perfectamente plausibles y muestran por parte del autor la convicción de que no se debe ocultar las emociones por muy contradictorias que sean.
Si el Köves de Sin destino sufre la imposición de ser judío, y el viejo del preámbulo, Köves-Kertész, la imposición de ser escritor (por no tener otra profesión), el Köves de Fiasco será de nuevo víctima de las imposiciones de una sociedad que tiende a anular la voluntad del individuo. La novela que contiene Fiasco es una novela decididamente kafkiana que intenta reflejar (sin mencionarla jamás) el absurdo de una sociedad regida por una administración de corte soviético que tiende a clasificar profesionalmente para controlar, política e intelectualmente. Como el K. de Kafka, Köves aparece indefinido socialmente (acaba de llegar del extranjero) y carente de voluntad e indeciso, es empujado de una lado a otro mientras el estado intenta encontrarle acomodo para mantenerlo controlado. Desprovista de la crueldad que subyace en Sin destino, Fiasco explora esos mismos caminos del abandono y la alineación del individuo, recurre de nuevo a la historia y a la memoria de Kertész para retratar un momento concreto de su vida, su juventud, y al mismo tiempo, pues la repetición temática supone, quizá, un fiasco literario, incluye un ejercicio metaliterario no desprovisto de crítica social y de autocrítica creativa:
Así es: puesto a escribir un libro (cualquiera, con tal que fuese un libro) (el viejo ya sabía, hacía tiempo, que daba igual el libro que escribiera, si era bueno o malo, porque no cambiaba nada en esencia), al menos debía concebir uno con un tema afortunado.
Los temas elegidos hasta el momento no eran demasiado afortunados, desde luego.
Según el viejo –que muy pocas veces pensaba en ello-, la causa era, probablemente, su falta de imaginación (detalle harto desventajoso teniendo en cuenta que su profesión consistía precisamente en escribir libros) (es decir, para ser precisos, que las cosas se desarrollaron de tal manera que se convirtió en su profesión) (porque no tenía otra)
Por consiguiente -¿qué podía hacer si no?-, extraía los temas de sus propias experiencias.
Lo cual siempre acababa estropeándole los temas más afortunados.
Libros que hablan de otros libros y contienen novelas en su interior.
(Todos los fragmentos extraídos de la traducción de Adan Kovacsics de Fiasco en Acantilado)
1 comentario:
muy interesante el articulo, mi enhorabuena sigue asi
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