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26/7/16

Las gomas, de Alain Robbe-Grillet

Dicen que fue Samuel Beckett el primero (o el único en principio) en darse cuenta que Las gomas obedecía a un ejercicio de reescritura en tono policíaco de un texto clásico. No voy a revelar de que obra se trata, aunque ahora es de dominio público y os será fácil descubrirlo, porque supondría desvelar hechos de la trama y anticipar su final. Si se quiere disfrutar de esta novela es mejor descubrir por uno mismo durante la lectura el juego al que nos invita, de forma muy inteligente, Alain Robbe-Grillet.

(Los que sepan cual es la obra en cuestión quizás recuerden que se inicia con ¡una investigación criminal!)

Creedme: Es complicado escribir sobre la novela sin mencionar la obra en la que se basa.

El detective Wallas (quizás llamado así en homenaje a Edgar Wallace y sus tramas de organizaciones criminales secretas) es enviado a una ciudad a investigar un asesinato que pertenece a una serie de crímenes (algunos de los ocho anteriores ni siquiera reconocidos como tales, encubiertos en forma de accidentes o suicidios). Wallas forma parte de un departamento especial y algo secreto de la policía formado por investigadores con altas capacidades intelectuales (medidas por dudosos métodos frenológicos) aunque al parecer, según el jefe del misterioso departamento, Wallas carece de los requisitos mínimos para formar parte de él.
Este hecho que traigo como ejemplo se suma a una continua serie de contradicciones que forman el núcleo de la novela y condicionan su estructura. Wallas forma parte de un cuerpo especial pero no debería formar parte de él. Es enviado a resolver un asesinato que no se ha producido. Es confundido por varias personas de la ciudad por un miembro de la organización criminal, de forma que la sombra del doble recorre la novela. La calles de la ciudad toman el aspecto de un laberinto que siempre le conducen al Boulevard Circulaire y al canal que lo atraviesa, sin embargo, a pesar de estar continuamente perdido, Wallas tiene la impresión de haber estado con anterioridad en esa ciudad. La acción transcurre en veinticuatro horas, pero incluso en eso es contradictorio. Hay dos periodos de esa duración que se solapan. Uno que empieza a las siete y media de la tarde, hora del “asesinato” y otra que empieza a las seis de la mañana del día siguiente con el camarero siniestro (y sus sombras en la pecera) y termina de la misma forma veinticuatro horas después. La acción transcurre en una suerte de continuos bucles temporales sujetos a esos dos periodos de tiempo, avanzando y retrocediendo, sin dejar de transcurrir linealmente hacia su conclusión.
Se trata en definitiva de una especie de novela policíaca en la que nada es absolutamente cierto ni completamente falso. Los hechos y lo que dicen los personajes son susceptibles de ser rebatidos para luego ser confirmados o viceversa. Lo que Robbe-Grillet nos narra es, al mismo tiempo, una novela original y un ejercicio metanarrativo encubierto que creo que va más allá de la “obra que no menciono”. No sé hasta que punto es posible que Robbe-Grillet estuviese influenciado (o rindiese homenaje) al relato de Jorge Luis Borges La muerte y la brújula, que, si no me equivoco, fue traducido al francés en 1951, un año antes de la aparición de Las gomas. Y creo que se me escapan muchísimas referencias ocultas en la novela. Lo que hace Robbe-Grillet es construir un argumento empleando elementos de obras anteriores, convirtiendo la angustia de la influencia en motor de su novela.

Sea como sea, la novela de Robbe-Grillet es sumamente original y, ya lo he dicho, deslumbrantemente inteligente, sin ser en ningún momento pretenciosa o elitista o pedante. Al contrario, es intrigante y divertida como buena novela de género, al tiempo que rompe con los límites genéricos.


Cuando nos preguntemos dónde está la novela contemporánea hoy en día, quizás nos convenga recordar que desde el siglo pasado se están escribiendo excelentes novelas “contemporáneas” que avanzan, tranquilas y silenciosas, a lo largo del tiempo.

6/9/15

Dogma, de Lars Iyer

Alguna vez me he preguntado (y he preguntado) cómo debería ser la narrativa contemporánea. Todos parecemos saber cómo NO debería ser, pero tenemos vagas nociones de cómo debería ser.
Por suerte, Iyer parece tener similares inquietudes y lanza en Dogma una serie de propuestas para la narrativa del siglo XXI.
Como no podía ser de otra manera, un Lars apela a otro Lars. Iyer a von Trier:

“El cine ha de descender a la cotidianidad, y contar historias sobre la cotidianidad, eso es lo que exigía Dogma 95, dice W. El cine ha de preocuparse de la realidad. Del amor. De la muerte. «¡Pathos!», dice W. «¡Todo va del pathos!»”

Estas son, según W., según Iyer, las reglas, el Dogma narrativo:

Primera regla: Dogma es espartano.
Segunda regla: Dogma es Pathos.
Tercera regla: Dogma es sincero.
Cuarta regla: Dogma es colaborativo.
Quinta regla: Dogma practica el plagio.
Sexta regla: Dogma es personal.
Séptima regla: Habla siempre de monjas, y de perros.
Octava regla: Emplea términos griegos que apenas entiendas.
Novena regla: El dogmatista ha de estar siempre borracho.
Décima regla: Dogma ha de ser sobrio.

“¿Cuántas reglas tenemos ya?, se pregunta W. Dogma es colaborativo, de esa se acuerda. Dogma es claro, ¿dijimos esa? La presentación debe ser inteligible para todo el mundo. (…) Dogma es fundamentalmente democrático, dice W.Dogma es personal, en esa ya estábamos de acuerdo, dice.(…)Dogma es reticente (…) lo dicho no se publica. ¡Desprecia la publicación! ¡Publicar es de tontos! Por otra parte Dogma es estudioso.(…)Dogma es apocalíptico.(…)Dogma está de parte de quienes sufren (…) Dogma es un movimiento defensor.(…) Dogma es periférico (…) Dogma rehuye el centro, dice W.Por eso no debemos olvidar que Dogma es asertivo.(…)Una última regla, una especie de meta-regla, dice W.: Dogma es experimental. Pueden añadirse más reglas pero sólo mediante la experiencia de Dogma”

Es Dogma una novela Dogma. Pues al igual que el otro Lars (y no olvidemos que aquí hay tres Lars en juego, Iyer, von Trier y el personaje que acompaña a W.) abandonó Dogma 95, Iyer abandona sobre la marcha, en la misma novela, las reglas que postulan sus personajes. De hecho, las reglas adquieren plena validez cuando se las abandona. No hay cosa más inútil, digo yo a título personal, que un decálogo, a no ser que esté diseñado de forma que no se vayan a acatar nunca sus consejos.

Así pues, ¿qué es Dogma? Pues es la inteligente continuación de las histriónicas aventuras de W. y Lars, Magma.
Esta segunda novela de Iyer es de nuevo un lamento (exagerado, impostado, sí, pero sincero) sobre la degradación del pensamiento actual, sobre nuestra condición de sociedad pre-apocalíptica y sobre nuestra voluntaria estampida hacia el abismo.

Herzog, Kafka, Walser, Howlin' Wolf, Jandek, el Oulipo, el Mahabharata, el capitalismo, la religión y muchos otros deambulan por la novela de Iyer junto a sus dos (¿idiotas?) personajes, mientras que las ratas sustituyen al agua que degradaba física, pero alegóricamente, el apartamento de Lars en Magma.

El pollo bailarín

Pulsa en la imagen:


“¿Cómo es que nuestra idiotez nos sorprende aún?, se pregunta W. ¿Es que aún albergamos la esperanza de vencer a nuestra idiotez?"

Dirán que es una novela magnífica e inclasificable... ¿inclasificable? Es una novela Dogma, no hay más que decir.
Avanzamos en la dirección correcta.


Los fragmentos de la traducción de José Luis Amores, para editorial Pálido Fuego.