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26/3/17

Nog, de Rudolph Wurlitzer

Dice el narrador de Nog en las primeras páginas de la novela:

Llego a la conclusión, cuando realmente reflexiono sobre ello, de que me invento buena parte de mis recuerdos —ahora mismo tres, para ser exactos— porque de lo contrario no consigo que me interesen.

Tres recuerdos: el de Nog, el del pulpo y el de la chica que le impulsa a irse del lugar, supongo.
¿Qué sabemos del narrador? Que tiene una pensión anual que le permite no trabajar, que mezcla indiscriminadamente los tiempos verbales, que abandona el pulpo tras una tormenta en una playa californiana, que ha viajado por todo el mundo y que quiere ir a Nueva York.
Dejémoslo claro, el narrador no se llama Nog, ni Lockett, aunque muchos le conocen por esos nombres. A Nog le surgía una luz amarilla del pecho y Lockett es el elemento que dispara la acción, la road-movie (¿road-novel?) que en el fondo es Nog. El narrador es el narrador y se centra en el presente-pasado de los acontecimientos de su “viaje”. Lleva un sombrero Stetson y un maletín de médico pero nada de eso es suyo, ya que pierde todas sus cosas en los primeros capítulos. ¿Qué es entonces una persona sin nombre, que nada de lo que posee le pertenece, que no pertenece a ningún lugar y cuyos recuerdos se limitan a pocas, tres, cosas? Una voz, un testigo, un observador, un narrador. Es misión del lector analizar qué quiere decirnos el narrador y qué NO quiere decirnos. No le importa mostrarse como un personaje cuya motivación principal es el sexo, pero quiere despistarnos enfocando nuestra atención hacia otras acciones amorales que van haciendo que avance la historia. Más que amoral, lo que podría implicar cierta tendencia en su comportamiento, el narrador se expone como un sujeto arrastrado por los acontecimientos y cuya actitud ante ellos es de inmensa indiferencia. Es complicado en estas condiciones analizar al personaje-narrador. Es más, Wurlitzer hace que sea imposible tal análisis. Y eso es lo que hace que Nog sea una novela muy interesante.

Sam Peckinpah mató a Rudolph Wurlitzer en Pat Garret and Billy the Kid (la que me parece la menos atractiva de las películas de Peckinpah) A falta de un actor para una escena de tiroteo accedió a que Wurlitzer, guionista de la película, interpretase a uno de los pistoleros que iba a morir.
Dijo Peckinpah:
Oh, we’ll get that fucking writer to stand in. Kill the writer. That’ll be fun. I always like to kill writers.” 
Matar al guionista es algo que, al parecer, le gusta a los directores de cine. Aunque no creo que Monte Hellman tuviese la misma opinión. Two-Lane Blacktop, la película que dirigió y que fue interpretada por James Taylor y Dennis Wilson (dos músicos) acompañados de Warren Oates (actor peckinpahniano) parte de un guión de Rudolph Wurlitzer. Si habéis visto la película, con su extraño juego de roles y diálogos inexistentes entre los dos personajes principales, podéis haceros una idea de como es el mundo narrativo de Wurlitzer. Podéis entender como en el mundo del autor el destino de un viaje no tiene importancia, pero el mismo viaje, ese que tanto nos enaltecía Kavafis, carece a su vez de sentido.

Nada tiene demasiado sentido. Follar, quizás... pero ni siquiera eso.
No sé, quizás lo único que tenga sentido en este viaje es la esencia absurda del mismo viaje. Eso podría ser lo que Wurlitzer nos quiere decir.
Es una suerte para nosotros que la editorial Underwood nos indique dónde ha vuelto a aparecer esta magnífica novela.

 Rudy Wurlitzer and Sam Peckinpah on the set of Pat Garrett & Billy the Kid (Everett Collection)

Ya a título personal, la verdad es que me siento muy identificado con la forma de escribir de Wurlitzer, me siento muy cercano a sus métodos. Si tengo que ser sincero hay mucho de Wurlitzer en mis novelas, aunque hasta ahora no había podido leerlo. Al igual que ocurrió con La hora del lobo de Bergman, debo reconocer la influencia fantasma de Nog en Constatación brutal del presente. Lo cual me lleva al misterio fundamental: ¿Cómo es posible que me influyan obras que no he leído ni visto?

¿La respuesta está en el viento? Bah, no.

(Fragmento de la traducción de Rubén Martín Giráldez para Ed. Underwood)

9/7/12

Justo antes de la matanza final: Ernest Borgnine 1917-2012

Este texto apareció en el Número 1 de la revista Ojo de buey

Lo recupero ahora en homenaje a Ernest Borgnine, recientemente fallecido


Let's go!

Dice Pike a los hermanos Gorch. — ¿Por qué no? — responde Lyle con un brillo en la mirada que se refleja en la de su hermano. Salen. Un gorrión queda muerto en el suelo de la casucha. Dutch les espera fuera, sentado en el suelo afilando un trozo de madera. No cruzan ninguna palabra. Sonríe. Clava el palo en el suelo. Los cuatro cogen sus armas y, mientras suena una canción, mientras el redoble del tambor aumenta de volumen, avanzan entre las tropas de Mapache, hasta llegar al patio donde se reúne el mando mayor de su ejército.




Desde que Pike dijo “Vamos”, hasta el momento en que se plantan ante el general han pasado cuatro minutos.

— Ah, los gringos otra vez. ¿Qué quieren?
— Queremos a Ángel
— De acuerdo, les daré a Ángel

Mapache coge a Ángel y le degüella delante de ellos.
Los cuatro disparan a Mapache matándolo.

Han pasado dos minutos desde que entraron en el patio.


Entonces llega la pausa más demoledora de la historia del cine. Las tropas de Mapache intercambian miradas con Pike, Dutch y los hermanos Gorch. Se suceden los rostros, las miradas, la indecisión.

Entonces la risa de Ernest Borgnine.

En una entrevista concedida por Ernest Borgnine a El Postre, un programa de Radio3, el actor declara:

Sam Peckinpah era un director de actores, no sé si me explico. Era un hombre que te permitía hacer lo que querías. Pero sabía que si te dejaba solo, llegarías con un montón de ideas equivocadas (…) Recuerdo otro par de cosas de ese rodaje, recuerdo que le dije a Sam Peckinpah en la escena que le cortan la garganta a Jaime Sánchez, que se la corta el general con un cuchillo, le dije que en ese momento sentía que yo no podía sonreír. Y Sam me dijo, Hazlo. “Hazlo igual que siempre. Será maravilloso”.


La risa de Borgnine es un estallido, un preludio, un resumen de toda la desesperación que arrastran, de toda la miseria en la que se han sumergido en busca de dinero.
Hay un principio que enuncia Pike cuando huyen de la emboscada, del frustrado atraco a las oficinas del ferrocarril: “We're gonna stick together, just like it used to be! When you side with a man, you stay with him! And if you can't do that, you're like some animal, you're finished! We're finished! All of us!

Están terminados. Todos lo están desde que han abandonado a Ángel en manos de Mapache.
La risa de Ernest Borgnine es el detonante. Los cuatro se miran y lo saben. Están acabados. Tal vez esa sea la única forma de recuperar su honor. La vida es imposible después de su fracaso como grupo.
Es la risa de un samurai.

Pike se endereza lentamente. Saca su revolver. Apunta con parsimonia y dispara.

Comienza la matanza.

Cuando finalmente Pike cae abatido por el disparo de un fusil que empuña un niño han pasado exactamente diez minutos desde que pronunció su “Vamos”. Diez minutos sin apenas diálogos y unos de los diez minutos más intensos de la historia del cine, diez minutos en los que la sordidez de la miseria de las habitaciones de las prostitutas deja paso a la gloria de la muerte por honor, pero un honor desteñido por su propia inmoralidad, por la mezquindad que le ha llevado a esa situación, por la ausencia de futuro.

Eso es lo que representa la risa de Dutch-Borgnine. Sam le dijo, “Hazlo, será maravilloso

10/5/10

Quiero la cabeza de Alfredo García, de Sam Peckinpah

Una entrada en el nº40 de Nuestro Funeral me hizo volver a Quiero la cabeza de Alfredo García :



Warren: ¿Le gusta el beisbol? A mí me gusta el baloncesto. Es un juego rápido, emocionante. ¿Que me dicen de Bill Russell de los Celtis, 1969? ¡Ese era un buen jugador!
Robert: Hace tiempo que trabaja usted aquí, ¿verdad?
Warren: Sí. Unos... seis años. Empecé en El Gato Negro de Tijuana. Era un buen sitio. El lugar que elegía la gente de categoría. Una noche fue Paulette Godard y me preguntó si yo sabía...
Gig: Usted conoce a mucha gente, ¿no?
Warren: ¿A quién andan buscando?
Robert: Como ya le he dicho, a un tipo que trabajó para nosotros. Un buen amigo, al que me gustaría volver a ver.
Gig: Es un mujeriego. Se llama Alfredo García. Usted puede ayudarnos a encontrarlo. Tiene unos treinta años. A veces se hace llamar Al García. Habla inglés... español... y un poco de francés.
Robert: Un chico listo...
Warren: Soy un hijo de puta... Pero me ha convencido. Me suena ese nombre.
Gig: ¿Y el apellido García?
Warren: Claro. Es como... Jones, o... Smith.
Gig: Estamos en el Hotel Camino Real. Si sabe algo nos alegraría verle.
Warren: No se preocupen. Si está vivo, lo encontraré.
Robert: ¡Es igual! Esté como esté, no es problema.
Warren: Entonces... ¿lo mismo da vivo que muerto?
Gig: Muerto, mejor muerto.
Warren: ¿Qué quieren oir?
Gig: Guantanamera.
Warren:¿Cómo dijo que se llama, señor?
Gig: Crusoe. Robinson Crusoe.




Bennie – Warren Oates acepta el encargo de encontrar para unos siniestros asesinos a Alfredo García, “muerto, mejor muerto”, porque ellos no saben que García ya está muerto. Así que lo único que debe hacer Bennie es viajar hasta donde está enterrado, cavar, robar la cabeza de Alfredo García, entregársela a los sicarios y cobrar el dinero. Las cosas nunca son sencillas.




Toda la acción se desarrolla en un ambiente sórdido y sucio, tanto como la ambiciosa misión que se propone Bennie. Hemos descendido al infierno.
No hablamos de realidad ni de los lugares físicos en los que se desarrolla la historia. Creo que Quiero la cabeza de Alfredo García tiene una interpretación alegórica.
La película se inicia con una escena bucólica: Una mujer moja sus pies en un estanque en el que nadan patos mientras canturrea una canción y acaricia su vientre abultado por el embarazo. Dos hombres aparecen y le dicen a la mujer que su padre quiere verla. El clima de paz y felicidad se trunca. La mujer acompaña a los hombres y una puerta se cierra tras ella.



Hemos abandonado el Cielo y entrado en el Infierno: O en nuestro mundo. El padre de la mujer, un poderoso hacendado, azota a su hija hasta que esta confiesa que el padre del niño que espera es Alfredo García. Entonces el padre pronuncia su sentencia: Quiero la cabeza de Alfredo García.
Todo ocurre por un niño.
Ya comenté a propósito de Grupo Salvaje la permanente presencia de niños en la película: “Todos soñamos con volver a la niñez. Aun los peores de nosotros. Quizá sobre todo los peores”. Niños que agraden y son agredidos, que contemplan, como un juego más, la violencia y la muerte.
En Quiero la cabeza de Alfredo García las puertas se cierran impidiéndonos acceder al Paraíso, ni tan siquiera a ese paraíso que (no entiendo muy bien la causa) consideramos la Infancia. Pero los niños, de nuevo su presencia es abrumadora durante todo el metraje, apenas juegan. Si descontamos el momento en que son invitados a helados por uno de los siniestros asesinos que persiguen a Bennie, el resto del tiempo los niños trabajan.









El último contempla un asesinato.
El mundo es un lugar miserable en el que la inocencia no tiene cabida. Bennie se enfrenta al Poder que simboliza el Mal y a los guardianes de las Puertas



Y finalmente atraviesa las Puertas para que la mujer y su hijo puedan recuperar el Paraíso.



Pero comete el error de coger el maletín con el dinero. Bennie carga con sus pecados.



No hay lugar en el Paraíso para Bennie.