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22/10/10

Pro urodov i lyudey (Of Freaks and Men, 1998), de Alexei Balabanov

San Petersburgo es una ciudad completamente desierta en la película. Solo los personajes se mueven en el exterior. Se desplazan en barcos de vapor por el río, caminan por las calles dominadas por impresionantes edificios sin nadie más en ellas. La presencia del ferrocarril es el constante elemento de fuga. Al final de la película podemos ver a un grupo de hombres embarcándose. Todos llevan un sombrero bombín y una maleta de cuadros, como salidos de un cuadro de Magritte. De El asesino amenazado, quizás.





Con su primera mirada sobre el río, el personaje de Yohan ya demuestra su voluntad de apoderarse de la ciudad. Por eso sus calles están vacías, porque toda la acción se desarrolla en sórdidos sótanos, en las lujosas mansiones de los burgueses y en teatros, los lugares que Yohan quiere dominar. En un desvencijado edificio Yohan fotografía a dos jóvenes sirvientas azotadas en sus nalgas descubiertas. No duda en matar. Porque ya está escrito que “la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha producido también los hombres que empuñarán esas armas, los obreros modernos, los proletarios”. Yohan es un revolucionario, la pornografía su arma.


Y digo “revolución” porque el aire de extrañeza que se desprende de la escenografía de la película (los exteriores vacíos, el tono sepia del film, la morbosa fascinación que las fotos pornográficas ejercen sobre los personajes, las máquinas a vapor, las peculiaridades de éstos, que impiden saber cuales son los “hombres” y cuales los “monstruos”) nos hace pensar que estamos frente a una narración alegórica.
Y claro, Rusia, principios del siglo XX, nos lleva a Octubre.


Pero además entre los personajes se encadena una serie de relaciones alternativas de sumisión-opresión. Como en una cadena en que cada eslabón se relaciona con el que le antecede y el que le sucede, aquí los personajes se encadenan a sus opresores y esclavizan a sus víctimas. La liberación de alguno de ellos, a través de la violencia, servirá para mostrarles nuevas cadenas personales de las que no pueden evadirse. Porque todos somos esclavos de nuestras pasiones.


La Revolución trae nuevas cadenas. Pero, quizás Balabanov no piensa en la Revolución en Pro urodov i lyudey y la narración no esconda un mensaje alegórico. Lo que es cierto es que es una película interesante y que invita a ser revisada.

(Un día después pienso que Pro urodov i lyudey puede no tener nada que ver con la revolución… tal vez esté más emparentada con Peeping Tom… no sé)

28/9/10

Brat, de Aleksey Balabanov

Nikita Mikhalkov dijo tras ver una película de Balabanov que mientras Tarantino filma sus propios cuentos de hadas, Balabanov retrata la cruda realidad.

Realidad.

Gruz 200 (Cargo 200) se construye en base a hechos reales pero basándose en fragmentos de narraciones de Faulkner y Dostoievski. Dos de las primeras películas de Balabanov, Schastlivye dni y Zamok están basadas respectivamente en textos de Beckett y Kafka: Happy days y El castillo.

Realidad. Cuando Balabanov es más "realista" es cuando traspone a Rusia, o a ese interregno en tránsito desde la caída de la URSS, el relato cinematográfico estadounidense. Si Mikhalkov lo compara con Tarantino es porque, al menos en Brat, Balabanov es comparable a Tarantino. Pero también a Melville, o al Mike Hodges de Get Carter. O las frías películas japonesas de yakuzas y samuráis. Y a Jarmush.
Creo que Mikhalkov confunde sordidez con realidad.

Lo que une a Balabanov y a Jarmush es el suburbio. Plasman con idéntica fuerza el desmoronamiento de la ciudad como esa descomposición de la urbe influye en sus personajes. El suburbio es un personaje recurrente en Jarmush y lo recorre a bordo de un automóvil desvencijado con la cámara asomando por la ventanilla. En Brat, Balabanov nos lleva a recorrer San Petersburgo, un paseo por las glorias zaristas y los triunfos de la arquitectura soviética, pero hace que sus personajes caminen por calles enfangadas, se refugien en los cementerios y vivan en habitaciones destartaladas.



Pero lo fascinante de Brat, es recordar que por esas mismas calles que nos muestra Balabanov, esos decadentes escenarios en aparente proceso de reconstrucción-desmoronamiento, son las que transitaron Dostoievski y Nabokov:

¡Qué profundamente ajenas a estas turbadas noches eran aquellas mañanas de San Petersburgo en las que, fiera y tierna, húmeda y deslumbrante, la primavera ártica facturaba lejos de nosotros los bloques de hielo que arrastraba con su corriente aquel Neva tan luminoso como el mar! Esa primavera hacía brillar los tejados. Pintaba la enlodada nieve de las calles de una intensa tonalidad morada del azul que luego no he vuelto a ver en ningún lugar.

Habla, memoria, V. Nabokov (trad. de E. Murillo)

Finalmente, el día otoñal, gris, opaco y sucio, le atisbaba por la grasienta ventana con tan mal humor y mueca tan torcida que el señor Goliadkin ya no podía de modo alguno dudar que se hallaba no en un remoto país de maravillas, sino en la ciudad de Petersburgo, en la capital, en la calle Shestilavochnaya, en el cuarto piso de una vasta casa de vecindad, en su propio domicilio. (pág. 7)

La noche era horrenda, noche de noviembre, húmeda, neblinosa, lluviosa, nivosa, noche preñada de catarros, resfriados, flemones, calenturas, anginas, fiebres de todo género y gravedad, en suma, una de esas noches con que el mes de noviembre galardona a la ciudad de Petersburgo. El viento aullaba en las calles desiertas, alborotando el agua negra de la Fontanka, que brincaba por encima de las argollas de amarre, y haciendo rechinar con su empuje los débiles faroles del muelle, que a su vez respondían con esos chirridos agudos y ensordecedores que forman el incesante concierto de sonidos inaguantables tan conocidos de los habitantes de Petersburgo. Llovía y nevaba al mismo tiempo. Los chorros de agua en que el viento convertía la copiosa lluvia cruzaban horizontalmente, como lanzados por la manga de un bombero, pinchando y cortando la cara del infortunado señor Goliadkin como otros tantos alfileres y agujas. (pág. 40)

El doble, F. Dostoievski (trad. J. López-Morillas)

San Petersburgo como una ciudad inhóspita y bella, odiada y amada. Balabanov en Brat sabe captar las contradicciones de la ciudad, añadiendo al conjunto la modernidad luchando con el pasado soviético. Una ciudad marcada por heridas como las que parecen llevar sus personajes. Una ciudad contradictoria como una película que parece beber de muchas fuentes, narrada tranquilamente, con explosiones de violencia.
Una película sórdida.
Sí, tal vez como la vida misma. Eso que llamamos realidad.

31/8/10

Cargo 200, de Aleksey Balabanov

Una frase falsamente atribuida a Dostoievski sentencia: “Si Dios no existe todo está permitido”

En realidad es una síntesis de la discusión teológica que se mantiene en el segundo libro de la primera parte de
Los Hermanos Karamazov:
‑Eso es un plagio, Aliocha: repites las ideas de tu starets. Iván os ha planteado un enigma ‑exclamó con visible animosidad Rakitine, cuyo semblante se alteró mientras sus labios se contraían‑. Un enigma estúpido en el que no hay nada que adivinar. Haz un pequeño esfuerzo y lo comprenderás todo. Su artículo es ridículo y necio. Le he oído perfectamente cuando ha desarrollado su absurda teoría. «Si no hay inmortalidad del alma, no hay virtud, lo que quiere decir que todo está permitido.» Recuerda que tu hermano Mitia ha dicho sobre esto que lo tendría presente. Es una teoría seductora para los bribones... No; para los bribones, no. Esta vehemencia me trastorna... Es seductora para esos fanfarrones dotados de «una profundidad de pensamiento insondable». Es un charlatán, y su teoría, una bobada. Por lo demás, aunque no crea en la inmortalidad del alma, la humanidad hallará en si misma el vigor necesario para vivir virtuosamente. Esa fuerza se la proporcionará su amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad.



“Si no hay inmortalidad del alma, no hay virtud, lo que quiere decir que todo está permitido”, en lugar de la frase que se ha convertido en injustamente célebre.

La tesis de Ivan Fiodorovitch se complementa con una anécdota sobre una reunión en la que éste afirmaba “que ninguna ley natural impone al hombre el amor a la humanidad”, “de modo que si se destruye en el hombre la fe en su inmortalidad, no solamente desaparecerá en él el amor, sino también la energía necesaria para seguir viviendo en este mundo. Además, entonces no habría nada inmoral y todo, incluso la antropofagia, estaría autorizada. Y esto no es todo; terminó afirmando que, para el individuo que no cree en Dios ni en su propia inmortalidad, la ley moral de la naturaleza es el polo opuesto de la ley religiosa; que, en este caso, el egoísmo, incluso cuando alcanza un grado de perversidad, debe no sólo ser autorizado, sino reconocido como un desahogo necesario, lógico e incluso noble”.
Y se concluye: “‑¿He entendido bien? ‑exclamó de súbito Dmitri Fiodorovitch‑. «La maldad, para el ateo, no sólo está autorizada, sino que se considera como una manifestación natural necesaria y razonable. » ¿Es esto?
‑Exactamente ‑dijo el padre Paisius”.



Sin mencionar a Dostoievski, Cargo 200 (Gruz 200), de Aleksey Balabanov basa su relato en esa premisa: “La maldad, para el ateo, no sólo está autorizada, sino que se considera como una manifestación natural necesaria y razonable

Ambientada en la Unión Soviética en 1984, según se indica al principio, la historia que narrará Balabanov está basada en hechos reales. Y eso en cierta parte se constituye en una paradoja ya que tras la primera conversación que emplaza a los personajes en su contexto social uno de los personajes, Artem, se ve obligado a recurrir a unos turbios personajes en un ambiente extraño. El catedrático sufre una avería en su coche y pide ayuda en una destilería clandestina de vodka. Alexey, que dirige la destilería, obliga a beber al profesor y empieza una discusión teológica:



-¿Es usted ingeniero?
-No, soy profesor de Ateísmo Científico en la universidad.
-¿Qué es primero, la materia o la conciencia?
-La filosofía Marxista-Leninista rechaza la idea de Dios, como idea basada en la imposibilidad de conocer el mundo que rodea al hombre…
-Dígame algo, científico... ¿Dios existe o no?
-Es lo que intento explicarle...
- Entonces, ¿No hay Dios?
- No.
-Bien, ¿qué existe entonces?
-Hay una materia dinámica que se nos brinda en forma de sensaciones.
-¿Y alma? ¿Existe el alma?
- No, Alexey, no existe el alma.
- Entonces, Artem, no hay Dios. Ni alma.
-Hay consciencia y materia.
-¿Y de dónde provienen? ¿De dónde viene la consciencia?
-Alexey, esta charla no tiene sentido. Existe la teoría de Darwin, se enseña en las escuelas.
-¿Quiere hacerme creer que un mono recogió un hueso y así nació el pensamiento abstracto?
- Bebamos.
- No, no bebo, gracias. Debo viajar a Leninsk.
- ¿Cómo lo hará?
- Bueno, me voy.
- Espere. Usted llegó, y no debe ofender a sus anfitriones. Le abrimos nuestras almas, aunque usted no tenga una. Así hacemos las cosas aquí, profesor. (…) Entonces, Artem... ¿No hay nada allá arriba?
-Verá, Alexey, yo soy agnóstico. Creo en el mundo palpable, no creo en lo sobrenatural.
- Usted es comunista.
- Sí, soy miembro del Partido Comunista.
-¡No debería sentirse orgulloso! Todo lo malo viene de ustedes, comunistas. Quieren reemplazar a Dios con su Partido y con su Lenin. (...) No hay Dios, y todo marcha igual ¿recuerda? Asesinaron a millones. Y yo, cuando era joven maté a un hombre accidentamente, en una pelea. Y fui encarcelado justamente, por que sabía que era culpable. No pude culpar a nadie más. Una sentencia de 10 años. Y no dije nada. Mi conciencia no me lo permitió. Dios me impidió olvidarme de lo que hice. Y usted pretende abolir a Dios inventando una ciencia para ello.
-¡Tú sabes, Alexey, que los parámetros morales son manejados por motivos materiales y económicos! ¡Manifestaciones como la moral, el sentido del deber y la conciencia existen desde tiempos primitivos, mucho antes del cristianismo! ¡Reacciones semiinstintivas causadas por la obligación de preservar un tabú! ¡Además, los Diez Mandamientos que figuran en el Viejo Testamento se originaron y mantuvieron mucho antes de ser escritos!
-Es cierto. Dios nos otorgó los Mandamientos. Siempre estuvieron allí, sólo que los escribieron más tarde. Y no me asustan sus palabras intelectuales. "Tabú" Nosotros también leemos libros.


La discusión ha ido elevándose de tono y está completada con otras acciones y diálogos que he omitido que presenta a los personajes de la destilería: Alexei, cada vez más borracho, Sunka, el vietnamita, la mujer de Alexei, y un silencioso y extraño personaje. Toda la acción, punteada por la conversación dostoievskiana, tiene un extraño aire familiar y siniestro. Poco después llegan a la destilería un joven y una chica.
A partir de este momento reconocemos que nos encontramos ante la más turbia y despiadada adaptación de Santuario de William Faulkner.




Lika, la Temple Drake de Balabanov, sufrirá un destino más atroz que el ideado por Faulkner y eso, intuimos de alguna manera, toda esa parte que ya nada tiene que ver con la literatura, son los hechos reales en los que se basa la película. Y es que si a Santuario se le puede reprochar algo, es la inconsistencia de su personaje femenino, que pasa de las reacciones infantiles a una dependencia total de su raptor, Popeye, sin que sepamos bien como se produce ese proceso o sin que podamos aceptar lo que Faulkner propone. Aquí la brutalidad es tan extrema que no es posible que Lika empatice con su raptor, imagen del mal amoral y sin restricciones, como proponía el personaje de Dostoievski.




Gruz 200 es una película destacable en todos sus aspectos. Pero dejad que me quede fascinado con la estructura narrativa y en como el director ruso es capaz de emplear y combinar a escritores tan distintos como Faulkner y Dostoievski para desarrollar una tesis que ahonda en la maldad humana al mismo tiempo que desarrolla una pesadumbrosa crítica al modelo soviético.

Al final, hay una escena en la que el profesor de Ateísmo Científico (un personaje comparable al Benbow de Santuario) entra en una iglesia. Tal vez ha comprendido lo que comportan en la práctica sus teorías ateas. Tal vez implica la posibilidad de redención o la imposibilidad de ésta a través de una falacia no científica, como la religión. O, tal vez, sea una broma:

-Yo, en cambio, creo en Dios. Últimamente tenía mis dudas, pero ahora sólo me falta oír una frase sublime. En esto me parezco al filósofo Diderot. ¿Sabe usted, santísimo starets, cómo se presentó al metropolitano Platón, cuando reinaba la emperatriz Catalina? Entra y dice sin preámbulos: «¡Dios no existe!» A lo que el alto prelado responde: «¡El insensato ha dicho de todo corazón que Dios no existe!» Inmediatamente, Diderot se arroja a sus pies y exclama: «¡Creo y quiero recibir el bautismo!» Y se le bautizó en el acto. La princesa Dachkhov fue la madrina, y Potemkin, el padrino...
‑Esto es intolerable, Fiodor Pavlovitch- exclamó Miusov con voz trémula, incapaz de contenerse‑. Está usted mintiendo. Y sabe muy bien que esa estúpida anécdota es falsa. No se haga el pícaro.


Esta historia está basada en hechos reales