25/1/19

Sartor Resartus, de Thomas Carlyle

Sartor Resartus, el sastre sastreado o el sastre remendado. Todo, desde el título, en esta novela debe ser explicado. Por ejemplo, sobre qué trata. Digamos, por ser fiel a la primera lectura del texto, que se trata de una especie de hagiografía por parte de un editor de la vida y obra del Profesor de Ciencia de las Cosas en General, Diogenes Teufelsdröckh (Hijodedios Estiercoldeldiablo) de la Universidad de Weissnichtwo (Nosesabedónde) en Alemania, autor de una enciclopédica Filosofía del Vestido.
Será a través de fragmentos de esa obra, titulada El vestido, su origen e influencia, y de textos encontrados dentro de seis bolsas de papel, con títulos referentes a constelaciones del zodiaco, remitidas al editor por el mejor amigo de Teufelsdröckh, Herr Hofrath Heuschrecke (Señor Consejero Saltamontes) como conoceremos la vida (o lo que el propio Teufelsdröckh ha escrito sobre ella) y parte de su obra.

En estas condiciones no es difícil deducir que nos encontramos ante una sátira.

Pero también ante una obra exuberante y desproporcionada cuya importancia en la literatura del siglo XX no ha estado lo suficientemente reconocida.
En primer lugar, creo, porque la misma esencia de la sátira, que no se refiere únicamente al tema tratado, sino que es un compendio crítico del siglo XIX y sus usos sociales y literarios, le confina al territorio de lo “poco serio” por los “gestores del canon”. Además en la época de su publicación no fue entendido ni por editores, ni libreros, ni críticos, como se recoge en el apéndice al final del texto. Solo Ralph Waldo Emerson parece que captó la grandeza del texto y sus implicaciones narrativas.
En segundo lugar la crítica que desarrolla Carlyle no se limita únicamente al absurdo de intentar explicar el mundo a través de la evolución del vestido. Es en los textos rescatados de Teufelsdröckh donde el autor demuestra sus verdaderas intenciones. En realidad ante lo que nos encontramos es ante una parodia de la narrativa romántica. No en vano se inicia con una cita de Goethe.
El espíritu de Goethe, de Sterne, de Milton sobrevuela toda la novela. Pero también es una crítica a toda la tradición narrativa de su época. Lo que hace Carlyle, a través de Teufelsdröckh, es mostrar los defectos de esas novelas grandilocuentes a través de una elaborada pedantería farragosa, en las que, por ejemplo, las emociones sentimentales son descritas a través de los paisajes en los que se producen, descripciones delirantes y excesivas que nada dicen en el fondo sobre la condición humana.
Y aunque Teufelsdröckh emplea el recurso de los paisajes hablando de los acontecimientos de su vida dice después:

Poco antes de que se erradicase la viruela—dice el profesor— apareció en Europa una nueva enfermedad de carácter espiritual: me refiero a la epidemia, hoy endémica de los coleccionistas de paisajes. Los Poetas de la antigüedad, poseedores como eran de unos Sentidos privilegiados, también habían disfrutado de la Naturaleza exterior, pero siempre tal como nosotros disfrutamos de la copa de cristal que contiene un buen o mal licor, es decir, en silencio o con un breve comentario incidental, nunca, que yo sepa, hasta después de Los sufrimientos de Werther, hubo nadie que dijera “¡Vamos, hagamos una descripción! ¡Consumido el licor, comámonos la copa!”


Y es en ese sentido donde la novela muestra su aspecto más complicado que la ha relegado a un segundo plano en la historia de la Literatura. Porque los discursos desaforados, desmedidos y casi mesiánicos tanto del Editor como del Profesor (ahí lamento yo que no exista mayor diferenciación entre el estilo de ambos) hacen que la lectura sea en ocasiones muy complicada. Y esto es algo deliberado. No tan solo los discursos son grandilocuentes, sino que ellos mismos, bañados en cierto non-sense, se contradicen a sí mismos en un pantagruelico festín narrativo.

O, por hablar sin metáforas—un modo de expresión que por desgracia nos ha contagiado en parte Teufelsdröckh —¿puede ocultársele al editor que muchos lectores británicos se sientan al leer la Obra más ofuscados y afligidos que ilustrados por ella? Sí, hace tiempo que muchos lectores británicos se preguntan con una especie de gruñido: “¿Adonde conduce todo esto o de qué sirve?”


La Obra se muestra en todo su esplendor y se contradice a sí misma. Se presenta como una gran Obra filosófica, digna del gran Profesor de la Ciencia de las Cosas en General, pero al mismo tiempo se contradice a sí misma, criticando todo aquello que dice. Porque la intención es mostrar a través de los discursos del Editor y el Profesor la inanidad de los mismos. La misma vida de Teufelsdröckh, rescatada a través de textos autobiográficos de dudosa veracidad, resulta tan risible, o más bien “normal”, cuanto más trascendente o trágica intentan mostrárnosla ambos narradores.
Es, como se dice en la novela, una Biografía poético-filosófica que ha de leerse de manera poético-filosófica.

Por eso, como dice el pasaje al que continúa el texto citado anterior, si el lector vislumbra en la Obra, aunque sea por un solo momento la Tierra de los Sueños y la Región de lo Maravilloso (“hasta tus mantas y calzones son Milagros”), deberá sentir gratitud por el Profesor.

Y así dejamos cumplida cuenta de nuestra deuda con el autor:
Muchas gracias, Thomas Carlyle.

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