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una tira de papel alargada por las dos caras. Pegue los extremos
dándoles un giro según se indica en la siguiente figura.
TEXTO:
fecundo en ardides, a
Ítaca. Finalizada la guerra, destruida Troya se embarca con sus
compañeros a los que verá morir a lo largo de su periplo de varios
años de aventura en aventura, en las que se mezclan amor y lucha.
Cuando consigue pisar el suelo de Ítaca debe de nuevo guerrear. El
final supone la paz pero su enfrentamiento con los pretendientes abre
un nuevo horizonte de batallas sin fin fuera de la narración. ¿En
qué difieren el origen, el camino y el regreso? Volver al hogar
supone nuevos combates, incluso la llegada es un nuevo combate para
ser reconocido. No hay diferencia entre el viaje y la llegada, no hay
final diferenciado del viaje. Ruega por que tu viaje sea largo y esté
lleno de aventuras, dice el poeta, pero todo es el mismo absurdo
bélico. El narrador de El lugar, la novela central de la Trilogía
involuntaria, se encuentra en una especie de fortaleza-prisión
formada por una sucesión (¿infinita?) de habitaciones idénticas
que sólo permiten avanzar en una dirección.
(No se detenga. Siga la flecha)
Encontrar una salida de esa
interminable prisión en ruinas es lo que impulsa al narrador en
primera persona de El lugar. Lo que encuentra al final de su
viaje-fuga (que no voy a desvelar aquí) no difiere (si difiere, pero
no emocionalmente) de lo que ha abandonado. Preferimos nuestra propia
prisión aunque esté en ruinas y anegada.
Igualmente inundada debe quedar la
mansión que el narrador de La ciudad, la primera de las tres
novelas, abandona con puertas y ventanas abiertas, como forma de
airearla de su insana decrepitud, mientras sale a comprar bajo un
fuerte chaparrón. No volverá a su casa ya que el azar y la tormenta
lo juntan con una enigmática mujer a la que seguirá hasta una
pequeña ciudad con sus propias y peculiares normas de convivencia y
de la que aparentemente no se puede salir. Al final lo veremos
adormeciéndose en un vagón de tren sin luz atestado de viajeros.
Del mismo tren en absoluto del mismo
tren desciende tras un viaje de cientos de años el narrador de
París, tercera y última novela de la trilogía. París, una ciudad
reconocible y a la vez ignota, un París extemporal en la que se vive
bajo la amenaza de invasión por las tropas alemanas. Huir de la
ciudad, de nuevo, es lo razonable ante avance de los nazis, pero el
narrador tiene una misión que cumplir, una misión que podríamos
considerar divina.
Levrero tiene la peculiaridad de hacer
que sus personajes-narradores acepten el absurdo como algo cotidiano
con completa naturalidad. Y esa es una de sus grandezas literarias.
Las tres novelas, que de ninguna manera
continúan, que de ninguna manera están enlazadas, conforman sin
embargo una suerte de circularidad narrativa que el (los)
narrador(es) recorre(n) interminablemente. Hay que huir, hay que
escapar, sí, pero ¿a dónde? Y la fuga y el retorno ¿suponen un
final? Lo que se demuestra, o creo que se demuestra, es que no hay
lugar de retorno, tan solo una interminable fuga.
La frase recurrente que abre París es
una declaración de la alegoría que encierran estas tres novelas:
“Sin embargo no me parece insensato emprender un viaje para darse
cuenta de su inutilidad” Solo hay que cambiar la naciente
desesperación de su inutilidad por una calmada desesperanza, le
dicen al narrador de París y así “habrá obtenido lo que muchos
humanos anhelan”. Una calmada desesperanza que recorre las tres
novelas y que posiblemente apuntan, aunque irónicamente, al viaje
por excelencia, al viaje inicial fundamento de toda la narrativa, el
retorno de Odiseo
FIN DEL TEXTO
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