Pongamos que hay un narrador I (o,
indistintamente, una narradora she-I). Pongamos que no está
especificado en qué momento un narrador I se transforma en otro
narrador I... eso no es exacto... pongamos más bien que el lector
debe estar atento para darse cuenta del momento en que un narrador en
primera persona es sustituido por otro. Pongamos que cada uno de los
discursos de cada I se inicia in media res y no concluyen a la manera
clásica. Pongamos que no hay introducción, se nos muestra una parte
del nudo y no se incluye el desenlace. Al menos aparentemente.
Pongamos también que entre cada uno de los discursos de distintos I
parecen existir ciertas ilaciones que nos llevan a plantearnos una
serie de “¿y sí?” que apuntan a que no nos encontramos ante una
estructura arbitraria creada por la adición indiscriminada de
fragmentos, sino ante una obra compacta y compleja llena de un
profundo significado que nos invita a prestar atención.
Así que me lanzo a tomar notas:
El primer I (que no es necesariamente
un único I, me dedico a separar discursos sin saber “verdaderamente”
si pertenecen al mismo) se define como interesado en estar
interesado. Hostil y sarcástico define al Hombre como “el animal
que mea dos veces donde no debería”
El siguiente I se define o bien como
fondo o bien como figura. Fondo o figura. Fondo y figura. Philip
Glass, Eadweard Muybridge.
I. Deja su casa. Paseos por la ciudad y
el parque. Cree comportarse como un fantasma ante la ausencia laboral
de su madre.
I conduce a una cita. Se encuentra con
Dave apoyado en un Toyota. Parten junto a Jurgen a cazar luciérnagas.
(Primera mención a Eisenstein)
Conversación entre I y su interlocutor
sobre música. La variaciones Diabelli de Beethoven. Por qué, se
pregunta el interlocutor, Beethoven al final de su vida “se
enamoraría de esa forma del reciclaje, de contar la misma historia
una y otra vez” y sigue, por qué se volvería “tan circunscrito:
intentando generar el infinito dentro de un área finita; es como si
se hubiera vuelto contra la noción progresiva de historia y con ello
se hubiera dispuesto a denegar los mecanismos del tiempo lineal...”
Luego pasa a hablar de su hijo Michael y cuenta la anécdota de la
batería. Concluye: “¡Mejor que mejor!; para el Beethoven tardío,
mejor la belleza de la lucha y la futilidad que la ilusión del
logro; pues mientras luchamos, parecería decirnos, somos igualmente
bellos” (Anoto que al parecer esta alusión a Beethoven hace
referencia a las intenciones del autor)
I, el cuaderno de recortes de su
abuelo, Nick y el aspersor y su trabajo como animador. ¿El cine como
metáfora autoreferente?
I, Raymond y la radio.
Aquí se introduce una de las dudas que
hace de El cuaderno perdido una experiencia fascinante. I comenta que
conoció a Neville a través de los padres de Raymond. ¿Podemos
afirmar que se trata del mismo Raymond? El I de este fragmento parece
quedar también anonadado por las distintas versiones de Raymond que
escucha de boca de otras personas. Rememora un Rashomon infinito.
Pero, ¿podemos decir que este I es el mismo del fragmento anterior?
La parte final hace referencia a una antena, pero no podemos asegurar
nada... esa incertidumbre es el motor que da empuje a la estructura
narrativa de la novela.
She I, entrevista, profesora de
historia, activista política, abuelo músico y empresario. Tema del
fondo y la figura. Política y publicidad...
(las notas siguen, pero dejo de
transcribirlas)
Aquí estoy, en la peor época del año,
dicen, para escribir y para leer sobre asuntos demasiado
complicados... la ligereza es el símbolo de nuestros tiempos,
dicen... y más en verano, dicen... tengo muchas más anotaciones
sobre la novela de Dara. Además, con la inestimable ayuda del editor
y traductor, José Luis Amores, puedo rastrear las cientos de
referencias que se entrecruzan a lo largo de la novela.
Pongamos un ejemplo:
(pág. 35): “vi a un tipo apoyado
sobre un Toyota”...
(pág. 36): “el Toyota de Dave,
observé, tenía un panel de plástico y cinta aislante a modo de
ventanilla trasera izquierda”...
(pág. 116): “subí a bordo del
Toyota del estudio”
(pág. 174): “...Y entonces vi...
...situado en un fragmento de sombra
esparcido de hojas...
...completamente a solas...
...al Toyota...
...mi Toyota...”
(pág. 193): “hasta el Toyota ha
detectado el zumbido”
A partir de ese momento deja de
mencionarse al Toyota y las menciones a vehículos se focalizan en un
Honda Civic:
(pág. 257): “mientra extraía la
unidad de radiocasete de mi Honda Civic ya aparcado...”
(pág 342): “¿te sabes el del Honda
Civic que se autodestruye?...”
(pág. 505): “ni siquiera debería
coger el coche, ni siquiera debería coger el Civic,...”
Ya no he querido molestar más al
editor, preguntándole por ejemplo cuántas veces aparece un walkman
en la narración o el número de menciones a, por ejemplo, Harry
Partch, Ravel, Chomsky, Eisenstein o Piaget... o también si se
menciona explícitamente a Jung en la novela... y seguiría hasta
agotar el tema.
Me gustaría tener tiempo, ese que
pierdo en actividades triviales y mecánicas denominadas
genéricamente como “trabajo”, para trazar un mapa de las
relaciones que se establecen entre los distintos narradores (véase
nota sobre “los distintos narradores”) de la novela de Dara. Hay
en El cuaderno perdido un objetivo claro que no es evidente hasta
casi finalizada la novela, cómo, de alguna forma, todas las
historias convergen sin converger, cómo entre los distintos
narradores, debe incluirse al autor, sí, pero también al lector,
cómo, quizás por primera vez en la historia de la narrativa, Dara
logra conectarnos con aquello con lo que ya estamos conectados, con
ese “inconsciente colectivo jungiano” al que hace mención Amores
en las notas que me pasa.
En general me gustaría tener tiempo
para desarrollar aquellas cosas que me impresionan e impactan.
Pormenorizar las conexiones internas de las narraciones de El
cuaderno perdido sería un ejercicio que se me antoja satisfactorio y
agradable. La novela de Dara no es una simple narración, es ese tipo
de libros que crecen en la memoria y piden ser releídos con calma
para intentar descubrir los resortes ocultos que desvelan ciertas
relaciones. Pero, por otra parte, el derrotero por el que nos lleva
la novela, nos hace pensar que esas relaciones, que existen y sería
interesante describir una a una, no son más que señales que apuntan
hacia la colectividad. El Toyota de Dave de las páginas 35 y 36,
puede no ser el mismo Toyota que conduce el técnico de iluminación
del espectáculo de Flack en la página 116. O puede ser el mismo
coche que pasa de mano en mano y es conducido por varios narradores.
O es un objeto común con una denominación genérica. Es deliberado
por parte de Dara el uso repetido de la marca del vehículo. Quiere
crear en los lectores la sensación de que todo está conectado. Pero
es que, de esa misma manera, en la “vida real” esas cosas están
conectadas. No existe relación entre los usuarios de un Honda Civic
que vivan en la misma ciudad, más allá del simple hecho. Pero,
siguiendo la teoría de Chejov, en una novela nos puede parecer
destacable esa mínima coincidencia, porque, de no ser así, para qué
menciona el autor ese detalle trivial, nos preguntamos. Lo que busca
y consigue Dara es crear esa red de relaciones que nos haga sentir la
unidad del conjunto narrativo. Esos detalles coincidentes y
referenciales logran que consideremos a la novela como un Todo
congruente en lugar de como una sucesión enlazada de relatos... y
con esto pasamos a:
Los distintos narradores:
Una de las características principales
de la novela de Dara es el engarzado de los distintos discursos en
primera persona sin que en ocasiones sea sencillo distinguir en que
momento se pasa de uno a otro. Narradores masculinos y femeninos se
encadenan en una especie de discurso único, plagado de situaciones
extrañas, cada uno de ellos con un objeto narrativo distinto, aunque
algunos de ellos sean, como ya he explicado, recurrentes a lo largo
de la novela. Insisto en llamarlo novela. Una novela sólida y
consecuente, fragmentaria pero no en el sentido “vanguardista”
con el que últimamente se emplea el término y que en última
instancia apela a una especie de collage deslavazado de relatos
mínimos. En la novela se emplea aparentemente ese sistema, pero lo
prodigioso de El cuaderno perdido es que vamos entendiendo poco a
poco que esa aparente partición sin aparente relación de relatos
encadenados tiene un objetivo. Quizás se resuma en una especie de
tesis que articula aforísticamente uno de los narradores, “el
propósito de la vida es crear el máximo sufrimiento”. La
estructura de la novela es explicada a partir de una conferencia de
Chomsky que uno de los narradores relata: “Debemos reconocer que
nuestra comprensión de los fenómenos complejos es sumamente
limitada (…) Únicamente comprendemos fragmentos de realidad, y
tengamos por seguro que toda teoría interesante y significativa
acierta como mucho sólo parcialmente...”. Eso es justamente lo que
nos da Dara, fragmentos de realidad, en los que en cada uno de ellos,
desde la perspectiva particular de cada uno de los narradores en
primera persona, está presente alguna forma de sufrimiento, aunque
no siempre de forma explícita. El tránsito de un narrador a otro
acentúa esa especie de desesperanza. Ya sabemos que en “la vida
real” el sufrimiento es una sensación objetiva muy difícil, sino
imposible, de comunicar. Todo intento de explicar a otro nuestro
dolor se convierte en un relato del dolor que carece precisamente de
su ingrediente principal, el dolor. Hay dolores físicos, emocionales
e incluso intelectuales. Dara intenta recorrerlos todos, sin que
tampoco explícitamente la novela se convierta en un compendio del
sufrimiento ni se recree innecesariamente en ello. Más bien la
tesitura principal verse sobre la cotidianidad, sobre la trivialidad
de lo excepcional o, al contrario, sobre la excepcionalidad de la
trivialidad. En cualquier caso, gran parte de la novela se centra en
la relevancia del Yo a través de sus narradores en primera persona.
Quiero copiar un fragmento de
transición entre narradores que me parece excepcional:
“...y lo que quiero, por encima de
todo, es encontrar mis propios medios para sufrir, ser capaz de
expresar yo misma mi tristeza; este, pues, será mi proyecto, mi
iniciativa creativa: encontrar una versión absolutamente personal de
tristeza; quizás sea la tarea más significativa que me quede;
aunque ni siquiera debería decir me, mi, yo, cuando me refiero a
ello, pues hacerlo representa una afirmación demasiado atrevida;
sería mejor, más exacto, desde luego más juicioso, usar la tercera
persona, ella, para captar mejor la situación, o incluso él, la
masculina, la forma todavía más genérica; en realidad debería
decir Él despierta; Él corretea hasta el baño...”
A partir de
ahí Dara desarrolla las acciones que Él efectúa hasta ponerse ante
un micrófono y responder a unas preguntas implícitas... ¿el mismo
Él?, quizás, quizás no. Lo interesante del fragmento es cómo se
pasa de un Ella narradora a las actividades triviales de un Él
ignoto, a través de unas reflexiones que ya no son tanto de Ella
sino que pueden parecer pertenecer al propio autor. De lo que se
trata en última instancia es de diluir al narrador, incluso al
propio autor, a través de una serie de divagaciones personales que
corresponden a una multitud de narradores que ni siquiera podemos
afirmar con certeza que estén relacionados de alguna forma, ni que
compartan un mismo espacio geográfico o cierta proximidad física.
Lo que prima en gran parte de la novela es el Yo superlativo,
egocéntrico y solipsista.
En algún momento de la narración
tiene lugar un acontecimiento.
A partir de ese momento todas las voces
narrativas, que siguen siendo en primera persona y siguen teniendo
las características egóticas de esa voz, convergen y se convierten
todas juntas en una única voz colectiva enfrentada al sufrimiento.
Y esa es la grandeza de la novela.
Grandeza que, como el dolor, es
absolutamente imposible de explicar.
Stephen J. Burn, en su prólogo a la
edición de Pálido Fuego avisa que El cuaderno perdido es el Moby
Dick de nuestros tiempos: Una novela de suma importancia narrativa
para su generación y las posteriores que ha sido (y es)
despiadadamente ignorada.
No hagamos lo mismo ahora que tenemos
la oportunidad de leerla.
3 comentarios:
¿Pero el "Moby Dick" de nuestros tiempos no era "La casa de hojas"? Yo con tanto Melville suelto no sé ya qué comprar ni qué leer, que la beca no me alcanza para tanto.
El cuaderno perdido es más "Moby Dick" que La casa de hojas, no tanto en contenido sino en "destino". Yo espero que la novela de Dara sea reivindicada como se merece.
Un saludo y gracias por tu comentario.
Bueno, tendremos que hacerle un hueco en la lista de la compra.
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