Hay novelas que me enferman. Me provocan una especie de pulsión irrefrenable que me afecta físicamente, me conducen a un estado febril en el que la realidad de la novela suplanta a la mía.
(También es posible que simplemente esté acatarrado)
Pero esta sensación es señal de que la novela perdurará en mi memoria, que de alguna manera se ha convertido en un hito en mi camino hacia la disolución.
Hablemos de la memoria:
“Porque desde mi infancia he tenido una hipersensibilidad enfermiza y ya entonces mi imaginación transformaba todo rápidamente, excesivamente deprisa, en recuerdo: a veces bastaba un día, un intervalo de un par de horas, un sencillo cambio de lugar, para que un hecho cotidiano, cuyo valor lírico no percibía mientras lo estaba viviendo, quedara coronado por el eco luminoso que normalmente no rodea más que a los recuerdos que han permanecido durante largos años en el potente fijador del olvido lírico. En mi caso, este proceso de galvanoplastia por el que las cosas adquieren un fino baño de oro y un noble depósito de pátina se desarrollaba con una intensidad, por así decirlo, enfermiza, y la excursión del día anterior, si alguna circunstancia objetiva indicaba que había finalizado, que no se iba a repetir ni podría repetirse, se convertía para mí, a la mañana siguiente, en una fuente de meditaciones melancólicas y aún confusas. Me bastaban dos días para que las cosas adquiriesen la gracia del recuerdo. Era aquella misma excitación lírica que habíamos heredado de nuestro padre (...)”
Destaco el fragmento porque en él se encuentran los dos temas principales de las novelas que componen Circo familiar, la memoria como instrumento exhaustivo de descripción y el padre.
(no el padre del autor, Kiš, sino del narrador, Sam)
(obviamente sí el padre del autor, Kiš, hasta cierto punto)
(el padre y parte de la familia Kiš murieron en Auschwitz)
(el padre de Sam, redivivo, quiere el narrador que reaparezca tras la 2ªGM)
Kiš “padece” una especie de eidetismo. Decir “padece” es exagerado, porque para un escritor es una bendición, o no, depende de cómo lo use. Nabokov también era eidético, pero la forma que tiene Kiš de indagar en la capacidad de retener gracias a la memoria los más mínimos detalles que rodean a una circunstancia recordada determinada resultan mucho más poéticos que en el caso de Nabokov, en el que la memoria es un instrumento implacable pero en ciertos momentos frío y clínico.
(Punto para Kiš)
(No es mi intención ponerlos a competir a pesar de que comparten algunos rasgos, determinantes para sus narrativas, comunes; la memoria y el exilio, por ejemplo. Simplemente esa capacidad maravillosa de convertir cada escena vivida en un recuerdo imborrable del que se pueden describir cada uno de los detalles, por nimios que sean, no deja de sorprenderme y, francamente, la envidio, máxime teniendo en cuenta que en cuestiones de memoria soy un completo negado)
Las dos primeras novelas, Penas precoces y Jardín, ceniza, son una muestra de narrativa eidética dedicadas a describir la infancia del narrador (¿el mismo?) Andreas Sam, determinadas por la guerra y la ausencia, o presencia intermitente, del padre. En sí mismas, las dos novelas podrían considerarse más que correctas narraciones cuyo motor es la memoria. Sin embargo es la tercera novela, El reloj de arena, la que, dando una vuelta de tuerca a las dos primeras narraciones, convierte a las tres novelas, al libro que conforman las tres agrupadas, en una obra maestra.
En El reloj de arena, el hijo (¿Andreas Sam?) cede la palabra al padre (aquí reconocido como E.S.) (¿es el mismo, no lo es? ¿está inspirado en el verdadero padre de Kiš? Qué más da) la guerra es el escenario de fondo: la desposesión y el desarraigo que conllevan, la necesidad de mendigar cobijo a una familia, los numerosos hermanos de E. S., con los que éste está en malos términos, los sucesivos internamientos en centros psiquiátricos, campos de trabajo y el control exhaustivo al que le somete la policía. El reloj de arena se compone de delirantes escritos del propio E.S. (calificadas como Notas de un loco), fragmentos de su obra La guía yugoslava, nacional e internacional, de autobuses, barcos, trenes y aviones, y transcripciones de los interrogatorios (¿por quién, dónde?) a los que es sometido. En ellos es capaz de describir con completa exactitud, el eidetismo resulta ser la gran herencia del autor, incluso los cuadros decrépitos que adornan el compartimento de primera clase de un tren. Esas descripciones son intensas y profundas, tanto que están dotadas de la capacidad de convertirse en parte de la narración, anticipándose a ella, o suponen una inmersión tan profunda en la descripción que se convierten en vívidos momentos que se (con)funden con el hilo argumental.
(Y esto lo digo solo por poner un ejemplo de lo que es capaz de hacer Kiš con las herramientas que dispone como escritor)
Fragmentario, con la flecha temporal truncada, con una “trama” no evidente, oculta, El reloj de arena, novela escrita en 1972, demuestra que la modernidad siempre es cosa del pasado.
“Recomendamos de corazón esta novela a nuestros suscriptores y a nuestros nuevos lectores, a todos aquellos que no buscan un tema fácil y de aventuras y que estén convencidos, como lo estamos nosotros, de lo que se llama la trama no es ni el encanto esencial ni el valor esencial de una obra literaria”
"¡El mejor remedio contra la resaca (mein Herr) es el suicidio!"
Los fragmentos de la traducción de Nevenka Vasiljevic para Acantilado.
4 comentarios:
Habrá que leer a este cabrón.
Saludos,
Ángel.
Por su culpa mi lista de lecturas pendientes acaba de aumentar. Tengo que leer a Danilo Kis.
Un saludo XD
Ese párrafo de la memoria es pura ambrosía. Habrá que leer a Kis sí o sí.
Portnoy, ¿ha leído a Cartarescu? Quizás es porque tengo su Nostalgia muy reciente, pero ese párrafo de Kis me ha recordado a la continua sensación de estar ante algo grande que me ha proporcionado sin descanso la novela del rumano.
Gracias por el descubrimiento.
Un saludo.
Muchas gracias por vuestros comentarios.
Y tengo intención de leer a Cartarescu... ¿Nostalgia es la recomendación? Apuntado.
Un saludo.
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