El Club Bildeberg en Old Laxey encarga al receptor del texto (¿quién?) el análisis de dos cartas anónimas dirigidas a Thomas Pynchon para descubrir a su autor.
Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios muestra esas dos cartas, junto a las notas de un primer (y fracasado) investigador, la primera atacando la figura invisible, anónima, a-icónica de Pynchon, la segunda una reseña ficticia y virulenta en forma de kermesse (sin ningún fin benéfico, o sí) de un damnificado por la lectura de sus novelas.
El lector puede jugar a detective, encontrar pistas dispersas, descubrir nuevos enlaces.
Por ejemplo, en varias páginas se juega con el nombre del autor, Thomas Ruggles Pynchon, Harold Rug-less Pynchon, Harold Pinter. ¿Una lógica evolución? Rug-less, sin alfombra, ¿puede hacer mención a Jeffrey Lebowski, The Dude, un hombre confundido por otro a quien le orinan en su alfombra?; ¿puede ser significativo que en las notas a la frase “Tu vida es la ex vida de un ex hombre negro” se obvie a los personajes de Luz de agosto y de Escupiré sobre vuestra tumba?; ¿nos dice algo respecto a la proximidad nabokoviana de nuestro epistolar anónimo que califique a Pynchon de "faulknerd"?...
Pero de las múltiples incógnitas que suscita el texto la verdadera pregunta que el lector debe hacerse es en qué posición se encuentra narrativamente: ¿es el investigador, el receptor de la investigación, el receptor de una broma pynchoniana?
Y de todas las preguntas, pero no de las imposibles respuestas, que le asaltan el lector, finalmente, debe concluir que emocionalmente está del lado del anónimo, que Pynchon, su estratagema para ocultarse del mundo y la forma burlesca con la que trata a lectores y narración, merece todas esas diatribas, su obra merece todas las quejas imaginables. Sus novelas deberían incluir un Libro de reclamaciones.
La venganza sobre Pynchon de Rubén Martín G. (perdón, la del autor de las cartas anónimas), está más que justificada y merece ser suscrita por todos nosotros, como dice el anónimo escriba a Pynchon “Ahora eres todos nosotros”.
Salinger murió y el vacío que dejó llevaba más de cuarenta años abierto. Pynchon, el otro autor sin imagen, paradigma del anonimato icónico, estuvo casi veinte años sin escribir. Nos legó ese espacio sin letra para que digiriéramos El arco iris de gravedad. Y luego, cuando consideró que ya habíamos tenido suficiente tiempo, continuó avasallándonos con su narrativa imposible, con sus textos que se dispersan al abarcar el Todo, con su broma literaria infinita. Pero todos sabemos, y Rubén Martín también, que tras esa burla, tras toda esa estructura que desborda al lector, hay un gran autor por el que todos sentimos admiración. La suya (la nuestra) es una invectiva fascinada por la maestría de Pynchon. Todos quisiéramos que Pynchon fuera deleznable como escritor, porque eso nos situaría en el lado correcto, nos daría el consuelo de saber que, como lectores, aún somos capaces de entender algo, que toda una vida de esfuerzos nos proporciona algo parecido a un criterio.
Pero no es así. Con Pynchon perdemos todos (y todos somos Pynchon, o el será todos).
Entrevista con Rubén Martín G.
Thomas Pynchon. Un escritor sin orificios muestra esas dos cartas, junto a las notas de un primer (y fracasado) investigador, la primera atacando la figura invisible, anónima, a-icónica de Pynchon, la segunda una reseña ficticia y virulenta en forma de kermesse (sin ningún fin benéfico, o sí) de un damnificado por la lectura de sus novelas.
El lector puede jugar a detective, encontrar pistas dispersas, descubrir nuevos enlaces.
Por ejemplo, en varias páginas se juega con el nombre del autor, Thomas Ruggles Pynchon, Harold Rug-less Pynchon, Harold Pinter. ¿Una lógica evolución? Rug-less, sin alfombra, ¿puede hacer mención a Jeffrey Lebowski, The Dude, un hombre confundido por otro a quien le orinan en su alfombra?; ¿puede ser significativo que en las notas a la frase “Tu vida es la ex vida de un ex hombre negro” se obvie a los personajes de Luz de agosto y de Escupiré sobre vuestra tumba?; ¿nos dice algo respecto a la proximidad nabokoviana de nuestro epistolar anónimo que califique a Pynchon de "faulknerd"?...
Pero de las múltiples incógnitas que suscita el texto la verdadera pregunta que el lector debe hacerse es en qué posición se encuentra narrativamente: ¿es el investigador, el receptor de la investigación, el receptor de una broma pynchoniana?
Y de todas las preguntas, pero no de las imposibles respuestas, que le asaltan el lector, finalmente, debe concluir que emocionalmente está del lado del anónimo, que Pynchon, su estratagema para ocultarse del mundo y la forma burlesca con la que trata a lectores y narración, merece todas esas diatribas, su obra merece todas las quejas imaginables. Sus novelas deberían incluir un Libro de reclamaciones.
La venganza sobre Pynchon de Rubén Martín G. (perdón, la del autor de las cartas anónimas), está más que justificada y merece ser suscrita por todos nosotros, como dice el anónimo escriba a Pynchon “Ahora eres todos nosotros”.
Salinger murió y el vacío que dejó llevaba más de cuarenta años abierto. Pynchon, el otro autor sin imagen, paradigma del anonimato icónico, estuvo casi veinte años sin escribir. Nos legó ese espacio sin letra para que digiriéramos El arco iris de gravedad. Y luego, cuando consideró que ya habíamos tenido suficiente tiempo, continuó avasallándonos con su narrativa imposible, con sus textos que se dispersan al abarcar el Todo, con su broma literaria infinita. Pero todos sabemos, y Rubén Martín también, que tras esa burla, tras toda esa estructura que desborda al lector, hay un gran autor por el que todos sentimos admiración. La suya (la nuestra) es una invectiva fascinada por la maestría de Pynchon. Todos quisiéramos que Pynchon fuera deleznable como escritor, porque eso nos situaría en el lado correcto, nos daría el consuelo de saber que, como lectores, aún somos capaces de entender algo, que toda una vida de esfuerzos nos proporciona algo parecido a un criterio.
Pero no es así. Con Pynchon perdemos todos (y todos somos Pynchon, o el será todos).
Entrevista con Rubén Martín G.
3 comentarios:
Hace unos dias en una breve conversacion con el gigantesco Jonathan Franzen, le preguntè si conocía a Pynchon, una pregunta que tiene mucho que ver con la mitificacion tras la que esta oculto este autor. Franzen se ajustó las gafas, bajo la mirada y me dijo que no, que no lo conocía, pero que al menos conocía un par de personas que si lo habían visto.
hay una anecdota de cierto periodista que entrevisto 2 veces a pynchon, con 20 años de diferencia, primero en new york y luego en san francisco, y se dio cuenta, la segunda vez, que la persona que le presentaban era alguien completamente distinto.
cual de los dos es el verdadero pynchon?, pregunto el periodista.
el que ud prefiera, contesto el seudo pynchon, agregando nuevas dudas a ese descubrimiento tan anhelado, el mismo que oteamos y luego dejamos de ver, como una costa perdida entre la niebla, que nos lleva mas que nada a la perplejidad y a la fascinacion
saludos
sebastian f.
"Anoche me tiré a la Reina de Transilva-nia,
esta noche me tiraré a la Reina de Borgoña...
Bordeando estoy el Estado de Esquizo-frenia,
mas tan amable conmigo la reinecita fue...
Y hoy me puso caviar y champán rosado como desa-yuno,
y un cacho de Chateaubriand con que tomar el té...
Solo fumo puros de diez chelines, ya veis qué tuno.
Tanto me río que creerse pudiera que el mundo no es
mas que una broma, muchachos.
Llamadme como querás, amigos, pues,
pero dejad paso al rey de los machos,
el que tirarse pudo a la reina de Transilvania, ¡ya ves!"
Canción vulgar de "El arcoiris de gravedad"
Acabé de leer este libro hace unos días. Magnífico. "Todo lo que yo también quise decir a Pynchon y no tuve oportunidad".
Lo más curioso es que le deja a uno con unas ganas terribles de enfrentarse al molino que es ese arco iris de la gravedad. Me resistiré lo que pueda pero lo supongo inevitable.
Hasta entonces me queda la relectura de Rubén Martín como reflejo de ese amor/odio apasionado al autor. A Pynchon, no a Rubén, que también.
Fdo. La Medicina de Tongoy
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