24/9/08

El profesor del deseo, de Philip Roth

A la tumba de Kafka (siga la flecha)

Hace tiempo que no leo a Kafka pero tengo la impresión de estar leyendo siempre a Kafka. Como si el escritor checo fuese el centro de la galaxia literaria generando nuevos soles y consumiendo otros en el agujero negro de su centro.
Y todo gracias a Max Brod.
Y todo por culpa de Max Brod.
Esta es la época de Kafka, como dice Harold Bloom, así que mostremos el lema que debe motivarnos:
Nada sin Kafka.
Para Philip Roth hubo un tiempo en que siguió esa divisa, en la que hemos cambiado a Heracles por el escritor checo, de manera evidente. Kafka es inevitable y así lo reconoce en El oficio, un escritor, sus colegas y sus obras, en la que habla con Appelfeld, con Kundera, con Singer y en todas las conversaciones aparece el espectro de Kafka y, sobre todo, Roth habla con Ivan Klíma sobre Kafka
Esa es la parte “real”

Hay que recordar que a El profesor del deseo le sigue en la bibliografía de Roth La visita al maestro en la que Roth envía a Nathan Zuckerman en busca del escritor fantasma, para que sufra una elucubración erótico-literaria, un delirio enfermizo, donde Kafka tiene un papel importante.
Justo antes había enviado a David Kepesh, curado ya de su transformación en pecho, a Praga, al mismo centro galáctico de la literatura contemporánea, para que sufra a su manera en los disparatados territorios, conscientes e inconscientes, en los que Kafka reina y es explotado:
El cartel está en cinco idiomas- a tantos fascinan las temibles invenciones de este asceta atormentado, a tantos millones asusta:
(A la tumba de FRANZE KAFKY)
Han elegido, para señalar los restos de Kafka, una piedra blancuzca, alargada, firme, que eleva hacia lo alto su glande puntiagudo, un falo sepulcral que en nada se parece a qualquier otra cosa que haya en su entorno. Esa es la primera sorpresa. La segunda es que el hombre obsesionado por su condición de hijo está enterrado para siempre -¡aún!- entre el padre y la madre que le sobrevivieron. Recojo un guijarro del camino de gravilla y lo añado a uno de los montones de piedrecitas que allí han ido apilando os peregrinos, antes que yo. Nunca he hecho nada parecido por mis propios abuelos, enterrados con otros diez mil, a veinte minutos de mi casa de Nueva York, ni he hecho visita semejante a la tumba de mi madre (…) Las oscuras losas rectangulares que hay en torno a la tumaba de Kafka llevan apellidos judíos muy familiares (…) Levy, Goldschmidt, Schneider, Hirsch… Las tumbas se pierden en la lejanía, pero la de Kafka parece ser la única bien cuidada. Los demás muertos no tienen sobrevivientes que anden por aquí arrancando la maleza y recortando la hiedra (…) Parece que solo el soltero sin hijos ha dejado descendencia entre los vivos. ¿Qué mejor sitio, para que cunda la ironía, que à la tombe de Franze Kafky?
¿Pero que es exactamente El profesor del deseo, y por qué Kepesh como protagonista y narrador? Siento decirlo pero estamos ante una novela más de Philip Roth. Una novela que no aporta nada sustancial al conjunto de su bibliografía y que explora las fobias de un joven airado, obsesionado por el sexo y con tendencia a destruir toda relación sentimental que empieza a consolidarse. Insatisfecho y furioso, Kepesh no es distinto de Alexandre Portnoy, ni del Peter Tarnopol de Mi vida como hombre, novela que precede cronológicamente a El profesor del deseo, ni al Nathan Zuckerman que crea Tarnopol, ni al de las primeras novelas en las que ejerce de narrador. Es una repetición de anteriores novelas, un prefacio para las que continuarán, un típico Roth de la década de los setenta que, tal vez por haberla leído en último lugar, cansa por su redundancia temática.
Pero está Kafka.
Es precisamente en los fragmentos que ocurren en Praga donde aparece el Roth más ácido y genial. Ellos justifican recomendar El profesor del deseo, por ese carácter mordaz, cínico y metaliterario (*) que define a Roth.

En el fragmento que transcribo, David Kepesh sueña:
Es el cuarto piso de un decrépito edificio ribereño. La mujer a quien venimos a ver tiene cerca de ochenta años: manos artríticas, mejillas flojas y flácidas, pelo blanco, muy claros y muy dulces y muy azules ojos. Vive sin levantarse de la mecedora, con la pensión de su difunto marido, anarquista. Me pregunto: “¿Cómo puede recibir una pensión del gobierno la viuda de un anarquista?”
(…)
La anciana y X conversan en checo. X me dice:
-Le he dicho que eres norteamericano y una verdadera autoridad en lo tocante a la obra de Kafka. Puedes preguntarle lo que quieras.
-¿Qué le pareció? –pregunto- ¿Qué edad tenía él cuando lo conoció? ¿Qué edad tenía ella? ¿Cuándo exactamente ocurrió todo ello?
X (interpretando):
- Dice:
"Se acercó a mí y lo miré y pensé “¿Por qué estará tan deprimido este muchacho judío?". Cree que fue en mil novecientos dieciséis. Dice que ella tenía veinticinco años. Kafka tenía treinta y tantos.
(…)
X dice:
-¿Y qué otra cosa te gustaría saber?
- ¿Normalmente era capaz de tener una erección? ¿Solía alcanzar el orgasmo? Los diarios no son concluyentes al respecto.
Los ojos de la mujer tienen expresión mientras me responde, pero sus tullidas manos yacen inertes en su regazo. En mitad de su checo indescifrable atrapo una palabra que me activa la carne: ¡Franz!
-Dice que no había problema, que ella sabía muy bien cómo tratar a un muchacho como él.
¿Lo pregunto? ¿Por qué no? A fin de cuentas, no solo vengo de Estados Unidos, sino de la inconsciencia, a la que pronto regresaré.
-¿Cómo lo trataba?
De nuevo como si tal cosa, le dice a X lo que hacía para excitar al autor de…
(…)
X dice:
-Quiere dinero. Dinero norteamericano, no coronas. Dale diez dólares.
Le paso el dinero.
(…)
X espera a que la mujer termine, luego traduce:
-Se la chupaba.
Y esto es una muestra. El desatino onírico sexual en torno a Kafka continúa… pero no voy a copiar el libro entero, ¿verdad?

(*) Dice Kepesh: "(Ahí) está la piscina(**) donde Kafka y Brod iban a nadar juntos. ¿Ven? Es tal como les digo: Franz Kafka existió de veras, no se lo inventó Brod. Yo también existo, no me está inventando nadie, aparte de mí."

(**) A buen entendedor…

Todos los fragmentos de la traducción para Mondadori de Ramón Buenaventura de The professor of Desire, de Philip Roth


4 comentarios:

Por la tangente dijo...

No tiene nada que ver pero en relación a "Odio Barcelona", leí tu post sobre Nocilla Dream y me alegré mucho. ¡NO ESTOY SOLA!

Anónimo dijo...

no sé si has visto esto pero supongo que te interesará. es una entrevista a Lautaro, el hijo de Bolaño, que tiene ya 17 años.
la entrevista resulta, sencillamente, espectacular, salingeriana, impagable.

http://theclinicsemanal.blogspot.com/2008/07/exclusivo-lautaro-el-hijo-rockero-de.html

Anónimo dijo...

Vaya, Portnoy. Mi mensaje en el otro post referido a este libro parece una réplica respondona a tu juicio, pero juro que no había visto este post. Bien, veo que incides, de forma más detallada, en tu opinión sobre este libro (o más bien en el comentario incides de forma más resumida).

Nada que decir. Ya habíamos comprobado, creo, que nos gustan dos Roths diferentes, a ti y a mí. En mi caso, Roth es grande hasta La contravida (casi diría hasta la tercera parte de la contravida). Hasta ahí (y también en Patrimonio), es un escritor vivo y sus obras parecen ser un canal abierto entre lector y autor. En las posteriores (siempre según mi opinión) hay mucho oficio, talento, porque lo tiene, pero también mucho artificio que me acaba molestando, digresiones hipertróficas (un ejemplo: la visita a la fábrica de guantes de la estimable Pastoral americana, mi favorita entre las post-contravida).

Por cierto, no quiero enmendar la plana, y ya me había fijado que lo ponías así (tú y mucha gente), pero es El profesor DE deseo, no del deseo: es la asignatura, tal como dice en un pasaje del libro. como quien dice El profesor de literatura, como quien dice: a las 4 me toca Geografía y a las 5 tengo Deseo.

Bien, saludos cordiales Portnoy.

Portnoy dijo...

El profesor de Deseo... tienes toda la razón.
De todas maneras, Duquena, la edición en castellano traduce el título como El profesor del deseo.
En La contravida Zuckerman muere. Parece, sí, como si Roth cerrase un ciclo para finalizar con la "metaliteratura". Coincido con que es la obra que marca el punto de inflexión en la trayectoria del autor estadounidense. Ahora bien, mi fascinación por Roth nace, dejando aparte a Portnoy, con las novelas posteriores a La contravida. Puede ser que mis apreciaciones estén contaminadas por esta lectura contra el tiempo: El asombro se consumió con las obras posteriores a La contravida y considero, erróneamente, repetitivas las primeras novelas. Debería ser capaz de leer cada una de ellas como si fuese la primera y la única. Intentaré hacerlo cuando me enfrente a Los hechos en el futuro.
De todas maneras este post sobre El profesor de Deseo está poco meditado... quería centrarme en el tema kafkiano, destacar ese fragmento que me parece genial.
Un saludo, Duquena.

(perdona, porlatengente, pero sí, no estás sola :-)