El capítulo nueve del Ulises contiene las teorías de Joyce sobre Shakespeare, y parafraseando a J.M. Valverde, de quien es la traducción que manejo, aunque Stephen Dedalus dice no creer en esas teorías, eran tomadas bastante en serio por Joyce, y lo son, posteriormente, por algunos especialistas en Shakespeare. Como dice el señor Best al final del capítulo a Dedalus "debería hacer un diálogo, como los diálogos platónicos que escribió Wilde" Yo me limito a dar cuerpo a esa idea, además sin cobrar la guinea que Stephen le reclama a Best. Aquí va, con mis disculpas anticipadas por la extensión y por la repetición:
Eglinton: Nuestros jóvenes bardos irlandeses todavía no han creado una figura que el mundo ponga junto al Hamlet del sajón Shakespeare, aunque yo le admire, como el viejo Ben, sin llegar a la idolatría,.
Russell: Todas esas cuestiones son puramente académicas. Quiero decir, si Hamlet es Shakespeare o Jacobo I o Esex. Discusiones de clérigos sobre la historicidad de Jesús. El arte tiene que revelarnos ideas, esencias espirituales sin forma. La cuestión suprema sobre una obra de arte es desde qué profundidad de vida emerge. La pintura de Gustave Moreau es la pintura de ideas. La más profunda poesía de Shelley, las palabras de Hamlet ponen a nuestra mente en contacto con la sabiduría eterna, el mundo de las ideas de Platón. Todo lo demás es especulación de escolares para escolares.
Stephen: Los escolásticos fueron primero escolares. Aristóteles fue un tiempo escolar de Platón.
Eglinton: Y no ha dejado de serlo, cabría esperar. Se le ve, un escolar modelo con el diploma bajo el brazo.
Stephen: Ese escolar modelo encontraría las cavilaciones de Hamlet sobre la vida futura de su alma principesca, ese inverosímil, insignificante y nada dramático monólogo, tan superficiales como las de Platón.
Eglinton: Palabra de honor que me hierve la sangre cuando oigo a alguien comparar a Aristóteles con Platón.
Stephen: ¿Cuál de los dos me habría desterrado de su república?
Eglinton: Se empeña en que Hamlet es un cuento de fantasmas.
Stephen: ¿Qué es un fantasma? Uno que se ha desvanecido en impalpabilidad a través de la muerte, a través de la ausencia, a través de un cambio de modos. El Londres elisabetiano estaba tan lejos de Stratford como el corrompido Paris lo está de la virginal Dublín. ¿Quién es el fantasma que viene del limbo patrum, regresando al mundo que le ha olvidado?¿Quién es el rey Hamlet?
Empieza la representación. Avanza un actor en la sombra, vestido con la cota que dejó un elegante en la corte, un hombre bien plantado con voz de bajo. Es el fantasma, el rey, rey y no rey, y el actor es Shakespeare que ha estudiado Hamlet todos los años de su vida que no fueron vanidad, para representar el papel del fantasma. Dice su palabras a Burbage, el joven actor que está delante de él, más allá de la tela encerada, llamándole por su nombre: “Hamlet, soy el fantasma de tu padre”, mandándole prestar atención. A un hijo habla, el hijo de su alma, el príncipe, el joven Hamlet y al hijo de su cuerpo, Hamnet Shakespeare, que ha muerto en Stratford para que su homónimo viva para siempre.
¿Es posible que ese actor Shakespeare, fantasma por ausencia, y con las ropas del sepultado rey de Dinamarca, fantasma por muerte, diciendo sus propias palabras al nombre de su propio hijo (si hubiese vivido Hamnet Shakespeare habría sido mellizo del príncipe Hamlet),m es posible, quiero saber, o probable, que no sacara ni previera la conclusión lógica de esas premisas: tú eres el hijo desposeído: yo soy el padre asesinado: tu madre es la reina culpable, Ann Shakespeare, de soltera Hathaway?
Russell: Pero ese hurgar en la vida familiar de un gran hombre (...) es interesante sólo para el funcionario del registro. Quiero decir, tenemos las obras. Quiero decir, cuando leemos la poesía del Rey Lear ¿qué nos importa como vivió el poeta? En cuanto a vivir, nuestros criados pueden hacerlo por nosotros, dijo Villiers de L’Isle. Curioseando y hurgando en los comadreos entre bastidores de aquel tiempo, que si bebía el poeta, que si tenía deudas. Tenemos el Rey Lear: y es inmortal.
Eglinton: ¿Pretende enfrentarse a la tradición de tres siglos? Por lo menos el fantasma de ella reposa en paz para siempre. Ella murió, al menos para la literatura, antes de haber nacido.
Stephen: Murió sesenta y siete años después de nacer. Ella le vio entrar y salir del mundo. Ella recibió sus primeros abrazos. Ella concibió a sus hijos y le puso a él peniques en los ojos para sujetarle cerrados los párpados cuando yacía en su lecho de muerte.
Eglinton: El mundo cree que Shakespeare cometió un error y salió de él lo antes y lo mejor que pudo.
Stephen: ¡Bah! Un hombre de genio no comete errores. Sus errores son voluntarios y son los pórticos del descubrimiento.
Best: Pero ¿y Ann Hataway? Sí, parece que la olvidamos, como la olvidó el propio Shakespeare.
Stephen: Tenía su buen maravedí de ingenio, y una memoria nada infiel. Llevaba un recuerdo en la bolsa cuando marchó a la capital silbando La moza que dejé atrás. Aunque el terremoto no lo situara en el tiempo, sabríamos dónde poner al pobre Wat, gazapo acurrucado en su madriguera, con el aullar de la jaurías, las bridas con las tachuelas y las ventanas azules de ella. Esa memoria, Venus y Adonis, estaba en la alcoba de todas las frescas de Londres. ¿Es poco agraciada Catalina la furia? Hortensia la llama joven y bella. ¿Creen que el autor de Antonio y Cleopatra, apasionado peregrino, tenía los ojos en la nuca para elegir a la putilla más fea de todo Warwickshire y acostarse con ella? Bueno: la dejó y ganó el mundo de los hombres. Pero sus mujeres-muchacho son las mujeres de un muchacho. Sus vidas, pensamientos y habla se los prestan los varones. ¿Eligió mal? Fue elegido, me parece. Si otros se salen con la suya, Ann hath a way, se las arregla. Qué demonios, ella tuvo la culpa. Ella le metió la sonda, dulce y de veintiséis años. La diosa de ojos grises que se inclina sobre el mozo Adonis, humillándose para conquistar, como prólogo a la hinchazón del acto, es una descarada moza de Stratford que revuelca en un trigal a un amante más joven que ella.
Best: Campo de centeno.
Lyster: Señor Dedalus, sus opiniones son muy iluminadoras. (...) ¿Su opinión es, entonces, que ella no le fue fiel al poeta?
Stephen: Donde hay una reconciliación debe haber primero una separación.
Eglinton: Ciertamente, de todos los grandes hombres, él es el más enigmático. No sabemos nada más sino que vivió y sufrió. Ni aun eso. Otros admiten nuestra pregunta. Una sombra se cierne sobre todo lo demás.
Best: Pero Hamlet es tan personal, ¿verdad? Quiero decir, una especie de documento privado, sabe, de su vida privada. Quiero decir, me importa un pito, sabe, a quién le matan o quien es el culpable...
Eglinton: Estaba preparado para cualquier paradoja (...) pero me permito advertirle también que si quiere destruir mi creencia de que Shakespeare es Hamlet, tiene por delante una tarea difícil.
Stephen: (...) A través del padre inquieto resplandece la imagen del hijo que no vive. En el intenso instante de la imaginación, cuando la mente, dice Shelley, es un ascua que se extingue, eso que era yo es lo que soy y lo que en posibilidad puedo llegar a ser. Así, en el futuro, el hermano del pasado, me puedo ver a mí mismo tal como estoy sentado aquí pero por reflejo de eso que será entonces.
Best: Sí, noto que Hamlet es muy joven. La amargura podría venirle del padre pero los pasajes con Ofelia son sin duda del hijo.
Eglinton: La señal de nacimiento del genio (no se vende en el mercado) Las obras de los últimos años de Shakespeare, que tanto admiraba Renan, alientan otro espíritu.
Lyster: El espíritu de reconciliación.
Stephen: No puede haber reconciliación si no ha habido separación. (...) Si quieren saber cuáles son los acontecimientos que proyectan su sombra sobre el infierno del tiempo del Rey Lear, Otelo; Hamlet, Troilo y Crecida, mire a ver cuándo y cómo se levanta la sombra. ¿Qué ablanda el corazón de un hombre, Naufragado en crueles tormentas, Puesto a prueba, como otro Ulises, Pericles, príncipe de Tiro? Una criatura, una niña puesta en sus brazos, Marina.
Eglinton: La inclinación de los sofistas hacia los vericuetos de los apócrifos es una cantidad constante. Los caminos principales son aburridos pero llevan a la ciudad.
Stephen: El señor Brandes lo acepta como la primera obra del periodo final. Marina, una hija de la tormenta, Miranda, un admirable prodigio, Perdita, la que estaba perdida. Lo que se había perdido le es devuelto: la niña de su hija: Mi queridísima esposa, dice Pericles, era como esta doncella. ¿Habrá algún hombre que ame a la hija si no ha amado a la madre?
Best: El arte de ser abuelo...
Stephen: Para un hombre con esa cosa rara, el genio, su propia imagen es la norma de toda experiencia, material y moral. Semejante apelación le afectará. Las imágenes de otros varones de su sangre le repelerán. Verá en ellas grotescos intentos de la naturaleza por predecirle o repetirle a él mismo.
Lyster: Espero que el señor Dedalus elaborará esa teoría para ilustración del público. Y deberíamos mencionar a otro comentador irlandés, el señor George Bernard Shaw. Y tampoco deberíamos olvidar al señor Frank Harris. Sus artículos sobre Shakespeare en la Saturday Review fueron brillantes, sin duda. Curiosamente, él también traza para nosotros una relación infeliz con la dama morena de los sonetos. El rival favorecido es William Herbert, conde de Pembroke. Confieso que si debe ser rechazado el poeta, tal rechazo parecería más en armonía con, ¿cómo lo diré?, nuestras nociones de lo que no debería haber sido.
Stephen: Hay un dicho de Goethe que al señor Magee le gusta citar. Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud porque lo obtendrás en tu media edad. ¿Por qué a una que es una buonaroba, una jaca que todos los hombres cabalgan, una doncella de honor con una doncellez escandalosa, le manda a un señorón para que la corteje por él? Él mismo era señor del lenguaje y se había hecho paje caballero y había escrito Romeo y Julieta. ¿Por qué? La creencia en sí mismo ha sido muerta prematuramente. Fue derrotado primero en un trigal (un campo de centeno, debería decir) y nunca en lo sucesivo será un vencedor ante sus propios ojos ni jugará victoriosamente el juego de reír y tumbarse. El asumir el donjuanismo no le salvará. No habrá posterior deshacimiento que deshaga el primer deshacimiento. El colmillo del jabalí le ha herido allí donde el amor yace sangrando. A la furia, aunque sea vencida, sin embargo, le queda el arma invisible de la mujer. Hay, lo noto en las palabras, algún aguijón de la carne que le empuja a una nueva pasión, una sombra más oscura que la primera, oscureciendo incluso su propio entendimiento de sí mismo. Un hado semejante le aguarda y las dos furias se mezclan en un torbellino.
El alma ha sido herida mortalmente antes, un veneno vertido en el pórtico de un oído dormido. Pero los que reciben la muerte durante el sueño no pueden conocer el modo de su extinción a no ser que su Creador dote a sus almas con ese conocimiento en la vida futura. El envenenamiento y el animal de las dos espaldas que lo apremió no los habría podido conocer el fantasma del rey Hamlet si no estuviera dotado de conocimiento por su creador. Por eso el discurso (su triste y acerba lengua inglesa) siempre se dirige hacia otro punto, hacia atrás. Violador y violado, lo cual él lo quería pero no lo quería, va con él desde las ebúrneas esferas cercadas de azul de Lucrecia hasta el pecho de Imogene, descubierto, con su verruga de cinco manchas. Él regresa, fatigado de la creación que ha amontonado para que le esconda de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga. Pero, puesto que el perder es su ganancia, avanza allá hacia la eternidad, en personalidad no disminuida, sin ser aleccionado por la sabiduría que él ha escrito ni por las leyes que ha revelado. Su celada está levantada. Es un fantasma, una sombra ahora, el viento junto a las rocas de Elsinore o lo que os parezca bien, la voz del mar, una voz oída sólo en el corazón de aquel que es la sustancia de su sombra, el hijo consustancial con el padre.
Eglinton: Los coterráneos del bardo quizás están más bien cansados de nuestras brillanteces de teorización. He oído decir que una actriz ha representado Hamlet anoche en Dublín por la cuatrocientas octava vez. Vining sostenía que el príncipe era una mujer. ¿Nadie le ha hecho ser un irlandés? El juez Barton, creo, está buscando algunas pistas. Jura (Su Alteza, no Su Señoría) por San Patricio.
Best: La más brillante de todas es ese relato de Wilde. Ese Retrato de W. H. En que demuestra que los sonetos fueron escritos por un tal Willie Hughes, hombre de muchos colores.
Lyster: Para Willie Hughes, ¿no?
Best: Quiero decir, para Willie Hughes. Claro que todo es paradoja, ya comprenden, Hughes y hews, corta y hues, colores, pero es típico del modo como lo elabora. Es la mismísima esencia de Wilde, de veras. El toque ligero.
Eglinton: Queremos saber más. Empezamos a estar interesados en la señora S. Hasta ahora la habíamos imaginado, si es que la habíamos imaginado, como una paciente Griselda, una Penélope de estarse en casa.
Stephen: Antístenes, discípulo de Gorgias, le quitó la palma de la belleza a la ponedora de Kyrios Menelaos, la argiva Helena, la yegua de madera de Troya en que durmieron una veintena de héroes, y se la dio a la pobre Penélope. Veinte años vivió él en Londres, y, durante parte de ese tiempo, recibió un salario igual al del Lord Canciller de Irlanda. Su vida fue rica. Su arte, más que el arte del feudalismo, como lo llamó Walt Whitman, es el arte del hartazgo. Pasteles calientes de arenque, jarros verdes de jerez, salsas de miel, azúcar de rosas, mazapán, pichones rellenos de grosellas, confites de jengibre. Sir Walter Raleigh, cuando le detuvieron, llevaba encima medio millón de francos, incluidos un par de corsés de fantasía. La usurera Eliza Tudor tenía bastante ropa interior como para competir con la reina de Saba. Veinte años mariposeó él entre el amor conyugal con sus castos deleites y el amor putañero con sus turbios placeres. Ya saben lo que cuenta Manningham de la mujer del burgués que invitó a Dick Burbage a su cama cuando le vió en Ricardo III y cómo Shakespeare, que lo oyó, sin más ruido por nada, tomó la vaca por los cuernos, y cuando Burbage llamó a la puerta, contestó desde las mantas del capón: Guillermo el Conquistador llegó antes que Ricardo III. Y la alegre damita, la señora Fitton, salta y grita ¡Oh!, y su delicado pajarito, Lady Penélope Rich, una limpia mujer de calidad es apropiada para un actor, y las furcias de junto al río, a penique por cada vez.
La crema de la buena sociedad. Y Sir William Davenant, con una madre de Oxford, con su vaso de vino canario para el primer pájaro que la toque.
Y la hija de Enrique el de las seis mujeres y otras damas amigas de residencias cercanas, como canta Lawn Tennyson, caballero poeta. Pero en todos esos veinte años ¿qué suponen que hacía la pobre Penélope en Stratford detrás de los cristales en rombo?
Mulligan: ¿De quién sospecha?
Stephen: Digamos que él es el amante despreciado de los sonetos. Una vez despreciado, dos veces despreciado. Pero la coqueta de la corte le despreció por un Lord, el querísimoamor de él.
Eglinton: Como buen inglés, quieres decir, él amó a un Lord.
Stephen: Eso parece, puesto que quiere hacer a favor de él, y por todos y cada uno en particular de los demás vientres sin surcar, el santo oficio que el mozo de cuadra hace por el garañón. Quizá, como Sócrates, tuvo una comadrona por madre, igual que tuvo una furia por mujer. Pero ella, la risueña coqueta, no quebrantó el voto del tálamo. Hay dos acciones hediondas en el ánimo del fantasma: un voto quebrantado y el animal duro de mollera a quien ella a concedido sus favores, hermano del difunto marido... La dulce Ana, estoy seguro, era de sangre caliente. Una vez amante, dos veces amante.
La obligación de probar es suya, no mía. Si usted niega que en la quinta escena de Hamlet él la marca a fuego con la infamia, dígame por qué no hay mención de ella durante los treinta y cuatro años entre el día que se casó con él y el día que le enterró. Todas aquellas mujeres vieron enterrados a sus maridos: Mary a su buen John: Ann, a su pobre querido William, cuando fue y se le murió encima, furioso de ser el primero en marcharse: Joan, a sus cuatro hermanos: Judith, a su marido y a todos sus hijos; Susan, a su marido también, mientras que la hija de Susan, Elizabeth, para usar las palabras del abuelito, se casó con su segundo habiendo matado al primero.
Ah , sí, sí que hay mención. En los años en que él vivía con riqueza en el real Londres, para pagar una deuda tuvo que pedir prestados cuarenta chelines al pastor de su padre. Explíquenme entonces. Explíquenme el canto del cisne en que la ha encomendado a ella a la posterioridad.
Eglinton: Se refiere usted a la última voluntad. Eso lo han explicado, creo, los juristas. Ella tenía derecho a su parte de viuda según la ley. Él sabía mucho de derecho dicen nuestros jueces. Y por consiguiente omitió el nombre de ella del primer borrador, pero no se dejó fuera los regalos para su nieta, para sus hijas, para su hermana, para sus viejos compadres de Stratford y de Londres. Y cuando le apremiaron, según creo, a mencionarla le dejó su segunda cama (secondbest bed)
Eglinton: Los buenos de los campesinos tenían entonces poco mobiliario y siguen teniéndolo, si es que nuestros dramas rurales son fieles a la realidad.
Stephen: Él era un rico caballero de campo con un escudo de armas y fincas en Strtford y una casa en Ireland Yard, un accionista capitalista, un promotor de proyectos de ley, un arrendatario de diezmos. ¿Por qué no le dejó a ella su mejor cama para que pasara el resto de sus días roncando en paz?
Best: Está claro que había dos camas, best y secondbest.
Mulligan: ¡Ah, tengo que decirles lo que dijo Dowden! ¿Delicioso! Le pregunté qué pensaba de la acusación de pederastia dirigida contra el bardo. Él levantó las manos y dijo: “Lo único que podemos decir es que en aquellos tiempos se vivía intensamente” ¡Delicioso!
Best: El sentido de la belleza nos extravía.
Eglinton: El médico puede decirnos qué significan esas palabras. No puede uno comerse el pastel y conservarlo.
Stephen: Y el sentido de la propiedad. Se sacó a Shylock de sus propios largos bolsillos. Hijo de un negociante de cebada y usurero, él mismo fue negociante de cebada y usurero con diez medidas de grano acaparadas en los motines del hambre. Sus deudores son sin duda esos de diversas creencias que menciona Chettle Falstaff, el cual informa sobre su rectitud en los tratos. Puso pleito a un colega actor por el precio de unos pocos sacos de cebada y extrajo su libra de carne en intereses por cada dinero que prestó. ¿Cómo, si no, pudo enriquecerse de prisa el mozo de establo y traspunte de Aubrey? Todos los acontecimientos llevaban el agua a su molino. En Shylock resuenan las persecuciones contra los judíos que sucedieron al ahorcamiento y descuartizamiento del sanguijuela de la reina, López, siéndole arrancado su corazón de judío mientras el hebreo estaba todavía vivo: en Hamlet y Macbeth, la subida al trono de un filosofastro escocés con aficiones a asar brujas. La Armada perdida es de lo que se burla en Trabajos de amor perdidos. Sus espectáculos, las historias, navegan a toda vela sobre una marea de entusiamo a lo Mafeking. Se juzga a los jesuitas de Warwickshire y ya tenemos la teoría de un portero sobre la reserva mental. Vuelve de las Bermudas la Sea Venture, y se escribe la obra que admiró Renan, con Patsy Calibán, nuestro primo americano. Los sonetos azucarados, siguen a los de Sydney. En cuanto al hada Elizabeth, alias Bess Zanahoria, la grosera virgen que inspiró Las alegres comadres de Windsor, dejemos que algún meinherr de Teutona escarbe toda su vida en busca de significados hondamente escondidos en lo hondo del cesto de la colada.
Eglinton: Pruebe que era judío. Su decano de estudios sostiene que era un santo católico romano.
Stephen: Santo Tomás, cuyas panzudas obras disfruto leyendo en el original, al escribir sobre el incesto desde un punto de vista diferente del de la nueva escuela vienesa de que hablaba el señor Magee, lo compara, en su sabia y curiosa manera, a una avaricia de las emociones. Quiere decir que el amor dado así a alguien cercano en la sangre es codiciosamente sustraído a alguien desconocido que, quizá, tiene hambre de él. Los judíos, a quienes los cristianos acusan de avaricia, son los más dados de todas las razas al matrimonio consanguíneo. Las acusaciones se hacen por ira. Las leyes cristianas que edificaron los tesoros de los judíos(para quienes, como para los Lollardos, la tempestad fue el refugio) también ataron sus afectos con cercos de acero. Si son pecados o virtudes, el viejo Papá-Nadie nos lo dirá en la audiencia del día del juicio. Pero un hombre que se agarra tan fuerte a lo que él llama sus derechos sobre lo que él llama sus deudas se agarrará también fuerte a lo que él llama sus derechos sobre la que él llama su mujer. Ningún vecino Don Sonrisas codiciará su buey o su mujer o su criado o su criada o su burro.
Best: están tratando ásperamente al gentil Will.
Mulligan: ¿Qué Will?
Eglinton: Will to live, la voluntad de vivir, pues la pobre Ann, la viuda de Will, es la voluntad de morir, will to die.
Stephen: Requiescat. Yace compuesta en recia rigidez en esa segunda cama, la reina bien tapada, aunque usted demuestra que una cama en aquellos días era tan rara como lo es hoy un automóvil y que sus tallas eran la maravilla de las siete parroquias. En su vejez se dio a los predicadores (uno se quedó en New Place y se bebió un cuarto de jerez que pagó el ayuntamiento, pero en qué cama durmió no es cosa de preguntarlo) y se enteró que tenía alma. Leyó o se hizo leer los libritos de cordel de él, prefiriéndolos a las Alegres casadas y, haciendo aguas de noche en el orinal, meditó sobre Ojales y corchetes para calzones de creyentes y La más espiritual tabaquera para hacer estornudar a las más devotas almas. Venus le había contorsionado los labios en oración. Agenbite of inwit: remordimiento de conciencia. Es una época de agotada putañería buscando a tientas su dios.
Eglinton: La historia muestra que eso es cierto. Las edades se suceden unas a otras. Pero sabemos por elevada autoridad que los peores enemigos de un hombre serán los de su propia casa y familia. Me parece que Russell tiene razón. ¿Qué nos importa su mujer y su padre? Yo diría que sólo los poetas de familia tienen vidas de familia. Falstaff no era padre de familia. Entiendo que el gordo caballero es su suprema creación.
Stephen: Un padre es un mal necesario. Él escribió el drama en los meses que siguieron a la muerte de su padre. Si usted afirma que él, hombre de pelo gris con dos hijas casaderas, con treinta y cinco años de vida, nel mezo del cammin di nostra vita, con cincuenta de experiencia, es el imberbe estudiantillo de Wittenberg, entonces debe sostener que sumadre, con sus setenta años, es la reina lujuriosa. No. El cadáver de John Shakespeare no anda por ahí de noche. De hora en hora se pudre y se pudre. Descansa desarmado de su paternidad, habiendo transmitido ese estado místico a su hijo. El Calandrino de Boccaccio fue el primer y último hombre que se sintió preñado. La paternidad, en sentido de engendrar conscientemente, le es desconocida al hombre. Es un estado místico, una sucesión apostólica, del único engendrador al único engendrado. Sobre ese misterio, y no sobre la Madonna que el astuto intelecto italiano echó a las masas de Europa, está fundada la Iglesia, y fundada irremoviblemente por estas fundada, como el mundo, macrocosmos y microcosmos, sobre el vacío. Sobre la incertidumbre, sobre la improbabilidad. Amor matris, genitivo subjetivo y objetivo, quizá sea la única cosa verdadera de la vida. La paternidad quizá sea una ficción legal. ¿Quién es el padre de cualquier hijo para que cualquier hijo tenga que amarle, ni a él ni a cualquier hijo?
Están separados por una vergüenza corporal tan sólida que los registros criminales del mundo, manchados con todos los demás incestos y bestialidades, apenas anotan su quebrantamiento. Hijos con madres, progenitores con hijas, hermanas lesbianas, amores que no se atreven a decir su nombre, sobrinos con abuelas, presidiarios con ojos de cerraduras, reinas con toros premiados. El hijo no nacido estropea la belleza: nacido, trae dolor, divide el cariño, aumenta la preocupación. Es un macho: su crecimiento es la decadencia de su padre, su juventud la envidia de su padre, su amigo el enemigo de su padre.
Eglinton: Sabelio, el Africano, el más sutil heresiarca de todas las bestias del campo, sostenía que el Padre era Él Mismo Su Propio Hijo. El mastín de Aquino, para quien ninguna palabra ha de ser imposible, le refuta. Bueno: si el padre que no tiene un hijo no es un padre, ¿puede ser hijo el hijo que no tiene padre? Cuando Ruthlandbaconsouthamptonshakespeare u otro poeta del mismo nombre en la comedia de los errores escribió Hamlet, no era meramente el padre de su propio hijo sino que, no siendo ya hijo, era y se sentía ser el padre de toda su raza, el padre de su propio abuelo, el padre de su nieto por nacer, quien, según el mismo criterio, nunca nació, pues la naturaleza, egún la entiende el señor Magee, aborrece la perfección.
Mulligan: Él mismo su propio padre. Espera. Estoy preñado. Tengo en mi cerebro un hijo por nacer. ¡Palas Atenea! ¡Un drama! ¡El drama es la realidad! ¡Permitidme parir!
Stephen: En cuanto a su familia el apellido de su madre vive en el bosque de Arden. Ella, al morir, le inspiró la escena con Volumnia en Coriolano. La muerte de su muchachito es la escena de muerte del joven Arthur en El rey Juan. Hamlet, el príncipe negro, es Hamnet Shakespeare. Sabemos quiénes son las niñas de La tempestad, de Pericles, de Cuento de invierno. Podemos suponer quiénes son Cleopatra, la olla de carne de Egipto, y Crecida y Venus. Pero hay otro miembro de la familia que está registrado.
Él tenía tres hermanos, Gilbert, Edmund, Richard. Gilbert en su vejez dijo a unos caballeros que el Maestre Cobrador le había dado un pase gratis ¡por la misa! Y vio a su hermano Maestre Wull el autor de comedias allá en Lonnes en una comedia de luchar con un tío a la espalda. Los mosqueteros del teatro le llenaron el alma a Gilbert. No está en ninguna parte: pero un Edmund y un Richard están anotados en las obras del dulce William.
Eglinton: ¡Nombres! ¿Qué hay en un nombre?
Best: Ése es mi nombre, Richard, ¿no sabes? Espero que dirás algo bueno para Richard, sabes, en atención a mï.
Stephen: En su trinidad de negros Wills, los malvados sacudepanzas, Iago, Richard Crookback, Edmund de El rey Lear, dos llevan los nombres de los malignos tíos. Más aún, ese último drama se escribió o lo estaba escribiendo mientras su hermano Edmund agonizaba en Southwark.
Ha escondido su propio nombre, un hermosos nombre, William, en los dramas, aquí un comparsa, allí un bufón, como un pintor de la antigua Italia escondiendo su cara en un rincón oscuro de su lienzo. Lo ha revelado en los Sonetos donde hay Will de sobra. Como John O’Gaunt, su nombre le es caro, tan caro como el escudo que obtuvo a fuerza de adular, sobre banda de sable una lanza con punta argentada, honorificabilitudinitabis, más caro que su gloria del mayor sacude-escenas del país. ¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos en la niñez cuando escribimos el nombre que nos dicen que es el nuestro. Una estrella, una estrella diurna, un meteoro surgió en su nacimiento. Brillaba de día en los cielos, solo, más claro que Venus de noche, y de noche brillaba sobre Delta de Casiopea, la constelación recumbente que es la firma de su inicial entre las estrellas. Sus ojos lo observaron, bajo sobre el horizonte, al este de la Osa, al caminar por los soñolientos campos de verano a medianoche, volviendo de Shottery y de los brazos de ella.
Best: eso es muy interesante porque ese motivo del hermano, saben, lo encontramos también en los antiguos mitos irlandeses. Exactamente lo que dice usted. Los tres hermanos Shakespeare. En Grimm también, saben, los cuentos de hadas. El tercer hermano que se casa con la belleza durmiente y gana el mejor premio.
Lyster: Me gustaría saber cuál hermano usted... Entiendo que usted sugiere que hubo una desviación de conducta con uno de los hermanos... Pero ¿quizá me estoy adelantando?
Eglinton: Vamos. Oigamos qué tiene que decirnos usted de Richard y Edmund. Los ha dejado para el final, ¿no es verdad?
Stephen: Al pedirles que recordaran a esos dos nobles parientes, el tito Richard y el tito Edmund, me doy cuenta de que les pido demasiado. Un hermano se olvida más fácilmente que un paraguas.
Dirán ustedes que esos nombres ya estaban en las crónicas de donde tomó el material de sus dramas. ¿Por qué tomo ésas en vez de otras? Richard, un jorobado hijodeputa, malnacido, le hace el amor a una reciente viuda Ann (¿qué hay en el nombre?), la corteja y la conquista, una viuda alegre hijadeputa. Richard el conquistador, tercer hermano, llegó después de William el conquistado. Los otros cuatro actos de ese drama cuelgan flojamente de ese primero. De todos sus reyes, Richard es el único rey no protegido por la reverencia de Shakespeare, ángel del mundo. ¿por qué la acción secundaria de El rey Lear, donde aparece Edmund, está tomada de la Arcadia de Sydney e incrustada en una leyenda céltica más vieja que la historia?
Eglinton: Así era la costumbre de Will. Ahora no combinaríamos una saga noruega con el resumen de una novela de George Meredith. Que voulez-vous? Diría Moore. Él pone a Bohemia en la orilla del mar y hace que Ulises cite a Aristóteles.
Stephen: ¿Por qué? Porque el tema del hermano falso o usurpador o adúltero, o las tres cosas en uno, siempre lo tendrá consigo Shakespeare, lo que no le pasa con los pobres. La nota del destierro, destierro del corazón, resuena ininterrumpidamente desde Los dos hidalgos de Verona en adelante, hasta que Próspero rompe su vara, la sepulta a varias brazas en la tierra y sumerge su libro. Se redobla en la mitad de su vida, se refleja en otra, se repite, prótasis, epítasis, catástasis, catástrofe. Se repite otra vez cuando está cerca de la tumba, cuando su hija casada Susan, de tal palo tal astilla, es acusada de adulterio. Pero fue el pecado original lo que oscureció su entendimiento, debilitó su voluntad y dejó en él una fuerte inclinación al mal. Las palabras son las de sus señorías los obispos de Maynooth: un pecado original y, como pecado original, cometido por otro en cuyo pecado ha pecado él también. Está entre las líneas de sus últimas palabras escritas, está petrificado en su lápida, bajo la cual no han de yacer los cuatro huesos de ella. El tiempo no lo ha marchitado. La belleza y la paz lo han borrado. Está, en variedad infinita, en todas las partes del mundo que ha creado, en Mucho ruido por nada, dos veces en Como gustéis, en La tempestad, en Medida por medida, y en las demás obras que no he leído.
Eglinton: La verdad está a medio camino. Él es el fantasma y el príncipe. Es todo en todo.
Stephen: Lo es. El muchacho del primer acto es el hombre maduro del quinto acto. Todo es todo. En Cimbelino, en Otelo, es chulo y cornudo. Actua y sufre. Enamorado de un ideal o de una perversión, mata, como José a la verdadera Carmen. Su intelecto inexorable es el Iago, loco de cuernos, deseando incesantemente que sufra el moro que hay en él.
Eglinton: ¡Y qué personaje es Iago! Al fin y al cabo, tiene razón Dumas fils (¿o es Dumas père?) Después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado.
Stephen: El hombre no le complace, ni tampoco la mujer. Vuelve tras una vida de ausencia a ese punto de la tierra donde nació, donde estuvo siempre, hombre y niño, testigo silencioso, y allí, acabado el viaje de su vida, planta en la tierra su morera. Luego muere. Se acabó el movimiento. Unos enterradores sepultan a Hamlet père y Hamlet fils. Rey y príncipe por fin en la muerte, con música de fondo. Y, aunque asesinado y traicionado, es llorado por todos los tiernos corazones frágiles, porque, danés o dublinés, la pena por los muertos es el único marido de quien se niegan divorciarse. Si les gusta el epílogo, mírenlo despacio: próspero Próspero, el hombre bueno recompensado, Lizzie, terroncito de amor del abuelito, y el tito Richie, el hombre malo arrebatado por la justicia poética al sitio a donde van los negros malos. Telón rápido. Encontró en el mundo exterior como real lo que estaba como posible en su mundo interior. Maeterlinck dice: Si Sócrates se marcha hoy de casa encontrará al sabio sentado en su umbral. Si Judas sale esta noche, es hacia Judas hacia donde le llevarán sus pasos. Toda vida consiste en muchos días, día tras día. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, viejos, jóvenes, esposas, viudas, cuñados adulterinos. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos. El dramaturgo que escribió la edición folio de este mundo, y la escribió mal (nos dio primero la luz y el sol dos días después), el señor de las cosas como son, a quien los más romanos de los católicos llaman dio boia, dios verdugo, es indudablemente todo en todo en todos nosotros, mozo de estado y matarife, y sería chulo y cornudo también si no fuera porque en la economía del cielo, predicha por Hamlet, ya no hay más matrimonios, dado que el hombre glorificado, ángel andrógino, es esposa de sí mismo.
Best: Los que están casados, todos, salvo uno, vivirán. Los demás se quedarán como están.
Eglinton: Usted es un engaño. Nos ha hecho recorrer todo este camino para enseñarnos un ménage-à-trois. ¿Cree usted en su propia teoría?
Stephen: No.
Best: ¿La va a escribir?. Debería hacer un diálogo, sabe, como los diálogos platónicos que escribió Wilde.
Eglinton: Bueno, en ese caso no veo por qué espera que le paguen por ello, puesto que usted mismo no lo cree. Dowden cree que hay algún misterio en Hamlet pero no quiere decir más. Herr Bleibtreu, ese que conoció Piper en Berlín, que está preparando la toría de Rutland, cree que el secreto está escondido en la tumba de Stratford. Va a ir a ver al actual duque, dice Piper, y a demostrarle que su antepasado escribió esas obras. Será una sorpresa para Su Gracia. Pero él cree en su teoría.
Sthephen: Por una guinea puede publicar esta entrevista.
Eglinton: Nuestros jóvenes bardos irlandeses todavía no han creado una figura que el mundo ponga junto al Hamlet del sajón Shakespeare, aunque yo le admire, como el viejo Ben, sin llegar a la idolatría,.
Russell: Todas esas cuestiones son puramente académicas. Quiero decir, si Hamlet es Shakespeare o Jacobo I o Esex. Discusiones de clérigos sobre la historicidad de Jesús. El arte tiene que revelarnos ideas, esencias espirituales sin forma. La cuestión suprema sobre una obra de arte es desde qué profundidad de vida emerge. La pintura de Gustave Moreau es la pintura de ideas. La más profunda poesía de Shelley, las palabras de Hamlet ponen a nuestra mente en contacto con la sabiduría eterna, el mundo de las ideas de Platón. Todo lo demás es especulación de escolares para escolares.
Stephen: Los escolásticos fueron primero escolares. Aristóteles fue un tiempo escolar de Platón.
Eglinton: Y no ha dejado de serlo, cabría esperar. Se le ve, un escolar modelo con el diploma bajo el brazo.
Stephen: Ese escolar modelo encontraría las cavilaciones de Hamlet sobre la vida futura de su alma principesca, ese inverosímil, insignificante y nada dramático monólogo, tan superficiales como las de Platón.
Eglinton: Palabra de honor que me hierve la sangre cuando oigo a alguien comparar a Aristóteles con Platón.
Stephen: ¿Cuál de los dos me habría desterrado de su república?
Eglinton: Se empeña en que Hamlet es un cuento de fantasmas.
Stephen: ¿Qué es un fantasma? Uno que se ha desvanecido en impalpabilidad a través de la muerte, a través de la ausencia, a través de un cambio de modos. El Londres elisabetiano estaba tan lejos de Stratford como el corrompido Paris lo está de la virginal Dublín. ¿Quién es el fantasma que viene del limbo patrum, regresando al mundo que le ha olvidado?¿Quién es el rey Hamlet?
Empieza la representación. Avanza un actor en la sombra, vestido con la cota que dejó un elegante en la corte, un hombre bien plantado con voz de bajo. Es el fantasma, el rey, rey y no rey, y el actor es Shakespeare que ha estudiado Hamlet todos los años de su vida que no fueron vanidad, para representar el papel del fantasma. Dice su palabras a Burbage, el joven actor que está delante de él, más allá de la tela encerada, llamándole por su nombre: “Hamlet, soy el fantasma de tu padre”, mandándole prestar atención. A un hijo habla, el hijo de su alma, el príncipe, el joven Hamlet y al hijo de su cuerpo, Hamnet Shakespeare, que ha muerto en Stratford para que su homónimo viva para siempre.
¿Es posible que ese actor Shakespeare, fantasma por ausencia, y con las ropas del sepultado rey de Dinamarca, fantasma por muerte, diciendo sus propias palabras al nombre de su propio hijo (si hubiese vivido Hamnet Shakespeare habría sido mellizo del príncipe Hamlet),m es posible, quiero saber, o probable, que no sacara ni previera la conclusión lógica de esas premisas: tú eres el hijo desposeído: yo soy el padre asesinado: tu madre es la reina culpable, Ann Shakespeare, de soltera Hathaway?
Russell: Pero ese hurgar en la vida familiar de un gran hombre (...) es interesante sólo para el funcionario del registro. Quiero decir, tenemos las obras. Quiero decir, cuando leemos la poesía del Rey Lear ¿qué nos importa como vivió el poeta? En cuanto a vivir, nuestros criados pueden hacerlo por nosotros, dijo Villiers de L’Isle. Curioseando y hurgando en los comadreos entre bastidores de aquel tiempo, que si bebía el poeta, que si tenía deudas. Tenemos el Rey Lear: y es inmortal.
Eglinton: ¿Pretende enfrentarse a la tradición de tres siglos? Por lo menos el fantasma de ella reposa en paz para siempre. Ella murió, al menos para la literatura, antes de haber nacido.
Stephen: Murió sesenta y siete años después de nacer. Ella le vio entrar y salir del mundo. Ella recibió sus primeros abrazos. Ella concibió a sus hijos y le puso a él peniques en los ojos para sujetarle cerrados los párpados cuando yacía en su lecho de muerte.
Eglinton: El mundo cree que Shakespeare cometió un error y salió de él lo antes y lo mejor que pudo.
Stephen: ¡Bah! Un hombre de genio no comete errores. Sus errores son voluntarios y son los pórticos del descubrimiento.
Best: Pero ¿y Ann Hataway? Sí, parece que la olvidamos, como la olvidó el propio Shakespeare.
Stephen: Tenía su buen maravedí de ingenio, y una memoria nada infiel. Llevaba un recuerdo en la bolsa cuando marchó a la capital silbando La moza que dejé atrás. Aunque el terremoto no lo situara en el tiempo, sabríamos dónde poner al pobre Wat, gazapo acurrucado en su madriguera, con el aullar de la jaurías, las bridas con las tachuelas y las ventanas azules de ella. Esa memoria, Venus y Adonis, estaba en la alcoba de todas las frescas de Londres. ¿Es poco agraciada Catalina la furia? Hortensia la llama joven y bella. ¿Creen que el autor de Antonio y Cleopatra, apasionado peregrino, tenía los ojos en la nuca para elegir a la putilla más fea de todo Warwickshire y acostarse con ella? Bueno: la dejó y ganó el mundo de los hombres. Pero sus mujeres-muchacho son las mujeres de un muchacho. Sus vidas, pensamientos y habla se los prestan los varones. ¿Eligió mal? Fue elegido, me parece. Si otros se salen con la suya, Ann hath a way, se las arregla. Qué demonios, ella tuvo la culpa. Ella le metió la sonda, dulce y de veintiséis años. La diosa de ojos grises que se inclina sobre el mozo Adonis, humillándose para conquistar, como prólogo a la hinchazón del acto, es una descarada moza de Stratford que revuelca en un trigal a un amante más joven que ella.
Best: Campo de centeno.
Lyster: Señor Dedalus, sus opiniones son muy iluminadoras. (...) ¿Su opinión es, entonces, que ella no le fue fiel al poeta?
Stephen: Donde hay una reconciliación debe haber primero una separación.
Eglinton: Ciertamente, de todos los grandes hombres, él es el más enigmático. No sabemos nada más sino que vivió y sufrió. Ni aun eso. Otros admiten nuestra pregunta. Una sombra se cierne sobre todo lo demás.
Best: Pero Hamlet es tan personal, ¿verdad? Quiero decir, una especie de documento privado, sabe, de su vida privada. Quiero decir, me importa un pito, sabe, a quién le matan o quien es el culpable...
Eglinton: Estaba preparado para cualquier paradoja (...) pero me permito advertirle también que si quiere destruir mi creencia de que Shakespeare es Hamlet, tiene por delante una tarea difícil.
Stephen: (...) A través del padre inquieto resplandece la imagen del hijo que no vive. En el intenso instante de la imaginación, cuando la mente, dice Shelley, es un ascua que se extingue, eso que era yo es lo que soy y lo que en posibilidad puedo llegar a ser. Así, en el futuro, el hermano del pasado, me puedo ver a mí mismo tal como estoy sentado aquí pero por reflejo de eso que será entonces.
Best: Sí, noto que Hamlet es muy joven. La amargura podría venirle del padre pero los pasajes con Ofelia son sin duda del hijo.
Eglinton: La señal de nacimiento del genio (no se vende en el mercado) Las obras de los últimos años de Shakespeare, que tanto admiraba Renan, alientan otro espíritu.
Lyster: El espíritu de reconciliación.
Stephen: No puede haber reconciliación si no ha habido separación. (...) Si quieren saber cuáles son los acontecimientos que proyectan su sombra sobre el infierno del tiempo del Rey Lear, Otelo; Hamlet, Troilo y Crecida, mire a ver cuándo y cómo se levanta la sombra. ¿Qué ablanda el corazón de un hombre, Naufragado en crueles tormentas, Puesto a prueba, como otro Ulises, Pericles, príncipe de Tiro? Una criatura, una niña puesta en sus brazos, Marina.
Eglinton: La inclinación de los sofistas hacia los vericuetos de los apócrifos es una cantidad constante. Los caminos principales son aburridos pero llevan a la ciudad.
Stephen: El señor Brandes lo acepta como la primera obra del periodo final. Marina, una hija de la tormenta, Miranda, un admirable prodigio, Perdita, la que estaba perdida. Lo que se había perdido le es devuelto: la niña de su hija: Mi queridísima esposa, dice Pericles, era como esta doncella. ¿Habrá algún hombre que ame a la hija si no ha amado a la madre?
Best: El arte de ser abuelo...
Stephen: Para un hombre con esa cosa rara, el genio, su propia imagen es la norma de toda experiencia, material y moral. Semejante apelación le afectará. Las imágenes de otros varones de su sangre le repelerán. Verá en ellas grotescos intentos de la naturaleza por predecirle o repetirle a él mismo.
Lyster: Espero que el señor Dedalus elaborará esa teoría para ilustración del público. Y deberíamos mencionar a otro comentador irlandés, el señor George Bernard Shaw. Y tampoco deberíamos olvidar al señor Frank Harris. Sus artículos sobre Shakespeare en la Saturday Review fueron brillantes, sin duda. Curiosamente, él también traza para nosotros una relación infeliz con la dama morena de los sonetos. El rival favorecido es William Herbert, conde de Pembroke. Confieso que si debe ser rechazado el poeta, tal rechazo parecería más en armonía con, ¿cómo lo diré?, nuestras nociones de lo que no debería haber sido.
Stephen: Hay un dicho de Goethe que al señor Magee le gusta citar. Ten cuidado con lo que deseas en tu juventud porque lo obtendrás en tu media edad. ¿Por qué a una que es una buonaroba, una jaca que todos los hombres cabalgan, una doncella de honor con una doncellez escandalosa, le manda a un señorón para que la corteje por él? Él mismo era señor del lenguaje y se había hecho paje caballero y había escrito Romeo y Julieta. ¿Por qué? La creencia en sí mismo ha sido muerta prematuramente. Fue derrotado primero en un trigal (un campo de centeno, debería decir) y nunca en lo sucesivo será un vencedor ante sus propios ojos ni jugará victoriosamente el juego de reír y tumbarse. El asumir el donjuanismo no le salvará. No habrá posterior deshacimiento que deshaga el primer deshacimiento. El colmillo del jabalí le ha herido allí donde el amor yace sangrando. A la furia, aunque sea vencida, sin embargo, le queda el arma invisible de la mujer. Hay, lo noto en las palabras, algún aguijón de la carne que le empuja a una nueva pasión, una sombra más oscura que la primera, oscureciendo incluso su propio entendimiento de sí mismo. Un hado semejante le aguarda y las dos furias se mezclan en un torbellino.
El alma ha sido herida mortalmente antes, un veneno vertido en el pórtico de un oído dormido. Pero los que reciben la muerte durante el sueño no pueden conocer el modo de su extinción a no ser que su Creador dote a sus almas con ese conocimiento en la vida futura. El envenenamiento y el animal de las dos espaldas que lo apremió no los habría podido conocer el fantasma del rey Hamlet si no estuviera dotado de conocimiento por su creador. Por eso el discurso (su triste y acerba lengua inglesa) siempre se dirige hacia otro punto, hacia atrás. Violador y violado, lo cual él lo quería pero no lo quería, va con él desde las ebúrneas esferas cercadas de azul de Lucrecia hasta el pecho de Imogene, descubierto, con su verruga de cinco manchas. Él regresa, fatigado de la creación que ha amontonado para que le esconda de sí mismo, viejo perro lamiendo una vieja llaga. Pero, puesto que el perder es su ganancia, avanza allá hacia la eternidad, en personalidad no disminuida, sin ser aleccionado por la sabiduría que él ha escrito ni por las leyes que ha revelado. Su celada está levantada. Es un fantasma, una sombra ahora, el viento junto a las rocas de Elsinore o lo que os parezca bien, la voz del mar, una voz oída sólo en el corazón de aquel que es la sustancia de su sombra, el hijo consustancial con el padre.
Eglinton: Los coterráneos del bardo quizás están más bien cansados de nuestras brillanteces de teorización. He oído decir que una actriz ha representado Hamlet anoche en Dublín por la cuatrocientas octava vez. Vining sostenía que el príncipe era una mujer. ¿Nadie le ha hecho ser un irlandés? El juez Barton, creo, está buscando algunas pistas. Jura (Su Alteza, no Su Señoría) por San Patricio.
Best: La más brillante de todas es ese relato de Wilde. Ese Retrato de W. H. En que demuestra que los sonetos fueron escritos por un tal Willie Hughes, hombre de muchos colores.
Lyster: Para Willie Hughes, ¿no?
Best: Quiero decir, para Willie Hughes. Claro que todo es paradoja, ya comprenden, Hughes y hews, corta y hues, colores, pero es típico del modo como lo elabora. Es la mismísima esencia de Wilde, de veras. El toque ligero.
Eglinton: Queremos saber más. Empezamos a estar interesados en la señora S. Hasta ahora la habíamos imaginado, si es que la habíamos imaginado, como una paciente Griselda, una Penélope de estarse en casa.
Stephen: Antístenes, discípulo de Gorgias, le quitó la palma de la belleza a la ponedora de Kyrios Menelaos, la argiva Helena, la yegua de madera de Troya en que durmieron una veintena de héroes, y se la dio a la pobre Penélope. Veinte años vivió él en Londres, y, durante parte de ese tiempo, recibió un salario igual al del Lord Canciller de Irlanda. Su vida fue rica. Su arte, más que el arte del feudalismo, como lo llamó Walt Whitman, es el arte del hartazgo. Pasteles calientes de arenque, jarros verdes de jerez, salsas de miel, azúcar de rosas, mazapán, pichones rellenos de grosellas, confites de jengibre. Sir Walter Raleigh, cuando le detuvieron, llevaba encima medio millón de francos, incluidos un par de corsés de fantasía. La usurera Eliza Tudor tenía bastante ropa interior como para competir con la reina de Saba. Veinte años mariposeó él entre el amor conyugal con sus castos deleites y el amor putañero con sus turbios placeres. Ya saben lo que cuenta Manningham de la mujer del burgués que invitó a Dick Burbage a su cama cuando le vió en Ricardo III y cómo Shakespeare, que lo oyó, sin más ruido por nada, tomó la vaca por los cuernos, y cuando Burbage llamó a la puerta, contestó desde las mantas del capón: Guillermo el Conquistador llegó antes que Ricardo III. Y la alegre damita, la señora Fitton, salta y grita ¡Oh!, y su delicado pajarito, Lady Penélope Rich, una limpia mujer de calidad es apropiada para un actor, y las furcias de junto al río, a penique por cada vez.
La crema de la buena sociedad. Y Sir William Davenant, con una madre de Oxford, con su vaso de vino canario para el primer pájaro que la toque.
Y la hija de Enrique el de las seis mujeres y otras damas amigas de residencias cercanas, como canta Lawn Tennyson, caballero poeta. Pero en todos esos veinte años ¿qué suponen que hacía la pobre Penélope en Stratford detrás de los cristales en rombo?
Mulligan: ¿De quién sospecha?
Stephen: Digamos que él es el amante despreciado de los sonetos. Una vez despreciado, dos veces despreciado. Pero la coqueta de la corte le despreció por un Lord, el querísimoamor de él.
Eglinton: Como buen inglés, quieres decir, él amó a un Lord.
Stephen: Eso parece, puesto que quiere hacer a favor de él, y por todos y cada uno en particular de los demás vientres sin surcar, el santo oficio que el mozo de cuadra hace por el garañón. Quizá, como Sócrates, tuvo una comadrona por madre, igual que tuvo una furia por mujer. Pero ella, la risueña coqueta, no quebrantó el voto del tálamo. Hay dos acciones hediondas en el ánimo del fantasma: un voto quebrantado y el animal duro de mollera a quien ella a concedido sus favores, hermano del difunto marido... La dulce Ana, estoy seguro, era de sangre caliente. Una vez amante, dos veces amante.
La obligación de probar es suya, no mía. Si usted niega que en la quinta escena de Hamlet él la marca a fuego con la infamia, dígame por qué no hay mención de ella durante los treinta y cuatro años entre el día que se casó con él y el día que le enterró. Todas aquellas mujeres vieron enterrados a sus maridos: Mary a su buen John: Ann, a su pobre querido William, cuando fue y se le murió encima, furioso de ser el primero en marcharse: Joan, a sus cuatro hermanos: Judith, a su marido y a todos sus hijos; Susan, a su marido también, mientras que la hija de Susan, Elizabeth, para usar las palabras del abuelito, se casó con su segundo habiendo matado al primero.
Ah , sí, sí que hay mención. En los años en que él vivía con riqueza en el real Londres, para pagar una deuda tuvo que pedir prestados cuarenta chelines al pastor de su padre. Explíquenme entonces. Explíquenme el canto del cisne en que la ha encomendado a ella a la posterioridad.
Eglinton: Se refiere usted a la última voluntad. Eso lo han explicado, creo, los juristas. Ella tenía derecho a su parte de viuda según la ley. Él sabía mucho de derecho dicen nuestros jueces. Y por consiguiente omitió el nombre de ella del primer borrador, pero no se dejó fuera los regalos para su nieta, para sus hijas, para su hermana, para sus viejos compadres de Stratford y de Londres. Y cuando le apremiaron, según creo, a mencionarla le dejó su segunda cama (secondbest bed)
Eglinton: Los buenos de los campesinos tenían entonces poco mobiliario y siguen teniéndolo, si es que nuestros dramas rurales son fieles a la realidad.
Stephen: Él era un rico caballero de campo con un escudo de armas y fincas en Strtford y una casa en Ireland Yard, un accionista capitalista, un promotor de proyectos de ley, un arrendatario de diezmos. ¿Por qué no le dejó a ella su mejor cama para que pasara el resto de sus días roncando en paz?
Best: Está claro que había dos camas, best y secondbest.
Mulligan: ¡Ah, tengo que decirles lo que dijo Dowden! ¿Delicioso! Le pregunté qué pensaba de la acusación de pederastia dirigida contra el bardo. Él levantó las manos y dijo: “Lo único que podemos decir es que en aquellos tiempos se vivía intensamente” ¡Delicioso!
Best: El sentido de la belleza nos extravía.
Eglinton: El médico puede decirnos qué significan esas palabras. No puede uno comerse el pastel y conservarlo.
Stephen: Y el sentido de la propiedad. Se sacó a Shylock de sus propios largos bolsillos. Hijo de un negociante de cebada y usurero, él mismo fue negociante de cebada y usurero con diez medidas de grano acaparadas en los motines del hambre. Sus deudores son sin duda esos de diversas creencias que menciona Chettle Falstaff, el cual informa sobre su rectitud en los tratos. Puso pleito a un colega actor por el precio de unos pocos sacos de cebada y extrajo su libra de carne en intereses por cada dinero que prestó. ¿Cómo, si no, pudo enriquecerse de prisa el mozo de establo y traspunte de Aubrey? Todos los acontecimientos llevaban el agua a su molino. En Shylock resuenan las persecuciones contra los judíos que sucedieron al ahorcamiento y descuartizamiento del sanguijuela de la reina, López, siéndole arrancado su corazón de judío mientras el hebreo estaba todavía vivo: en Hamlet y Macbeth, la subida al trono de un filosofastro escocés con aficiones a asar brujas. La Armada perdida es de lo que se burla en Trabajos de amor perdidos. Sus espectáculos, las historias, navegan a toda vela sobre una marea de entusiamo a lo Mafeking. Se juzga a los jesuitas de Warwickshire y ya tenemos la teoría de un portero sobre la reserva mental. Vuelve de las Bermudas la Sea Venture, y se escribe la obra que admiró Renan, con Patsy Calibán, nuestro primo americano. Los sonetos azucarados, siguen a los de Sydney. En cuanto al hada Elizabeth, alias Bess Zanahoria, la grosera virgen que inspiró Las alegres comadres de Windsor, dejemos que algún meinherr de Teutona escarbe toda su vida en busca de significados hondamente escondidos en lo hondo del cesto de la colada.
Eglinton: Pruebe que era judío. Su decano de estudios sostiene que era un santo católico romano.
Stephen: Santo Tomás, cuyas panzudas obras disfruto leyendo en el original, al escribir sobre el incesto desde un punto de vista diferente del de la nueva escuela vienesa de que hablaba el señor Magee, lo compara, en su sabia y curiosa manera, a una avaricia de las emociones. Quiere decir que el amor dado así a alguien cercano en la sangre es codiciosamente sustraído a alguien desconocido que, quizá, tiene hambre de él. Los judíos, a quienes los cristianos acusan de avaricia, son los más dados de todas las razas al matrimonio consanguíneo. Las acusaciones se hacen por ira. Las leyes cristianas que edificaron los tesoros de los judíos(para quienes, como para los Lollardos, la tempestad fue el refugio) también ataron sus afectos con cercos de acero. Si son pecados o virtudes, el viejo Papá-Nadie nos lo dirá en la audiencia del día del juicio. Pero un hombre que se agarra tan fuerte a lo que él llama sus derechos sobre lo que él llama sus deudas se agarrará también fuerte a lo que él llama sus derechos sobre la que él llama su mujer. Ningún vecino Don Sonrisas codiciará su buey o su mujer o su criado o su criada o su burro.
Best: están tratando ásperamente al gentil Will.
Mulligan: ¿Qué Will?
Eglinton: Will to live, la voluntad de vivir, pues la pobre Ann, la viuda de Will, es la voluntad de morir, will to die.
Stephen: Requiescat. Yace compuesta en recia rigidez en esa segunda cama, la reina bien tapada, aunque usted demuestra que una cama en aquellos días era tan rara como lo es hoy un automóvil y que sus tallas eran la maravilla de las siete parroquias. En su vejez se dio a los predicadores (uno se quedó en New Place y se bebió un cuarto de jerez que pagó el ayuntamiento, pero en qué cama durmió no es cosa de preguntarlo) y se enteró que tenía alma. Leyó o se hizo leer los libritos de cordel de él, prefiriéndolos a las Alegres casadas y, haciendo aguas de noche en el orinal, meditó sobre Ojales y corchetes para calzones de creyentes y La más espiritual tabaquera para hacer estornudar a las más devotas almas. Venus le había contorsionado los labios en oración. Agenbite of inwit: remordimiento de conciencia. Es una época de agotada putañería buscando a tientas su dios.
Eglinton: La historia muestra que eso es cierto. Las edades se suceden unas a otras. Pero sabemos por elevada autoridad que los peores enemigos de un hombre serán los de su propia casa y familia. Me parece que Russell tiene razón. ¿Qué nos importa su mujer y su padre? Yo diría que sólo los poetas de familia tienen vidas de familia. Falstaff no era padre de familia. Entiendo que el gordo caballero es su suprema creación.
Stephen: Un padre es un mal necesario. Él escribió el drama en los meses que siguieron a la muerte de su padre. Si usted afirma que él, hombre de pelo gris con dos hijas casaderas, con treinta y cinco años de vida, nel mezo del cammin di nostra vita, con cincuenta de experiencia, es el imberbe estudiantillo de Wittenberg, entonces debe sostener que sumadre, con sus setenta años, es la reina lujuriosa. No. El cadáver de John Shakespeare no anda por ahí de noche. De hora en hora se pudre y se pudre. Descansa desarmado de su paternidad, habiendo transmitido ese estado místico a su hijo. El Calandrino de Boccaccio fue el primer y último hombre que se sintió preñado. La paternidad, en sentido de engendrar conscientemente, le es desconocida al hombre. Es un estado místico, una sucesión apostólica, del único engendrador al único engendrado. Sobre ese misterio, y no sobre la Madonna que el astuto intelecto italiano echó a las masas de Europa, está fundada la Iglesia, y fundada irremoviblemente por estas fundada, como el mundo, macrocosmos y microcosmos, sobre el vacío. Sobre la incertidumbre, sobre la improbabilidad. Amor matris, genitivo subjetivo y objetivo, quizá sea la única cosa verdadera de la vida. La paternidad quizá sea una ficción legal. ¿Quién es el padre de cualquier hijo para que cualquier hijo tenga que amarle, ni a él ni a cualquier hijo?
Están separados por una vergüenza corporal tan sólida que los registros criminales del mundo, manchados con todos los demás incestos y bestialidades, apenas anotan su quebrantamiento. Hijos con madres, progenitores con hijas, hermanas lesbianas, amores que no se atreven a decir su nombre, sobrinos con abuelas, presidiarios con ojos de cerraduras, reinas con toros premiados. El hijo no nacido estropea la belleza: nacido, trae dolor, divide el cariño, aumenta la preocupación. Es un macho: su crecimiento es la decadencia de su padre, su juventud la envidia de su padre, su amigo el enemigo de su padre.
Eglinton: Sabelio, el Africano, el más sutil heresiarca de todas las bestias del campo, sostenía que el Padre era Él Mismo Su Propio Hijo. El mastín de Aquino, para quien ninguna palabra ha de ser imposible, le refuta. Bueno: si el padre que no tiene un hijo no es un padre, ¿puede ser hijo el hijo que no tiene padre? Cuando Ruthlandbaconsouthamptonshakespeare u otro poeta del mismo nombre en la comedia de los errores escribió Hamlet, no era meramente el padre de su propio hijo sino que, no siendo ya hijo, era y se sentía ser el padre de toda su raza, el padre de su propio abuelo, el padre de su nieto por nacer, quien, según el mismo criterio, nunca nació, pues la naturaleza, egún la entiende el señor Magee, aborrece la perfección.
Mulligan: Él mismo su propio padre. Espera. Estoy preñado. Tengo en mi cerebro un hijo por nacer. ¡Palas Atenea! ¡Un drama! ¡El drama es la realidad! ¡Permitidme parir!
Stephen: En cuanto a su familia el apellido de su madre vive en el bosque de Arden. Ella, al morir, le inspiró la escena con Volumnia en Coriolano. La muerte de su muchachito es la escena de muerte del joven Arthur en El rey Juan. Hamlet, el príncipe negro, es Hamnet Shakespeare. Sabemos quiénes son las niñas de La tempestad, de Pericles, de Cuento de invierno. Podemos suponer quiénes son Cleopatra, la olla de carne de Egipto, y Crecida y Venus. Pero hay otro miembro de la familia que está registrado.
Él tenía tres hermanos, Gilbert, Edmund, Richard. Gilbert en su vejez dijo a unos caballeros que el Maestre Cobrador le había dado un pase gratis ¡por la misa! Y vio a su hermano Maestre Wull el autor de comedias allá en Lonnes en una comedia de luchar con un tío a la espalda. Los mosqueteros del teatro le llenaron el alma a Gilbert. No está en ninguna parte: pero un Edmund y un Richard están anotados en las obras del dulce William.
Eglinton: ¡Nombres! ¿Qué hay en un nombre?
Best: Ése es mi nombre, Richard, ¿no sabes? Espero que dirás algo bueno para Richard, sabes, en atención a mï.
Stephen: En su trinidad de negros Wills, los malvados sacudepanzas, Iago, Richard Crookback, Edmund de El rey Lear, dos llevan los nombres de los malignos tíos. Más aún, ese último drama se escribió o lo estaba escribiendo mientras su hermano Edmund agonizaba en Southwark.
Ha escondido su propio nombre, un hermosos nombre, William, en los dramas, aquí un comparsa, allí un bufón, como un pintor de la antigua Italia escondiendo su cara en un rincón oscuro de su lienzo. Lo ha revelado en los Sonetos donde hay Will de sobra. Como John O’Gaunt, su nombre le es caro, tan caro como el escudo que obtuvo a fuerza de adular, sobre banda de sable una lanza con punta argentada, honorificabilitudinitabis, más caro que su gloria del mayor sacude-escenas del país. ¿Qué hay en un nombre? Eso es lo que nos preguntamos en la niñez cuando escribimos el nombre que nos dicen que es el nuestro. Una estrella, una estrella diurna, un meteoro surgió en su nacimiento. Brillaba de día en los cielos, solo, más claro que Venus de noche, y de noche brillaba sobre Delta de Casiopea, la constelación recumbente que es la firma de su inicial entre las estrellas. Sus ojos lo observaron, bajo sobre el horizonte, al este de la Osa, al caminar por los soñolientos campos de verano a medianoche, volviendo de Shottery y de los brazos de ella.
Best: eso es muy interesante porque ese motivo del hermano, saben, lo encontramos también en los antiguos mitos irlandeses. Exactamente lo que dice usted. Los tres hermanos Shakespeare. En Grimm también, saben, los cuentos de hadas. El tercer hermano que se casa con la belleza durmiente y gana el mejor premio.
Lyster: Me gustaría saber cuál hermano usted... Entiendo que usted sugiere que hubo una desviación de conducta con uno de los hermanos... Pero ¿quizá me estoy adelantando?
Eglinton: Vamos. Oigamos qué tiene que decirnos usted de Richard y Edmund. Los ha dejado para el final, ¿no es verdad?
Stephen: Al pedirles que recordaran a esos dos nobles parientes, el tito Richard y el tito Edmund, me doy cuenta de que les pido demasiado. Un hermano se olvida más fácilmente que un paraguas.
Dirán ustedes que esos nombres ya estaban en las crónicas de donde tomó el material de sus dramas. ¿Por qué tomo ésas en vez de otras? Richard, un jorobado hijodeputa, malnacido, le hace el amor a una reciente viuda Ann (¿qué hay en el nombre?), la corteja y la conquista, una viuda alegre hijadeputa. Richard el conquistador, tercer hermano, llegó después de William el conquistado. Los otros cuatro actos de ese drama cuelgan flojamente de ese primero. De todos sus reyes, Richard es el único rey no protegido por la reverencia de Shakespeare, ángel del mundo. ¿por qué la acción secundaria de El rey Lear, donde aparece Edmund, está tomada de la Arcadia de Sydney e incrustada en una leyenda céltica más vieja que la historia?
Eglinton: Así era la costumbre de Will. Ahora no combinaríamos una saga noruega con el resumen de una novela de George Meredith. Que voulez-vous? Diría Moore. Él pone a Bohemia en la orilla del mar y hace que Ulises cite a Aristóteles.
Stephen: ¿Por qué? Porque el tema del hermano falso o usurpador o adúltero, o las tres cosas en uno, siempre lo tendrá consigo Shakespeare, lo que no le pasa con los pobres. La nota del destierro, destierro del corazón, resuena ininterrumpidamente desde Los dos hidalgos de Verona en adelante, hasta que Próspero rompe su vara, la sepulta a varias brazas en la tierra y sumerge su libro. Se redobla en la mitad de su vida, se refleja en otra, se repite, prótasis, epítasis, catástasis, catástrofe. Se repite otra vez cuando está cerca de la tumba, cuando su hija casada Susan, de tal palo tal astilla, es acusada de adulterio. Pero fue el pecado original lo que oscureció su entendimiento, debilitó su voluntad y dejó en él una fuerte inclinación al mal. Las palabras son las de sus señorías los obispos de Maynooth: un pecado original y, como pecado original, cometido por otro en cuyo pecado ha pecado él también. Está entre las líneas de sus últimas palabras escritas, está petrificado en su lápida, bajo la cual no han de yacer los cuatro huesos de ella. El tiempo no lo ha marchitado. La belleza y la paz lo han borrado. Está, en variedad infinita, en todas las partes del mundo que ha creado, en Mucho ruido por nada, dos veces en Como gustéis, en La tempestad, en Medida por medida, y en las demás obras que no he leído.
Eglinton: La verdad está a medio camino. Él es el fantasma y el príncipe. Es todo en todo.
Stephen: Lo es. El muchacho del primer acto es el hombre maduro del quinto acto. Todo es todo. En Cimbelino, en Otelo, es chulo y cornudo. Actua y sufre. Enamorado de un ideal o de una perversión, mata, como José a la verdadera Carmen. Su intelecto inexorable es el Iago, loco de cuernos, deseando incesantemente que sufra el moro que hay en él.
Eglinton: ¡Y qué personaje es Iago! Al fin y al cabo, tiene razón Dumas fils (¿o es Dumas père?) Después de Dios, Shakespeare es quien más ha creado.
Stephen: El hombre no le complace, ni tampoco la mujer. Vuelve tras una vida de ausencia a ese punto de la tierra donde nació, donde estuvo siempre, hombre y niño, testigo silencioso, y allí, acabado el viaje de su vida, planta en la tierra su morera. Luego muere. Se acabó el movimiento. Unos enterradores sepultan a Hamlet père y Hamlet fils. Rey y príncipe por fin en la muerte, con música de fondo. Y, aunque asesinado y traicionado, es llorado por todos los tiernos corazones frágiles, porque, danés o dublinés, la pena por los muertos es el único marido de quien se niegan divorciarse. Si les gusta el epílogo, mírenlo despacio: próspero Próspero, el hombre bueno recompensado, Lizzie, terroncito de amor del abuelito, y el tito Richie, el hombre malo arrebatado por la justicia poética al sitio a donde van los negros malos. Telón rápido. Encontró en el mundo exterior como real lo que estaba como posible en su mundo interior. Maeterlinck dice: Si Sócrates se marcha hoy de casa encontrará al sabio sentado en su umbral. Si Judas sale esta noche, es hacia Judas hacia donde le llevarán sus pasos. Toda vida consiste en muchos días, día tras día. Caminamos a través de nosotros mismos, encontrando ladrones, fantasmas, gigantes, viejos, jóvenes, esposas, viudas, cuñados adulterinos. Pero siempre encontrándonos a nosotros mismos. El dramaturgo que escribió la edición folio de este mundo, y la escribió mal (nos dio primero la luz y el sol dos días después), el señor de las cosas como son, a quien los más romanos de los católicos llaman dio boia, dios verdugo, es indudablemente todo en todo en todos nosotros, mozo de estado y matarife, y sería chulo y cornudo también si no fuera porque en la economía del cielo, predicha por Hamlet, ya no hay más matrimonios, dado que el hombre glorificado, ángel andrógino, es esposa de sí mismo.
Best: Los que están casados, todos, salvo uno, vivirán. Los demás se quedarán como están.
Eglinton: Usted es un engaño. Nos ha hecho recorrer todo este camino para enseñarnos un ménage-à-trois. ¿Cree usted en su propia teoría?
Stephen: No.
Best: ¿La va a escribir?. Debería hacer un diálogo, sabe, como los diálogos platónicos que escribió Wilde.
Eglinton: Bueno, en ese caso no veo por qué espera que le paguen por ello, puesto que usted mismo no lo cree. Dowden cree que hay algún misterio en Hamlet pero no quiere decir más. Herr Bleibtreu, ese que conoció Piper en Berlín, que está preparando la toría de Rutland, cree que el secreto está escondido en la tumba de Stratford. Va a ir a ver al actual duque, dice Piper, y a demostrarle que su antepasado escribió esas obras. Será una sorpresa para Su Gracia. Pero él cree en su teoría.
Sthephen: Por una guinea puede publicar esta entrevista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario