13/5/06

Hamlet y Nabokov

Ember (poeta, traductor) y Krug (filósofo y protagonista de Barra siniestra, de Vladimir Nabokov), intelectuales reprimidos en una sociedad abyectamente totalitaria, discuten sobre la obra de Shakespeare:

CAPÍTULO VII (Extracto)

Un vaso estriado, de color violeta veteado de azul, y una jarra de ponche caliente, están sobre la mesita de noche de Ember Una serie de tres grabados pende de la pared color ante, directamente sobre su cabeza ( Ember tiene un fuerte resfriado)
El grabado número uno representa a un caballero del siglo XVI en el acto de entregar un libro a un hombre humilde que sostiene un venablo y un sombrero coronado de laurel en la mano izquierda. Adviértase el detalle siniestro ( ¿Por qué? Ah, “esta es la cuestión”, como observó una vez Monsieur Homais, citando el journal d’hier; una cuestión que es contestada con voz torpe por el Retrato de la página titular del Primer Infolio) Adviértase también el pie: Ink, a Drug (La Tinta, una Droga ) El lápiz ocioso de alguien ( Ember aprecia muchísimo este escolio) numeró las letras de manera que digan Grudinka que significa “ tocino” en varias lenguas eslavas.
El número dos muestra al rústico (vestido ahora con las ropas de caballero) quitando de la cabeza del caballero (ahora escribiendo sentado a una mesa) una especie de shapska. Garrapateado al pie, en la misma caligrafía “Hamlet, u Homelette aun Lard.”
Por último, el numero tres representa una carretera, un viajero a pie (que lleva la shapska robada) y un rotulo indicador: A High Wycombe.
Su nombre es proteico. Engendra dobles en cada esquina. Su caligrafía es imitada inconscientemente por abogados que escriben en parecido estilo. En la húmeda mañana del 27 de noviembre de 1582, es Shaxpere, y ella es una Wately de Temple Grafton. Un par de días mas tarde, él es Shagspere, y ella es una Hathway de Stratford-on-Avon. ¿Quién es él? William X, astutamente compuesto de dos brazos izquierdos y una mascara. ¿Quién más? La persona que dijo (no por primera vez) que la gloria de Dios es esconder las cosas, y la gloria del hombre, encontrarlas. Sin embargo, el hecho de que el hombre de Warwickshire escribió las obras está satisfactoriamente demostrado por la fuerza de una manzana tardía y de una pálida vellorita.
Ahora, pueden tratarse dos temas: el shakespeariano vertido en tiempo presente, con Ember presidiendo en un ruelle; y otro completamente distinto, una complicada mezcla de pasado, presente y futuro, con la monstruosa ausencia de Olga causando una terrible turbación. Éste era su primer encuentro desde la muerte de ella. Krug no quiere hablar de ella, ni siquiera quiere preguntar por sus cenizas; y Ember, que siente también la vergüenza de la muerte, no sabe que decir. Si hubiese podido moverse libremente, tal vez habría abrazado a su gordo amigo en silencio (una miserable derrota en el caso de los filósofos y los poetas acostumbrados a creer que las palabras son superiores a los hechos), pero esto es imposible cuando uno de los dos yace en la cama. Krug, semiintencionadamente, se mantiene fuera del alcance del otro. Es una persona difícil. Describe la habitación. Alude a los brillantes ojos castaños de Ember. Ponche caliente y un poco de fiebre. Su firme y reluciente nariz surcada de venas azules, y el brazalete en su hirsuta muñeca. Di algo. Pregunta por David. Relata el horror de aquellos ensayos.
—David esta también en cama, resfriado (ist auk beterkeltet), pero no ha sido esta la causa de nuestro regreso (zueruk). ¿Qué (shto bish) estaba diciendo sobre esos ensayos (repetitia)?
Ember recibe con agradecimiento el tema elegido. Podía haber preguntado: “entonces, ¿por qué?” Tardará un poco en aprender a razonar. Percibe vagamente peligros emocionales en esta vaga región. Prefiere hablar de negocios. Última oportunidad de describir la habitación.
Demasiado tarde. Ember habla a chorros. Exagera su propia verborrea. En forma deshidratada y condensada, las nuevas impresiones de Ember como Asesor Literario del Teatro del Estado pueden expresarse en estos términos:
—Los dos mejores Hamlet que teníamos, en realidad los únicos aceptables, salieron disfrazados del país y, según se dice, están ahora intrigando furiosamente en Paris, después de haber estado a punto de matarse el uno al otro en el camino. Ninguno de los jóvenes a quienes hemos entrevistado valen para nada, aunque uno o dos de ellos tienen, por lo menos, la apostura que requiere el personaje. Por razones que en seguida explicare, Osric y Fortinbras han adquirido un tremendo ascendiente sobre el resto del reparto. La reina esta embarazada. Laertes es constitucionalmente incapaz de aprender los rudimentos de la esgrima. He perdido todo interés en el montaje de la obra, porque no puedo cambiar el grotesco rumbo que ha tomado. Mi único y pobre objetivo actual es hacer que los actores adopten mi propia traducción, en vez de aquella, abominable, a la que están acostumbrados. Por otra parte, su trabajo de aficionados, empezado hace mucho tiempo, no ha terminado aun del todo, y el hecho de tener que acelerarlo con un propósito bastante incidental (por no decir algo peor) me causa una intensa irritación, que, sin embargo, no es nada en comparación con el horror de oír que los actores se entregan, con una especie de alivio atávico, a la jerga de la versión tradicional (de Kronberg), siempre que Wern, hombre débil y que prefiere las ideas a las palabras, se lo permite a espaldas mías.
Ember sigue explicando por que el nuevo Gobierno creyó que valía la pena sufrir la producción de una embrollada obra isabelina. Explica la idea en que se basa la producción Wern, que propuso humildemente el proyecto, tomó su concepción de la obra del extraordinario libro del difunto profesor Hamm, La verdadera fama de Hamlet.
"Hierro y hielo (escribió el profesor) esta es la amalgama física sugerida por la personalidad del extrañamente rígido y grave Fantasma. De esta unión nacerá Fortinbras (Ironside) Según las normas inmemoriales de la escena, lo que es presagiado debe ser incorporado: la erupción debe producirse a toda costa. En Hamlet la exposición promete oscuramente al auditorio una obra fundada en el intento del joven Fortinbras para recobrar las tierras perdidas por su padre en favor del rey Hamlet. Éste es el conflicto, ésta es la trama. Desviar subrepticiamente la tensión de este tema saludable, vigoroso y claramente nórdico, al humor camaleónico de un impotente danés, representaría, en la escena moderna, un insulto al determinismo y al sentido común.
"Fuesen cuales fueren las intenciones de Shakespeare o de Kyd, no hay duda de que la clave, la fuerza impelente de la acción, es la corrupción de la vida civil y militar en Dinamarca. Imagínate la moral de un Ejercito donde un soldado que no debería temer los truenos ni el silencio ¡dice que tiene enfermo el corazón! Consciente o inconscientemente, el autor de Hamlet creó la tragedia de las masas y, de este modo, fundó la soberanía de la sociedad sobre el individuo. Esto no quiere decir que no haya un héroe tangible en la obra. Pero no es Hamlet. El verdadero héroe es sin duda Fortinbras, un brillante y joven caballero, hermoso y sensato hasta la médula. Con la aprobación de Dios, este magnífico joven nórdico asume el control de la mísera Dinamarca, que ha sido tan criminalmente gobernada por el degenerado rey Hamlet y el judeo-latino Claudius.
"Como ocurre en todas las democracias decadentes, todo el mundo padece, en la Dinamarca de la obra, de una plétora de palabras. Si el Estado quiere salvarse, si la nación desea hacerse merecedora de un nuevo y firme gobierno, todo debe cambiar; el sentido común popular debe escupir el caviar de poesía y luz de luna, y devolver el poder a las palabras sencillas, verbum sine ornatu, inteligibles tanto para el hombre como para los animales, y acompañadas de una acción adecuada. El joven Fortinbras reivindica unos antiguos derechos hereditarios sobre el trono de Dinamarca. Alguna oscura acción de violencia o de injusticia, alguna jugarreta ruin por parte del degenerado feudalismo, alguna maniobra masónica urdida por los Shylock de las altas finanzas, despojaron a su familia de sus justos derechos, y la sombra de este crimen flota en el oscuro ambiente hasta que, en la escena final, la idea de justicia de masas estampa en toda la obra su sello de significación histórica.
"Tres mil coronas y una semana de tiempo disponible no habrían bastado para conquistar Polonia (al menos en aquella época); pero resultaron sobradamente suficientes para otro fin. Claudius, atontado por el vino, se deja engañar completamente por el joven Fortinbras, el cual dice que cruzara los dominios de Claudius en su camino (singularmente desviado) hacia Polonia, con un ejercito que, en realidad, ha reclutado para un fin muy diferente. No; los bestiales polacos no tienen por que temblar: esta conquista no llegara a realizarse; nuestro héroe no ambiciona sus ciénagas y bosques En vez de dirigirse al puerto, Fortinbras, soldado genial, permanecerá a la espera, y el 'marchad despacio' (que murmura a sus tropas después de enviar un capitán a saludar a Claudius) solo puede significar una cosa: marchad despacio y ocultaos, mientras el enemigo (el rey danés) se imagina que habéis embarcado hacia Polonia.
"Se comprenderá en seguida la verdadera trama de la obra si se advierte lo siguiente: el Fantasma de las murallas de Elsinore no es el fantasma del rey Hamlet. Es el del Antepasado de Fortinbras, asesinado por el rey Hamlet. El fantasma de la víctima haciéndose pasar por el fantasma de su asesino ¡qué maravillosa y previsora estrategia, y como excita nuestra intensa admiración! El voluble y probablemente falso relato de la muerte del viejo Hamlet, pronunciado por este admirable impostor, solo pretende crear innerliche Unrulhe en el Estado y debilitar la moral de los daneses. El veneno vertido en el oído del durmiente es símbolo de la sutil inyección de rumores letales, un símbolo que los villanos de los tiempos de Shakespeare dejarían difícilmente de advertir. De este modo, el viejo Fortinbras, disfrazado de fantasma de su enemigo, prepara la perdición del hijo de este y el triunfo de su propio retoño. No; los 'juicios' no eran tan accidentales ni las 'matanzas' tan casuales, como parecían a Horacio el Cronista y hay una nota de profunda satisfacción (que el publico no puede dejar de compartir) en la gutural exclamación del joven héroe —Ja, ja, estas piezas chillan en la ruina (queriendo decir: los zorros se han devorado los unos a los otros)— mientras observa el copioso montón de cuerpos muertos, que es cuanto queda del podrido reino de Dinamarca. Y podemos fácilmente imaginarnos que añade, en un estallido de tosca gratitud filial: ¡Sí, el viejo topo ha hecho un buen trabajo!
"Pero, Volvamos a Osric. El locuaz Hamlet ha estado hablando con el cráneo de un bufón; ahora, es el cráneo de la burlona muerte quien habla a Hamlet. Observa la notable yuxtaposición: el cráneo—la concha; 'Echa a correr con una concha en la cabeza.' Osric y Yorick casi riman, salvo que la yema (yolk) de uno se ha convertido en el hueso (os) del otro. Mezclando, como hace, el lenguaje del tendero con el del marino, este hombre corriente con apariencia de fantástico cortesano, esta vendiendo la muerte, la misma muerte a la que acaba de escapar. Hamlet en el mar. La alada pareja y las retóricas indirectas encubren un propósito profundo, una mentalidad audaz y astuta. ¿Quién es este maestro de ceremonias? Es el más brillante espía del joven Fortinbras." Bueno, esto constituye un buen ejemplo de lo que tengo que aguantar.
Para volver las cosas a su antiguo nivel menos emocional, Krug le habla de un curioso personaje con el que una vez viajó en los Estados Unidos, un hombre que estaba frenéticamente ansioso por hacer una película sobre Hamlet.
—Empezaremos —había dicho— con Monos fantasmas envueltos en sudarios vagando las estremecidas calles romanas. Y la embozada luna móvil...
Después: las murallas y las torres de Elsinore, sus dragones y sus floridos hierros forjados, la luna convirtiendo en escamas de pescado sus tejas de ripia, el tegumento de una sirena multiplicado por el tejado puntiagudo, que brilla en un cielo abstracto, y la estrella verde de una luciérnaga en la explanada del oscuro castillo. El primer soliloquio de Hamlet es recitado en un jardín sin escardar y que ha germinado copiosamente. Bardanas y cardos son los principales invasores. Un sapo respira y pestañea en el banco predilecto del difunto rey. En alguna parte, truena el canon mientras bebe el nuevo rey. Por la ley de los sueños y la ley de la pantalla, el canon se transforma delicadamente en la oblicuidad de un tronco podrido en el jardín. El tronco apunta como un cañón al cielo, donde, por un instante, las deliberadas volutas de humo blanquecino forman una palabra flotante: “suicidio”.
“Hamlet en Wittenberg, siempre tardo, perdiéndose las conferencia de G. Bruno, siempre sin reloj, confiando en el de Horacio, que está atrasado, diciendo que estará en las murallas entre las once y las doce, y presentándose después de medianoche.
“La luz de la luna siguiendo de puntillas al Fantasma armado de punta en blanco, ora haciendo relucir una redondeada espaldera, ora resbalando sobre las escamas de la loriga.
“También veremos a Hamlet arrastrando al muerto Ratman desde debajo de la tapicería y a lo largo del piso, y por la escalera de caracol, para ocultarlo en un oscuro pasadizo, con algunos extraños y súbitos juegos de luz, cuando los suizos con antorchas son enviados en busca del cadáver. Otro momento de emoción lo producirá la figura de Hamlet en atuendo marinero, impertérrito ante el mar embravecido, indiferente al rocío de las olas, trepando sobre fardos y barriles de cerveza danesa y arrastrándose hasta la cabaña donde Rosenstern y Guildenkranz, amables e intercambiables gemelos "que vinieron a curar y se marcharon para morir", están roncando en su yacija común. Al desfilar los campos de artemisa y las montañas con manchas de leopardo por la ventanilla del compartimiento-salón de hombres, se ofrecieron más y más posibilidades pictóricas. Podríamos ver, dijo (era un hombre desaseado, de cara de halcón, cuya carrera académica había sido bruscamente truncada por una inoportuna aventura amorosa), a R. siguiendo al joven L. en el Barrio Latino; a Polonio, joven, representando el papel de Cesar en el Teatro de la Universidad; el cráneo que sostiene Hamlet en sus enguantadas manos, cubriéndose con las facciones de un bufón vivo (con permiso de la censura); tal vez, incluso, al fornido rey Hamlet destrozando con un hacha a los polacos que resbalan y ruedan sobre el hielo. Después, sacó un fraseo del bolsillo de atrás y dijo: "eche un trago". Añadió que había pensado que ella tenia al menos dieciocho años, a juzgar por su busto, pero que, en realidad, la pequeña zorra solo tenía quince. Después, estaba la muerte de Ofelia. A los sones de Les Funérailles de Liszt, aparecería luchando —o, como habría dicho el padre de otra ninfa, "riñendo"— con el sauce. Una doncella, una jovencita. Aquí recomendaba una vista lateral del agua cristalina. Para presentar una hoja flotante. Después, vuelta a su pequeña y blanca mano, sosteniendo una corona, tratando de alcanzar, tratando de ceñir una astilla falaz. Ahora venia la dificultad de presentar de manera dramática lo que, en tiempos prevocales, había sido pièce de résistence de las películas cómicas: el remojón inesperado. El hombre-halcón del compartimiento de aseo y descanso observó (entre chupadas al cigarro y salivazos) que la dificultad podía ser limpiamente salvada mostrando sólo la sombra de ella, la sombra cayendo, cayendo y mirando sobre el borde de la herbosa orilla entre una lluvia de flores sombrías. ¿Visto? Después: una guirnalda flotando. Aquel puritano cuero (en el que estaban sentados) era el último eslabón filogenético entre la moderna y sumamente diferenciada idea Pullman y un banco de las primitivas diligencias: entre la avena y el petróleo. Entonces, y solo entonces, dijo él, la vemos yaciendo de espaldas en el arroyo (que se divide mas lejos como un tenedor, para formar en definitiva el Rin, el Dniéper y el Cañón de Cottonwood o Nova Avon ), en una vaga nube ectoplástica de vestiduras empapadas, infladas y acolchadas, canturreando como en sueños una nana o cualquier otra antigua melodía. Esto se transforma en un tañido de campanas, y ahora vemos un pastor liberal sobre un terreno pantanoso donde crece la Orchis maseula: harapos de la época, barba con cenefa de sol, cinco corderos y una linda ovejita. Esta oveja es un punto importante, a pesar de la brevedad—un latido del pulso— de la bucólica escena. La canción llega hasta el pastor de la reina; la oveja se acerca al arroyo”
La anécdota de Krug produce el efecto deseado. Ember deja de sorber. Escucha. Después, sonríe. Por último, entra en el espíritu del juego. Sí, ella fue encontrada por un pastor. En realidad su nombre puede derivarse del de un enamorado pastor de Arcadia. O, posiblemente, es una variación de Alfeios, perdiendo la “S” en la hierba mojada: Alfeo, el dios-río, que persiguió a una ninfa de largas piernas hasta que Artemis la transformo en un arroyo, que, desde luego, convenía a la liquidez de aquel (v. Lago Winnipeg, ola 585, ed. Vico Press). O también podemos fundarlo en la versión griega de un antiguo nombre de serpiente Danske. La fina y flexible Ofelia de delgados labios, el sueño húmedo de Amleth, una ninfa del Leteo, una rara serpiente de agua, Russalka letheana en términos científicos (evocando los largos mantos de púrpura). Mientras él trajinaba con sirvientas germanas, ella, en un balcón cerrado de su casa, coqueteaba inocentemente con Osric, mientras el viento frío de la primavera repicaba en los cristales. Su piel era tan fina que, con solo mirarla, aparecía en ella una mancha rosada. El raro enfriamiento de un ángel de Botticelli teñía de rosas las aletas de su nariz y desdibujaba su labio superior —ya sabes, cuando los bordes de los labios se confunden con la piel. También era una buena moza de cocina..., pero de cocina vegetariana. Ofelia, la servicial. Muerta en servicio pasivo. La linda Ofelia. Un primer Folio con algunas correcciones limpias y unos cuantos crasos errores. “Mi querido amigo (podríamos hacer que Hamlet dijese a Horacio), era tan dura como el pedernal, a pesar de su delicadeza física. Y escurridiza: un ramillete hecho de anguilas. Era una de esas doncellas-ofidios, de poca sangre y ojos pálidos, fina y viscosa, que son tan ardorosamente histéricas como irremediablemente frígidas. Sin ruido, con una especie de elegancia diabólica, seguía un peligroso curso en la dirección señalada por la ambición de su padre. Incluso estando loca, seguía hurgando su secreto con el dedo del muerto. El cual me apuntaba a mí. Oh, desde luego, yo la amaba como cuarenta mil hermanos, con la fuerza de los ladrones ( jarrones de terracota, un ciprés, una luna de uña), pero todos éramos discípulos de Lamord, si es que me entiendes.” Y aún podría añadir que había pillado un resfriado durante la húmeda escena. Agallas rosadas de ondina, sandía helada, l’aurore grelottant en robe rose et verte. Su falda baladí.
Hablando de las deyecciones verbales de un decrepito erudito alemán, Krug sugiere manipular también el nombre de Hamlet. Tomemos la palabra “Telemachos”, dice, que significa “luchando desde lejos”, lo cual era, también, la idea que tenía Hamlet de la guerra. Mondémosla, quitémosle las letras innecesarias, todas ellas adiciones secundarias, y obtendremos el antiguo “Telemah”. Ahora, leámoslo al revés. Así, la pluma caprichosa se fuga con una idea lasciva, y Hamlet, en marcha atrás, se convierte en el hijo de Ulises, que mata a los amantes de su madre. Worte, worte, worte. Verrugas, verrugas, verrugas. Mi comentarista predilecto es Tsehisehwitz, un manicomio de consonantes... o un soupir de petit chien.
Ember, sin embargo, no ha terminado aun con la muchacha. Después de observar apresuradamente que Elsinore es un anagrama de Roseline, con todas sus posibilidades, vuelve a Ofelia. Ésta le gusta, dice. Contrariamente a las opiniones de Hamlet sobre ella, la chica tiene encanto, una clase de encanto que rompe el corazón: los ojos vivos y de un verde gris, la risa súbita, los menudos dientes, sus pausas para ver si uno se burla o no de ella. Sus rodillas y sus pantorrillas, aunque muy bien formadas, eran un poco demasiado robustas en comparación con sus finos brazos y su ligero busto. Las palmas de sus manos eran como un húmedo domingo, y llevaba una cruz colgada del cuello, en lo que un diminuto grano de uva de carne, una gota coagulada pero todavía transparente de sangre de paloma, parecía siempre en peligro de ser cortada por la cadenita de oro. Estaba, también, su aliento de la mañana; olía a narcisos antes del desayuno, y, después, a leche cuajada. Esto tenia algo que ver con su hígado. Nada llevaba en los lóbulos de las orejas aunque habían sido delicadamente perforadas para lucir corales, no perlas. La combinación de estos detalles, sus codos afilados, su cabello clarísimo, sus lisos y satinados pómulos y la sombra de un vello rubio (delicadamente erizado a la vista) en las comisuras de la boca, le recordaba (dice Ember, rememorando su infancia) cierta anémica doncella estonia, cuyos pobres y pequeños pechos, tristemente separados, oscilaban débilmente bajo su blusa cuando se agachaba, muy abajo, para ponerle sus calcetines a rayas.
Aquí, Ember levanta súbitamente la voz, en un afectado grito de desesperación. Dice que, en vez de esta auténtica Ofelia ha sido elegida para el papel la imposible Gloria Bellhouse, irremediablemente rolliza, con una boca como un as de corazones. Le irritan en particular los claveles y los lirios de invernadero que le da la dirección para que juegue en la escena de “la locura”. Ella y el productor, a semejanza de Goethe, se imaginan a Ofelia como un melocotón en almíbar: “todo su ser flota en una dulce y madura pasión,,, dice Johann Wolfgang, poeta, nov., dram. & fil. alem. Oh, horrible.
—O su padre... Todos le conocemos y le queremos, ¿no?, y sería muy fácil presentarlo como es debido: Polonio-Pantolonio, un viejo chocho y panzudo, de ropón acolchado, deslizándose en zapatillas y siguiendo detrás de las gafas caídas sobre la punta de su nariz, mientras ronda de una habitación a otra, vagamente andrógino, combinación de papá y mamá, un hermafrodita con la cómoda pelvis de un eunuco... En vez de lo cual escogieron un hombre alto y rígido, que hizo el papel de Metternich en Guerra de valses y se empeña en seguir siendo un estadista prudente y voluntarioso hasta el fin de sus días. ¡Oh, es horrible!
Pero aun hay algo peor. Ember pide a su amigo que le pase cierto libro..., no, el rojo. Perdón, el otro rojo.
—Como tal vez has advertido, el Mensajero menciona a cierto Claudio como la persona que le entregó unas cartas que Claudius “recibió... de él (Hamlet), que las trajo (del barco)”; en ningún otro lugar de la obra se vuelve a aludir a esta persona. Ahora, abramos el segundo libro del gran Hamm. ¿Qué hace? Veámoslo. Toma a este Claudio y..., bueno, escucha:
“Es evidente que era el bufón del rey, dado que, en el original alemán ( Bestrafter Bruddermor), es el bufón Phantasmo quien trae la noticia. Es curioso que nadie se haya preocupado aún de seguir esta clave prototípica. No menos evidente es el hecho de que Hamlet, tan amante de los equívocos, se empeñase en que los marineros entregasen su mensaje al bufón del Rey, ya que él, Hamlet, se había burlado del Rey. Por último, si recordamos que, en aquellos tiempos, el bufón de la Corte adoptaba a menudo el nombre de su amo, con sólo un ligero cambio en el final, tenemos un cuadro completo. Tenemos, así, la interesante figura de este bufón italiano o italianizado, vagando por los sombríos pasillos de un castillo del Norte; un hombre cuarentón, pero tan avispado como en su juventud, veinte años antes, cuando sustituyó a Yorick. Así como Polonio fue el “padre” de las buenas noticias, Claudio es el “tío” de las malas. Su carácter es más sutil que el del prudente y buen anciano. Tiene miedo de enfrentarse directamente al rey, con un mensaje que sus ágiles dedos y sus penetrantes ojos le han permitido conocer. Sabe que difícilmente puede presentarse al rey y decirle “your beer is sour" (vuestra cerveza es agria), pronunciando "beer" de modo que se entienda "your beard is soar'd" (os han tirado de la barba, o arrancado la barba). Por consiguiente, con formidable astucia, inventa una estratagema que dice más en favor de su inteligencia que de su valor moral. ¿Cuál es esta estratagema? Mucho más enjundiosa que lo que habría podido imaginar jamás el "pobre Yorick". Mientras los marineros corren a las casas de placer que les brinda el tan deseado puerto, Claudio, el intrigante de ojos negros, vuelve a plegar la peligrosa carta y, sin darle importancia, la entrega a otro mensajero, el "Mensajero" de la obra, que, cándidamente, la lleva al rey “

Vladimir Nabokov, Barra Siniestra, Bend Sinister.
Traducción de J. Ferrer Aleu

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