8/9/05

El mar de las Sirtes, de Julian Gracq

¿Cómo entienden el surrealismo aquellos que tildan a El mar de las Sirtes, de Julian Gracq, como novela de éste tipo?
¿Qué es el surrealismo en literatura?
Según la definición de Breton y Soupalt en el Primer Manifiesto Surrealista, 1924, surrealismo es “Puro automatismo psíquico, por medio del cual se intenta expresar, verbalmente o por escrito, o de cualquier otro modo, el proceso real del pensamiento. El dictado del pensamiento, libre de cualquier control de la razón, independiente de preocupaciones morales o estéticas...”

Como destaca Rafael Conte en un reciente artículo sobre Gracq publicado en Babelia
podemos destacar dos aspectos en la literatura del escritor francés:

Fondo:
“En cuanto a los temas obsesivos, se reiteran una y otra vez, "son" su mundo, sus bacterias, como podríamos decir: la espera, la frontera, el anuncio de una renovación que nunca llega, la iniciación, pues se trata siempre de una literatura "iniciática", y naturalmente la oscilación entre el secreto y una posible revelación, que, a través casi siempre del enfrentamiento con la muerte, resulta ser al final la revelación del relato en sí, la afirmación de la literatura sobre el mundo.”

Forma:
“No es una novela realista, o tradicional "a pesar de su forma de narrar", que podría inducirnos a pensar en cierto clasicismo, por lo que no se le pueden aplicar criterios tradicionales de análisis o exégesis. Su "formalismo" no es tan sólo precisión verbal y rigor de la lengua, extensión y riqueza del vocabulario, sintaxis implacable sino "esencial", esto es, que esta elaboración por medio de las palabras responde a un fondo concreto, a un pensamiento, a una concepción del arte. De ahí que tampoco quepa hablar de "elitismo", pues el verdadero arte siempre lo ha sido en el fondo, lo que sucede que al final termina como ha sucedido en el caso de Gracq perforando todas las previsiones y alcanzando a amplias masas de lectores...”

En el sentido estricto de la definición de surrealismo, El mar de las Sirtes no formaría parte de ese “surrealismo literario” que en última instancia se transforma en juegos lingüísticos, trompe l’oeuil, non-sense, escritura automática, carentes de un conjunto armónico de forma y fondo.

El fondo de El mar de las Sirtes es captar cierto ambiente complaciente, similar, aunque enmascarado en una especie de halo irreal y atemporal, al anterior a la Primera Guerra Mundial cuando el enfrentamiento bélico podía ser considerado un alegre ejercicio burgués. La inconsciencia de sus personajes y el anhelo social de acabar con una situación de tensa paz entre dos naciones, con el deseo de acelerar los acontecimientos y acabar con la incertidumbre, son los temas que desarrolla Gracq.
(En cuanto a que el tema, coincidente en cierta manera con el de El desierto de los tártaros de Buzzati y con las dos obras llamadas Esperando a los bárbaros, supongan una especie de síndrome social del siglo XX, como apunta Vidal-Folch en el prólogo de la edición de Debolsillo, sería para discutirlo más detenidamente)

La forma es la que, personalmente, me ha decepcionado. La prosa de Gracq logra captar esa exquisitez decadente de una sociedad aburrida. Su capacidad descriptiva es prodigiosa. Lo “surrealista” queda señalado con los abruptos cambios de tema y localizaciones. Sin embargo todo parece ceñirse a un esquema repetitivo y monótono, que narrativamente hereda la “exquisitez decadente” que parece cuestionar el autor, y el hecho de que esté narrado en primera persona no ayuda precisamente a que el texto sea fluido.
Lo que el fondo augura, es traicionado por la forma. Al menos eso es lo que me parece.

Dice Gracq a propósito de su novela:
Lo que intenté hacer, entre otras cosas, en El mar de las Sirtes, más que contar una historia intemporal fue liberar por destilación un elemento volátil, el “espíritu de la historia”, en el sentido con el que hablamos del “espíritu del vino”, y a refinarlo suficientemente para que pueda incendiarse al contacto con la imaginación. En la Historia hay un sortilegio emboscado, un elemento que, aunque mezclado con una masa considerable de excipiente inerte, tiene la virtud de embriagar”.

En mi caso puede que no llegase a producirse la ignición necesaria, que la prosa de Gracq disparase mi imaginación de tal forma que saliese fuera del texto y dejase al final el peso muerto del excipiente inerte. Ni rastro de embriaguez.
Una lástima

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