2/4/05

Antonia Susan Byatt

Antonia Susan Byatt es la única mujer que pertenece a la ilusoria nobleza del reino de Redonda con el título de Duchess of Morpho Eugenia.
Byatt, cuya fama inicial creció a partir de la adaptación cinematográfica de Ángeles e insectos, consolidó ésta con una magistral novela que recrea simultanea y comparativamente dos periodos literarios: Posesión.


En Posesión asistimos a la búsqueda por parte de una pareja de investigadores literarios de la correspondencia mantenida entre el poeta victoriano Randolph Henry Ash y su amante epistolar Christabel LaMotte, y de que forma, esta búsqueda de un insólito y secreto amor decimonónico une al hombre y a la mujer que exploran el pasado. Es una investigación literaria que contrapone de forma elegante el actual estilo de la novela de acción, el denostado best seller, con el folletín victoriano, recreando el estilo de ambos géneros y demostrando que, a pesar del paso del tiempo, no hay demasiada diferencia entre la literatura popular actual y la decimonónica. Aunque decir sólo esto puede parecer un tanto despectivo, lo cierto es que Posesión se mueve en el terreno de la recreación literaria y basa la mayor parte de su fuerza en la resurrección de la poesía victoriana, hasta el punto que el lector se pregunta extrañado si Ash y LaMotte son verdaderamente personajes de ficción, tanta es la fuerza tanto de los personajes y su ambiente como de la elaboración de sus particulares composiciones poéticas.



Una mujer que silba y una gallina que cacarea como un gallo no son gratos ni a Dios ni a los hombres, un dicho de la abuela materna de la autora, prologa la última novela de la autora, La mujer que silba. Uno no debe esperar jamás que dos novelas consecutivas del mismo autor se parezcan. Posesión y La mujer que silba son, en principio, radicalmente opuestas, al menos en cuanto a estructura y contenido. Sin embargo es posible comprobar la existencia de temas recurrentes en las dos novelas, así como el empleo de diversos géneros dentro de la misma historia. Byatt vuelve a emplear la correspondencia para explicar parte de la acción, en el caso de la que mantiene Brenda Pincher de forma bastante irónica, introduce historias dentro de la historia, como la novela inconclusa para los lectores de La mujer que silba de las aventuras de Artegall, historia que nos sé si pretendidamente o no, me resulta más cercana a Luces del norte de Philip Pullman que a Tolkien.
Y esta última observación, sumada a otras incongruencias cronológicas que creo advertir, me hace dudar sobre la cohesión interna de la obra, ambientada en 1968 pero tremendamente actual en la problemática que plantea. Quizás sea debido a que la realidad social española dista mucho de la inglesa, que en la década de los sesenta en el Reino Unido se planteaban cuestiones impensables hasta hoy día en nuestro país, o quizás, que la visión que tenemos sobre la explosión pop y psicodélica tiende más a la ingenuidad de sus participantes y a la intrascendencia de sus acciones... quizás sólo vemos a hippies jugando con caramelos alucinógenos, cuando en realidad existía un profundo movimiento social de cambio en todos los niveles. Pero esas inconsistencias temporales son un problema subjetivo.
Tal vez, como en el caso de Posesión, lo que Byatt nos quiere decir es que, a pesar del paso del tiempo, los problemas humanos, los problemas de pareja, las relaciones sentimentales, tienen los mismos problemas en el siglo diecinueve, en 1968 y en la actualidad.


Byatt incide en La mujer que silba en temas ya planteados en Posesión, pero desarrollados más intensamente en su última novela: La reinterpretación de la familia lejos de los patrones clásicos, la difícil consecución de autonomía social para la mujer, la investigación del comportamiento humano.
Me atrevería a decir que es precisamente la familia el tema principal de la novela, ya que ésta se estructura a través de los problemas que generan en la multitud de personajes que pueblan la novela su elección de pertenecer a una familia atípica: Dos mujeres cada una con un hijo, una pareja de gemelos inseparables, una mujer independiente, una comuna místico religiosa, una pareja de homosexuales, un matrimonio de intereses contrapuestos (el científico y el supersticioso), un viudo, unos abuelos que intentan encontrar un punto común para reunir de nuevo a sus hijos dispersos, etc...
Y es quizás esta diversidad de personajes y de situaciones la que no acaba de cuajar en la novela. A excepción de dos o tres personajes, sobre todo Frederica Potter y Joshua Ramsden, el resto quedan apenas esbozados, sus personalidades quedan diluidos en los acontecimientos que se desarrollan de forma que el pretendido climax narrativo, el enfrentamiento de la antiuniversidad con el orden establecido, donde concurren la mayoría de los personajes, no acaba de colmar las expectativas del lector.

Pero aún hay muchos más temas planteados en La mujer que silba. Dejo que los descubra el futuro lector de la obra.

Ahora llega el momento de las grandes palabras críticas, de decir que a pesar de no ser una novela redonda, queriendo decir que es perfecta, si es que alguien sabe lo que es una novela perfecta, La mujer que silba es un excelente libro con grandes momentos literarios... pero no lo diré, no así, por lo menos.

Hay que leer a Antonia Susan Byatt.

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