8/1/05

Realidad y ficción (III)

BLÁIR : Por Dios, señor. Me temo que ha estado usted mucho tiempo abismado en sus lentes, y en sus emulsiones, gelatinas y placas, y ha descuidado sobremanera el estudio de los clásicos. Hace más de dos mil años se desconfiaba ya de la capacidad de lo vista, y de los sentidos en general, para conocer a realidad, ¿no era así, señor Olenstod?

OLENSTOD: Era gente que buscaba siempre la sombra de un árbol, bajo la que acuclillarse y pensar sin que nadie ni nada les apremiara. Ciudadanos libres: la única libertad era no trabajar; no poseer; si acaso unas sandalias; y un puñado de higos secos daba para una larga jornada. Tras un par de siglos sin otra cosa que hacer que ejercitar los sentidos, terminaron por desconfiar de ellos, sobre todo del de la vista, que hace
que los hombres, totalmente despiertos, caigan en el ancestral sueño de que acceden a conocimiento sensible del mundo, Las temibles falsas evidencias de la vista, con los que los pocos que poseen los medios de representación subyugan primero y sojuzgan después o la mayoría. Ver para creer, dicen los desgraciados que anhelan con todas sus fuerzas creer en algo, lo que sea. Fe es creer sin ver, dicen otros, y enseguida se muestran como ejemplo, para que todos los vean y se adscriban, Los más burdos enseñan todo lo que pueden, hasta la extenuación; os más astutos sólo dan a conocer indicios: unos y otros no logran convencer (y menos arrastrar) a nadie si no hacen ver que pueden mostrarles algo...
Pero los mejores entre aquellos hombres, como ya se ha dicho, desconfiaban de los sentidos; lo que las cosas son es lo pensado, y no por supuesto lo que se siente: el ámbito de lo sentido es de corto y trivial alcance; es lo obvio; aquello de cuyo presunto conocimiento se ufanan los más ignorantes, que son los que tienen una «opinión», gracias a la cual quedan a salvo del doloroso acto de pensar: nada de pensar, proclaman:
basta con mirar para encontrar e verdadero y único significado de las cosas.
Lo que las cosas significan tampoco es lo que son, sino y si acaso lo que las cosas no pueden dejar de significar, es decir muestran los signos de los que son tributarias.

NIEPCE: Me he perdido, señor; casi desde el principio.

ENAMEN: Si me permiten.
La fotografía, como la vista, sólo proporciona un punto de vista sobre la realidad, una interpretación; sin embargo trata de hacer un resumen simbólico. Su espacio es el exiguo formato de una cartulina; su tiempo es menor aún: es instantáneo, ¿y con tan menguado espacio pretende usted abarcar algo de la realidad? La realidad es amplitud que la vista no abarca y decurso en e que a vida humana es infinitésima parte. Estas dimensiones hacen que sea incognoscible por completo, y la única posibilidad de conocerla es acumulando hipótesis hasta que el número de éstas sea infinito. Las hipótesis son por tanto circunstanciales, y aburridas; son como las fotografías; prefiero desde luego los relatos.

UN INTERNO: Santo Dios, cuánta pedantería,

ENAMEN: Espero que además de soportarla pueda usted entenderla, Le aliviará en algo saber que la pedantería es lo único que consigue mantener a distancia la tentación del realismo, fatal sima en la que acaban por caer los ignorantes que se ufanan de su rechazo a la pedantería; la mayoría de las escuelas críticas, de dentro y fuera del Imperio, coincide asimismo en señalar que, excluido el malhadado realismo, los discursos se agrupan en dos clases tan sólo: los pedantes y los que ni siquiera eso.

El estenotipista en la Academia Universal, Alberto Escudero, Narrativa del Acantilado 27.

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