17/1/17

Zama, de Antonio di Benedetto

El Sol era un perro de lengua caliente y seca que me lamía, me lamía, hasta despertarme.

Cuando llevaba pocas páginas de la novela, en cierta manera irritado por el comportamiento del personaje, Diego de Zama, pensaba iniciar esta reseña con la frase “Los hombres piensan con la polla”. Después seguiría una digresión en torno al poder y a ese instinto primario masculino, explicando que a pesar de la (supuesta) inteligencia y de la posición que ocupa en la sociedad, uno puede ser presidente de la nación más poderosa del mundo pero, al menos una vez cada día, pensará con la polla; uno puede dirigir el FMI pero, al menos una vez cada día, pensará con la polla. Esto no se reduce a una clase social, es una lacra de género: el obrero, el conductor de autobús, el dependiente, el funcionario, el intelectual, la mayoría de los hombres al menos una vez cada día pensará con la polla. En fin... esa clase de digresiones que no llevan a ninguna parte. De hecho lo que me interesaba era ver si Benedetto ahondaba en esa tesis para criticarla o abonarla. Yo, lector impaciente, había cometido un grave error: anticiparme a los acontecimientos.
La segunda parte de la novela me desconcertó, la tercera me desarmó y subyugó.

Fascinado por la lectura de esta magnífica novela quise ahondar en la idea que tuve al principio.
Es decir, si los genitales son de alguna manera el órgano que dirige las acciones de Zama en la primera parte de la novela, ¿existen otros órganos capitales en las otras dos partes? Todas estas elucubraciones tontas las hacía durante la lectura. Descubrí que sí, que la segunda parte estaba dominada de alguna manera por el estómago, así que pretendí desentrañar que órgano dominaba la tercera y última parte de la novela.
El inicio de la tercera parte es sencillamente magistral. Su desarrollo demoledor. Su desenlace muestra la parte del cuerpo que domina este tramo de la novela. (O no. Pero que una parte del cuerpo sea relevante al finalizar la novela me animó a ahondar en esta tesis)

(Después me puse a buscar la fecha de traducción al inglés de la novela. Agosto de 2016. No puede ser, me digo. Esta novela, Zama, la tiene que haber leído Cormac McCarthy... Zama tiene que ser la inspiración de Meridiano de sangre... ¿lee McCarthy en español?... bueno, dejémoslo)


Dijo que hay un pez en ese mismo río, que las aguas no quieren y él, el pez, debe pasar la vida, toda la vida, como el mono, en vaivén dentro de ellas; pero de un modo más penoso, porque está vivo y tiene que luchar constantemente con el flujo líquido que quiere arrojarlo a tierra. Dijo Ventura Prieto que estos sufridos peces, tan apegados al elemento que los repele, quizás apegados a pesar de sí mismos, tienen que emplear casi íntegramente sus energías en la conquista de la permanencia y aunque siempre están en peligro de ser arrojados del seno del río, tanto que nunca se les encuentra en la parte central del cauce, sino en los bordes, alcanzan larga vida, mayor que la normal entre los otros peces. Sólo sucumben, dijo también, cuando su empeño les exige demasiado y no pueden procurarse alimento.

Mi lectura asignando a cada parte de la novela un órgano del cuerpo humano es un error. Zama también puede leerse como una novela social, lo cual sería también un error. Porque la novela de Benedetto, que se detiene en unos solos días de la vida de un hombre, días separados por varios años (las tres partes se desarrollan respectivamente en 1790, 1794 y 1799), sin ahondar demasiado en lo que ocurre los años que separan cada parte, ni en los antecedentes del personaje, Diego de Zama, narrador en primera persona, es una novela que quiere abarcar la totalidad de la existencia humana. Quiere, pues, ir de lo particular, lo circunstancial y lo anecdótico a lo universal.
Lo curioso, y también lo grandioso, es que lo hace a través de un personaje negativo: sujeto a pasiones incontrolables, resentido por su situación social, amargado por una espera estéril, orgulloso y ambicioso, Diego de Zama es una sombra consumida por su pasado:

¡El doctor don Diego de Zama!… El enérgico, el ejecutivo, el pacificador de indios, el que hizo justicia sin emplear la espada. Zama, el que dominó la rebelión indígena sin gasto de sangre española, ganó honores del monarca y respeto de los vencidos.

¿Por qué puede hacerse una lectura social? Porque Diego de Zama está atrapado entre dos mundos sociales, uno al que pertenece por origen, ha nacido en Buenos Aires, y el de la administración del Virreinato, para la que trabaja y en la que para ascender es preciso o bien ser español o bien que el Rey de España promulgue el ascenso por los méritos del concurrente, cosa que ocurre en el caso de Zama, pero que se demora año tras año. Diego de Zama merece pertenecer a la élite administrativa, o eso cree, o eso le hace creer el sistema social imperante. Su impaciencia y su orgullo le impulsan hacia el absurdo.

¿Por qué es una novela filosófica o, ejem, existencial avant-la-letre? Porque antepone los deseos humanos a la estructura social. Es más, porque confronta esos dos ámbitos haciendo que los deseos de Zama sean precisamente escalar en la estructura social. Pero el narrador está atrapado entre esos dos mundos. En los primeros capítulos de la novela, Zama sorprende a unas mujeres bañándose desnudas en el río. Las espía y luego huye al saberse descubierto. Una de las mujeres le sigue para conocer su identidad. Zama la asalta y la golpea de forma degradante. Razona: “Mi mano puede dar en la mejilla de una mujer, pero el abofeteado seré yo, porque habré violentado mi dignidad”. ¿Se puede juzgar a Zama desde valores contemporáneos? No, porque el personaje es hijo de su época. Todos sus actos deben ser juzgados o entendidos como propios de la época y el ambiente en el que vive. Aun así, el comportamiento de Zama, dominado por el orgullo, la lujuria, el rencor y la violencia, nos da una imagen del hombre (esa mitad de la humanidad) que no nos puede satisfacer, pero que al mismo tiempo es un claro y certero análisis de el verdadero comportamiento y las íntimas (y desagradables y mezquinas) motivaciones que mueven al hombre.

Una gran, inmensa y desesperanzadora novela.


Lo que sigue a continuación es para aquellos que han leído la novela y podría considerarse spoiler, así que lo dejo a vuestro criterio leerlo o no.

El caso es que no dejo de darle vueltas a la tercera parte de la novela. Es obvio que Zama no puede escribir personalmente esa parte. Son, pues, unas memorias escritas por persona interpuesta. Sin embargo es la parte que alcanza mayores cotas de una narrativa, digamos, poética y la que se adentra de forma más íntima en la mente del imposible narrador. Como si el amanuense encargado de redactar la tercera parte tuviese acceso a los sueños y delirios de Zama. El resultado es que, una vez conocido el desenlace de la tercera parte, volver a leer el fragmento de 1799 nos lleva a (re)conocer un genial ejercicio de narrativa que acrecenta aún más el valor literario de la novela de Benedetto.

15/1/17

Días entre estaciones, de Steve Erickson

“Pero ahora (la película) existía, la tenía delante, y con una nueva certeza: allí estaban las armas por encima de la bañera, sin que nadie de la escena fuera consciente de ellas ni imaginase que al menos una estaba cargada y que, treinta años después, alguien oiría su detonación por primera vez y que, tras otros treinta años, aún seguiría oyéndola”
Antonin Artaud interpretando a Marat en Napoleon de Abel Gance.

Para rodar Napoleón (Napoléon vu par Abel Gance) en un tiempo en que lo habitual era filmar con una cámara fija, Gance empleó técnicas innovadoras y jamás empleadas hasta entonces. Junto a D.W. Griffith y Serguei Eisenstein forma parte de los creadores del lenguaje cinematográfico. Lo curioso del caso es que la película de Gance no pudo verse completa más que en su estreno en 1927. Poco después, debido a su largo metraje y a lo complicado de su proyección en un sistema de tres cámaras inventado por Gance, fue mutilada y recortada para ser exhibida en Reino Unido y EEUU, con una duración bastante inferior a las más de cinco horas y media originales*. Luego, la llegada del sonoro, relegó Napoleon al olvido. En 1981, después de veinte años de trabajo e investigación, Kevin Brownlow consiguió restaurarla.

 Marguerite Gance, esposa del director, interpretando a Charlotte Corday en Napoleon.

*Gance dijo que su película duraba nueve horas y que había que verla en dos días. También dijo que, a excepción de Beethoven, había dirigido todas sus películas sonoras con los ojos cerrados.


La historia relacionada con el rodaje de la película de Gance sirve de base a Erickson para crear la historia de Días entre estaciones. Una historia ambientada en varias épocas y que recoge la historia de Adolphe Sarre y la película que filmó, La muerte de Marat, una obra maestra que “jamás” terminó y “nunca” fue proyectada. Es la historia de una búsqueda y es muchas cosas más. Es al mismo tiempo la exploración por los géneros narrativos literarios desde finales del diecinueve hasta la llegada del cine sonoro. Tal vez, desde ese momento, hemos estado leyendo con los ojos cerrados.
Como ocurriría años después con Zeroville, todo en Días entre estaciones, la primera novela de Erickson, está impregnada de cine.

De pequeña Lauren salí al campo en Kansas y llamaba a los gatos. Éstos acudían uno tras otro por la hierba, cubierta de los primeros hielos del invierno, mientras ella los veía venir a la luz de la luna. Las sombras de las nubes en movimiento formaban un millar de pequeñas intersecciones oscuras ante ella. El destello del hielo era como el de los ojos de los gatos, y éstos se asemejaban a su vez a los de las estrellas que perforaban las nubes. Lauren se preguntaba por qué acudían. Eran salvajes y no hacían caso a nadie (…) Pero acudían por ella y tal circunstancia dejaba claro que, por tal motivo, Lauren era de algún modo especial; y quizás, se preguntaría veinte años después, acudían por la misma razón que ella acudía a ellos, porque era hermoso ver todos aquellos cruces de sombras y el despliegue de luces como estacas y porque también ella era hermosa en el mismo sentido.
Aquí, en el primer párrafo de la novela y a lo largo de todo el libro, se presenta la dualidad especular que es el motivo principal. La belleza del espectáculo que contempla la Lauren niña en Kansas la convierte a ella, la espectadora nocturna, en una imagen bella. Esa sería en definitiva la magia que cabría esperar del cine. Pero, como le ocurre a la Dorothy de El mago de Oz, Lauren es trasladada a un mundo irreal, con tormentas que llenan las ciudades de arena, con enormes glaciaciones que hacen la vida imposible, donde el dolor por la pérdida y la tristeza por el abandono lo dominan todo. Un mundo feo y gris donde los gatos no acuden por la noche.


La pantalla cinematográfica es empleada por Erickson como la superficie de un espejo distorsionador. Así, las historias de gemelos y dobles se suceden a lo largo de toda la novela como si esa superficie reflectante se hubiese ablandado y permitiese el tránsito de una parte a otra. Un hombre sin memoria puede recuperar su aplomo y su seguridad una vez traspasada esa membrana imaginaria y convertirse en su propia ficción. Todos los personajes de hecho se balancean entre esos dos mundos, siendo reflejos exagerados habitando el mundo de la ficción. Sólo Lauren, como Dorothy, parece ser consciente de haber atravesado esa membrana... pero ella no quiere volver a Kansas.

O, al menos, no opina que “no hay lugar como el hogar” (o algo así)
El cine es mucho mejor lugar... es nuestro hogar.




Tal vez sea recurrente advertir que estamos ante la primera novela de Erickson, con todo lo que eso conlleva para quienes sienten prejuicios hacia las primeras novelas. Es cierto que no tiene la solidez estructural de Zeroville, pero es una gran novela sobre todo teniendo en cuenta que la vacilación y la ingenuidad de algunos pasajes, posibles fallos que se pueden atribuir a la impericia de un escritor novel, se ajustan muy bien al tono de la narración. Donde no flaquea en ningún momento Erickson es en su amor entregado y sin reservas al cine, construyendo su historia desde las mismas pantallas, sacando a sus personajes de las películas y dándoles una nueva ficción narrativa donde puedan vivir.

Mirad esas pistolas en la pared sobre la cabeza de Artaud-Marat. Merecían ser disparadas. Erickson lo logra.


Los fragmentos de la traducción de José Luis Amores para Editorial Pálido Fuego.

5/1/17

Mumbo Jumbo, de Ishmael Reed

Bueno, y tened presente de dónde procedieron en primer lugar aquellos Misterios Masónicos. (Véase Ishmael Reed, el de Mumbo Jumbo. Sabe más sobre el asunto que cuanto podríais encontrar aquí.)
Thomas Pynchon, El arco iris de gravedad.


Una frase de la novela me llama la atención. Dice Reed que Homero no incluye a Dioniso entre los dioses y es absolutamente cierto. Repaso la Iliada y la Odisea, esta última, según Reed, inspirada en los viajes de Dioniso tras su fuga de Egipto, y no encuentro mención alguna a Dioniso. Repaso entonces Mumbo Jumbo y no encuentro mención a Orfeo.
Respecto a Dioniso encuentro la razón en la Historia de Herodoto:

(pues lo cierto es que no todos los egipcios veneran de modo uniforme a los mismos dioses, salvo a Isis y Osiris —que, según dicen, es Dioniso—; a estos dioses sí que todos los veneran de modo uniforme).
(...)
Y los egipcios aseguran que conocen con certeza esas cifras porque siempre llevan la cuenta de los años y la registran. Ahora bien, desde Dioniso, que, según los griegos, nació de Sámele, hija de Cadmo, hasta mi tiempo han transcurrido unos mil años aproximadamente; desde Heracles, hijo de Alcmena, unos novecientos; y desde Pan, hijo de Penélope (pues los griegos afirman que Pan fue hijo de ella y de Hermes), hasta mi tiempo han transcurrido menos años que desde la guerra de Troya, unos ochocientos aproximadamente.
(Historia; Libro II)

Dioniso era un recién nacido en tiempo de Homero, así que no es de extrañar su ausencia en sus obras. Osiris es Dioniso en lengua griega, confirma Herodoto. Ambos, según la mitología, fueron despedazados y sus partes dispersas por el mundo.
Orfeo también fue despedazado por las Ménades.
Orfeo descendió al infierno, al Hades, a rescatar a Eurídice. Ya sabemos lo que pasó.
Dioniso descendió al Hades a rescatar a su madre Sémele o bien su madre era la misma diosa del inframundo, Perséfone.
Osiris es el juez del inframundo.
La cabeza de Orfeo, el corazón de Dioniso, el pene de Osiris.

Osiris es un héroe cultural. Es, en cierta manera, el creador de la civilización. Y, también, del ocio. Osiris enseñó el cultivo de la uva y la producción del vino; Isis, según Plutarco, enseñó música.
Música y vino son los símbolos de Dioniso. Su séquito, el tíaso, avanzaba triunfal y caótico: ménades, ninfas silenos , panes, y centauros, embriagados y al son de la música, agitando al aire la vara forrada de vid y coronada por una piña para que tenga aspecto fálico.
Mumbo Jumbo, según la wikipedia en inglés, es un término que denota lenguaje confuso o sin sentido. También puede referirse a prácticas basadas en la superstición, rituales destinados a causar confusión o idiomas que el hablante no entiende. Mumbo Jumbo es el sonido del tíaso avanzando. Mumbo Jumbo es el sonido del éxtasis pletórico del séquito de Dioniso arrollándolo todo a su paso. Es el Jes Grew, el virus del ragtime, la locura sincopada del jazz, propagándose e infectando todo de una alegría desbocada y revolucionaria.

Volvamos a Orfeo. A pesar de ser de los tres el mito más conocido, a pesar de ser una nueva versión, o una revisión, del mito de Osiris, Orfeo es un triste. Fue a rescatar a Eurídice y fracasó en el último momento. A partir de entonces se retiró a los bosques a vivir en solitario, manteniendo un completo celibato, sometido a una voluntaria y estricta dieta vegetariana. Y aún así, sigue manteniendo el poder de su música. Es capaz de doblegar la voluntad de las personas, es capaz de mover montañas y ríos con el poder de su lira de nueve cuerdas.
¿Dónde aprendió esos poderes? Obviamente en Egipto, de manos de Moisés.
En la novela de Reed la sucesión la forman Osiris, Dioniso y Moisés.

Orfeo, al que Reed no menciona en Mumbo Jumbo, supone el triunfo de los atonistas.
¿Quienes son los atonistas?
Los Atonistas son los primeros monoteistas que en Egipto rindieron culto al Sol, Atón. Ya sabemos que pasa con los monoteísmos y su insistencia en la tristeza y el sufrimiento para alcanzar un hipotético paraíso tras la muerte. El monoteísmo desprecia el jes grew, el tíaso, el vino y la música. Los condena.
(Dejemos aparte la oposición Sol- Luna, Luz-Oscuridad, Blanco-Negro)
Los Atonistas somos nosotros.

Lo que propone Reed en su novela es sencillamente fascinante. Una reescritura de la historia cultural de nuestra civilización. Tenemos tan asumido desde nuestra perspectiva occidental los orígenes de nuestra cultura que no nos damos cuenta de que parte básicamente de la cultura egipcia asimilada por los griegos. Es decir, y tiene que venir Reed a recordárnoslo, que nuestra civilización, Osiris mediante, nace en Egipto, en África. La triada Osiris-Dioniso-Moises representa el proceso de degeneración de dicha cultura, el proceso de “blanqueado” de la cultura egipcia y africana que es la base de nuestra civilización. Orfeo sería la culminación, la atonalidad completa. Orfeo sería el mensajero de los atonistas.

En resumen, el jes grew, como el antiguo séquito de Dioniso, avanza como una epidemia por Estados Unidos, dirigiéndose a Nueva York. Allí, la secta atonista resistente, herederos de los Templarios, se prepara para atajar el avance de la música y el desenfreno, mediante el Androide Parlante, una especie de zombi movido por rituales haitianos, un engendro negro que obedezca las ordenes de su amo blanco para restaurar el orden establecido.
Con estas premisas absurdas y con grandes dosis de ironía Reed crea una de las Grandes Novelas Americanas Estadounidenses del siglo XX. Una novela conspiranoica que contiene una gran crítica social. Una novela divertida y reivindicativa. Una novela desestructurada y coherente.
Una gran novela.