Esta reseña parte de una retrolectura, realizada no tanto para cuestionar la importancia de El guardián entre el centeno, sino para descubrir la influencia de la novela de Salinger en la narrativa posterior.
La re-(retro)-lectura me sorprende. Sobre todo porque siempre había pensado que era una novela menor, sobrevalorada, quizás porque cuando la leía por primera vez (hace tanto tiempo) yo era Holden Caulfield (*) y no llegaba a impresionarme el que alguien fuera capaz de plasmar sobre el papel lo que yo pensaba y hacía. Para mí, Salinger siempre ha sido un modelo a seguir, una excelente motivación para no escribir. Pero descubro en esta retro-(re)-lectura que también constituyó una justificación que afianzó mi carácter, que me impulsó a mantener como enseña cierta antipatía nihilista (que controlo para no llegar a lo asocial… en el fondo porque soy un cobarde, como H.C.), cierta aversión a lo común y trivial, cierto afán de autodestrucción modesto (por no volver a decir cobarde).
Pero descubro más cosas que, sorprendentemente, no tienen nada que ver conmigo.
Descubro el tono enfebrecido del narrador de Portnoy’s Complaint (como si Roth hubiese decidido llevar a H.C. al psicoanalista), y también que gran parte de la narrativa estadounidense de la segunda mitad del siglo XX ha sido escrita bajo la influencia de El guardián entre el centeno.
Sobre todo La broma infinita de D. F. Wallace.
Se preguntaba Jorge Carrión sobre la primera novela del siglo XXI: “Si fue un escritor norteamericano, tal vez tengamos que volver a los últimos años del siglo pasado: ¿La broma infinita, de Foster Wallace? ¿Hay que retrotraerse a 1996? ¿Puede haber sido escrita la primera novela de un siglo una década antes?”
Después de leer El guardián creo que La broma infinita no es la primera novela del XXI, sino justamente aquella que cierra el ciclo iniciado por Salinger.
Digo que La broma es la última novela del siglo XX y me quedo tan tranquilo. Digo que tiene relación con El guardián y lo mismo.
Las pruebas (o así)
En El guardián, Salinger, casi desde su inicio, mantiene una broma que se prolonga a lo largo de la (breve) novela. La de los patos de Central Park:
Vivo en Nueva York y de pronto me acordé del lago que hay en Central Park, cerca de Central Park South. Me pregunté si estaría ya helado y, si lo estaba, adonde habrían ido los patos. Me pregunté dónde se meterían los patos cuando venía el frío y se helaba la superficie del agua, si vendría un hombre a recogerlos en un camión para llevarlos al zoológico, o si se irían ellos a algún sitio por su cuenta. (Pág. 19) —Está bien — le dije. De pronto se me ocurrió preguntarle si sabía una cosa—. ¡Oiga! —le dije—. Esos patos del lago que hay cerca de Central Park South... Sabe qué lago le digo, ¿verdad? ¿Sabe usted por casualidad adonde van cuando el agua se hiela? ¿Tiene usted alguna idea de dónde se meten? Sabía perfectamente que cabía una posibilidad entre un millón. Se volvió y me miró como si yo estuviera completamente loco. — ¿Qué se ha propuesto, amigo? —me dijo—. ¿Tomarme un poco el pelo? (Pág. 69) (…) al poco de subir al taxi, el taxista empezó a darme un poco de conversación. Se llamaba Howitz y era mucho más simpático que el anterior. Por eso se me ocurrió que a lo mejor él sabía lo de los patos. —Oiga, Howitz —le dije—. ¿Pasa usted mucho junto al lago de Central Park? — ¿Qué? —El lago, ya sabe. Ese lago pequeño que hay cerca de Central South Park. Donde están los patos. Ya sabe. —Sí. ¿Qué pasa con ese lago? —¿Se acuerda de esos patos que hay siempre nadando allí? Sobre todo en la primavera. ¿Sabe usted por casualidad adonde van en invierno? —Adonde va, ¿quién? —Los patos. ¿Lo sabe usted por casualidad? ¿Viene alguien a llevárselos a alguna parte en un camión, o se van ellos por su cuenta al sur, o qué hacen? El tal Howitz volvió la cabeza en redondo para mirarme. Tenía muy poca paciencia, pero no era mala persona. — ¿Cómo quiere que lo sepa? —me dijo—. ¿Cómo quiere que sepa yo una estupidez semejante? —Bueno, no se enfade usted por eso —le dije. — ¿Quién se enfada? Nadie se enfada. Decidí que si iba a tomarse las cosas tan a pecho, mejor era no hablar. Pero fue él quien sacó de nuevo la conversación. Volvió otra vez la cabeza en redondo y me dijo: —Los peces son los que no se van a ninguna parte. Los peces se quedan en el lago. Esos sí que no se mueven. —Pero los peces son diferentes. Lo de los peces es distinto. Yo hablaba de los patos —le dije. — ¿Cómo que es distinto? No veo por qué tiene que ser distinto —dijo Howitz. Hablaba siempre como si estuviera muy enfadado por algo— No irá usted a decirme que el invierno es mejor para los peces que para los patos, ¿no? A ver si pensamos un poco... Me callé durante un buen rato. Luego le dije: —Bueno, ¿y qué hacen los peces cuando el lago se hiela y la gente se pone a patinar encima y todo? Se volvió otra vez a mirarme: — ¿Cómo que qué hacen? Se quedan donde están. ¿No te fastidia? —No pueden seguir como si nada. Es imposible. — ¿Quién sigue como si nada? Nadie sigue como si nada —dijo Howitz. El tío estaba tan enfadado que me dio miedo de que estrellara el taxi contra una farola—. Viven dentro del hielo, ¿no te fastidia? Es por la naturaleza que tienen ellos. Se quedan helados en la postura que sea para todo el invierno. —Sí, ¿eh? Y, ¿cómo comen entonces? Si el lago está helado no pueden andar buscando comida ni nada. — ¿Que cómo comen? Pues por el cuerpo. Pero, vamos, parece mentira... Se alimentan a través del cuerpo, de algas y todas esas mierdas que hay en el hielo. Tienen los poros esos abiertos todo el tiempo. Es la naturaleza que tienen ellos. ¿No entiende? —se volvió ciento ochenta grados para mirarme. (…) —Oiga —me dijo—, si fuéramos peces, la madre naturaleza cuidaría de nosotros. No creerá usted que se mueren todos en cuanto llega el invierno, ¿no? —No, pero... —¡Pues entonces! —dijo Howitz, y se largó como un murciélago huyendo del infierno. Era el tío más susceptible que he conocido en mi vida. A lo más mínimo se ponía hecho un energúmeno. (Págs. 91 y ss.) Se me ocurrió acercarme al lago para ver si los patos seguían allí o no. Aún no había podido averiguarlo, así que como no estaba muy lejos y no tenía adonde ir, decidí darme una vuelta por ese lugar. (…) Al final encontré el lago. Estaba helado sólo a medias, pero no vi ningún pato. Di toda la vuelta alrededor —por cierto casi me caigo al agua—, pero de patos ni uno. A lo mejor, pensé, estaban durmiendo en la hierba al borde del agua. Por eso casi me caigo adentro, por mirar. Pero, como les digo, no vi ni uno. (Págs. 166 y ss.)Una broma, por mucho que el título de la novela de Wallace sea precisamente La broma infinita, no justifica que ambas novelas estén relacionadas. Ni que los personajes de ambas novelas sean adolescentes airados con problemas de adicción (reconozcámoslo, Holden Caulfield es un alcohólico, de la misma manera que Hal Incandenza (**) es un drogadicto), ni la relación de estos con sus hermanos, ni la omnipresente ausencia del familiar fallecido, ni el ambiente académico, ni la importancia del cine en ambas narraciones… No. No es suficiente. Todo es circunstancial. Pero… ¡Pregunta!: Por 25 céntimos de euro, títulos de novelas en la que dos personajes conversen mientras uno de ellos se corta las uñas: El guardián entre el centeno… La broma infinita… ¡TIEMPO! 50 céntimos Reconozco la valentía de Wallace si en realidad La broma infinita es un intento de reescritura de El guardián entre el centeno. Construir a partir de un texto denso pero finito y conclusivo una obra desmesurada, más densa incluso e imposible de concluir, que se basa en uno de los conceptos que Salinger, a través de Caulfield destaca: La digresión. Holden habla sobre la clase de Expresión Oral dirigida por el señor Vinson:
—Es un curso en que cada chico tiene que levantarse y dar una especie de charla. Ya sabe. Muy espontánea y todo eso. En cuanto el que habla se sale del tema los demás tienen que gritarle, «Digresión». Me ponía malo. Me suspendieron. —¿Por qué? —No lo sé. Eso de tener que gritar «Digresión» me ponía los nervios de punta. No puedo decirle por qué. Creo que lo que pasa es que cuando lo paso mejor es precisamente cuando alguien empieza a divagar. Es mucho más interesante. —¿No te gusta que la gente se atenga al tema? —Sí, claro que me gusta que se atengan al tema, pero no demasiado. No sé. Me aburro cuando no divagan nada en absoluto. Los chicos que sacaban las mejores notas en Expresión Oral eran los que hablaban con más precisión, lo reconozco (…). Es un crimen gritarle a un tío «Digresión» cuando está en medio de... No sé. Es difícil de explicar. (…) Lo que pasa es que usted no conoce al señor Vinson. Le volvía a uno loco. Continuamente nos repetía que había que unificar y simplificar. No veo cómo se puede unificar y simplificar así por las buenas, sólo porque a uno le dé la gana. Usted no conoce a ese Vinson. A lo mejor era muy inteligente, pero a mí me parece que no tenía más seso que un mosquito.Este fragmento sobre la digresión parece señalar a La broma infinita como la novela que le hubiese gustado a Holden Caulfield, la novela escrita para que a éste le guste. Es como si los parámetros que hacen de La broma infinita una novela tan peculiar y tan fundamental, la primera de un siglo o la última de otro, se encontrasen dentro de la novela de Salinger, como si Wallace extendiese la influencia de El guardián al menos cincuenta años más. Es curioso, pero en estas condiciones, ahora estamos doblemente huérfanos. Los fragmentos de The Catcher in the Rye, de J. D. Salinger, de la traducción de Carmen Criado para Alianza (*) ¿Holden Caulfield = Hans Castorp? (**)¿Holden Caulfield = Hal (In)Candenza?
12 comentarios:
si un cuerpo encuentra a otro
cuerpo
cuando van
entre
el
centeno.
H)enri C)hinaski.
Este blog es la razón de que no esté por ahí masturbándome en cualquier biblioteca.
Hace mucho que no recordaba lo de "¡digresión!".
Centeno,
'Picoté par les blés,'(...).
Otro HC para la colección, gracias Luna.
"Todo el mundo se masturba en las bibliotecas, para eso están", Philip Roth, El Teatro de Sabbath... esa es una tradición que no debe perderse, CC.
Un saludo y gracias por vuestros comentarios
Me quedó dando vueltas algo que dijiste: "no llegaba a impresionarme el que alguien fuera capaz de plasmar sobre el papel lo que yo pensaba y hacía". Supongo que yo no lo leí tan joven, de ahí que precisamente eso me impresionase tanto.
Una de las características envidiables de Salinger como escritor, tanto en el personaje de Holden como los de sus cuentos, me parece esa capacidad de plasmar la inocencia, astucia, agonía, etc, de un adolescente, con tantos años de diferencia.
"La Broma Infinita" planeo leermelo un dia, hasta ahora me ha detenido tantas notas de texto (debe tener un record)
Saludos...
PD: crees como yo que los patos son una especie de metáfora con respecto al destino de la humanidad, como diciendo, hacia donde carajo vamos todos ? (que como pregunta, al personaje de Holden le queda perfecto)
No me harto de releer la entrada, joder.
Enhorabuena.
Interesantes (re)flexiones. Un saludo
Es un muy buen blog. Llego de "La donna è mobile", donde me recomendaron leerlo. Enhorabuena. En la medida en que me sea posible, lo seguiré.
Además, voy a aprender bastante sobre literatura en inglés, conocimientos de los que carezco y que quiero empezar a tener.
Un saludo.
La verdad es que no comprendo lo de Holden - Hans (y he leído ambas obras), pero por lo demás me ha entrado la curiosidad por "La broma infinita". ¿Será tan buena como "El guardián"? ¿Estará tan llena de fuerza?
Hace un par de semanas me di cuenta de lo mismo que vos, pero después de leer "Seymour, una introducción". Ahí es el mismo Salinger el que se pone a hacer digresiones y comentarios autorreflexivos a rabiar, como si quisiera llevar adelante él mismo la futura obra de D.F.W., aunque al final manda todo al carajo y termina el texto de un modo abrupto.
Y si termina ese libro de forma tan abrupta y luego no escribe prácticamente nada más (creo que sólo publicó Hapworth desde entonces), pareciera que es porque no sabía qué más decir, cómo si se le hubiera mojado la lapicera.
Es muy loco cómo ambos tipos se hartaron de su propia voz, tema que está muy presente en Seymour, una introducción, pero también, por ejemplo, en el cuento Extinción, de D.F.W.
Bueno, te comparto el artículo que escribí sobre el tema: http://los-papelitos.blogspot.com/2011/08/el-zen-puro-seguira-existiendo-cuando.html
Saludos y gracias por el post!
He vuelto a la entrada, hoy, cinco de noviembre de 2012 y la he vuelto a releer. No me canso. Me gustaría saber el porqué.
Regreso por tercera vez a esta entrada. Estoy alucinando de que lo haya hecho dos veces antes.
He acabado el libro de Lipsky sobre DFW hoy. Estoy impresionado. En ese libro he visto un fantasma: Salinger. Me gustaría dedicarme el resto del año a analizar el volumen de Lipsky a la par que leo La broma infinita, con la que estoy, ahora sí, de verdad y El guardián. Un trío. Sin miedo.
Lipsky me ha cortocircuitado (o como se escriba). Hay que embarcarse en la literatura de un modo distintísimo a como hasta ayer, 14 de marzo de 2017 lo hacía. Se evoluciona, aunque se haga tarde. Gracias a Dios.
Sí, he vuelto a leer dos veces esta entrada, Javier. Agradecido. De nuevo. Mientras escuchaba a Vivaldi. Gracias, insisto.
No vale la pena nada de lo que hasta ahora he escrito sobre nada, y menos sobre libros. No cierro el blog por nostalgia. Vaya mierda todo... La literatura es otra cosa. Y lo peor, no paran de publicar azúcar literario, basura. Qué ansiedad.... DFW y Salinger me lo han demostrado aunque no creas en Salinger, J.
¿Qué escritor encarna ambos mundos?
Sigamos con la broma...
Gracias, Blumm, pero no te obsesiones con el tema :-)
Y sí, la verdadera broma inacabable es la otra, la del azucar con el que nos quieren... con el que ceban a los lectores.
Un saludo
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